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RELATO - Libérame o déjame pensar

Sumergido en la búsqueda de literatura erótica-romántica, me di cuenta de que las que contaban una buena historia y relataban hazañas sexua...

martes, 14 de noviembre de 2023

Mírame a los ojos

Déjame mirarte a los ojos con expresión seria, pensando, eres mía y en este instante haré contigo lo que me apetezca.
Déjame vendarte los ojos con un pañuelo y acercarte hacia mí, para agarrar tu cuello y probar tus labios.
Túmbate hacia el placer y deja que te ate las muñecas para tenerte inmovilizada y poder jugar a mí antojo.
Déjame recorrer mi senda desde tus labios, entreteniéndome en tu cuello, para deleitarme con tus pechos. Comerlos y jugar con mis manos entre tus piernas.
Siente mi lengua deslizarse desde tus pechos hasta tu mojada y ardiente entrepierna. Y allí me entretendré degustando tú placer y haciéndolo cómplice del mío.
Tumbados, sobre el frío suelo, incrusta mi mástil duro y palpitante en tu puerto del deseo. Y juega con el saboreando en mi mirada la dulce miel del fuego y el deseo.

 


 

Lugares bonitos

 Acerqué mi mano para acariciar con delicadeza su mejilla. Ella lo agradecía, al menos, eso es lo que me dejaba intuir cuando cerraba sus ojos y ronroneaba como si de un minino sensual se tratase.
Sus cabellos eran oro puro, oro brillante y fino. Largos hasta su cintura que descansaban sobre su espalda desnuda. Sus pechos, creados para el pecado y obsequiados para mi placer, se endurecían a cada instante que pasábamos en aquel bonito lugar.


 


 

Porque la luz de tu mirada aviva la llama de mi deseo. Conduce al ascensor de tu secreto y emite esa señal inequívoca hacia el sabor de lo prohibido.

 



 

DULZURA Y RUDEZA (Ensayo desde punto de vista femenino) (BDSM)

De rodillas, con las manos atadas a mí espalda y los ojos vendados. Así lo había decidido y así me encontraba en este momento, cumpliendo con sus designios obedientemente.
Estoy nerviosa, a la vez que excitada. Con mi sentido de la vista privado solo soy capaz de escuchar el sonido de sus pasos. Camina a mí alrededor, despacio y seguro, como un depredador acechando a su presa.
Se detiene a mi espalda y se queda un instante observándome. Despierta en mi la impaciencia y del deseo contenido. Las ganas inmediatas de hacerle saber que soy suya.
Se acerca por mi espalda y me susurra al oído con voz ronca y seria.

- No quiero que contestes a mis preguntas. No quiero que te resistas a mis antojos. No quiero que te resistas al placer. ¿Lo has entendido?

Afirmo con la cabeza y repentinamente siento un sonoro azote en el culo que me hice dar un respingo. Pica y arde, pero me calienta por dentro también.

- ¡He dicho que no quiero qué contestes a mis preguntas!

Siento su respiración en mi nuca como si de un animal caliente se tratara. Desliza lentamente su mano por el interior de mi blusa, alcanzando mis pechos, y los acaricia suavemente haciendo que mis pezones se pongan como una piedra. El conoce mis puntos de placer y no duda un instante en atacarlos. Aprieta mis pezones con fuerza y hace giros provocando que la curva de mi placer suba hasta las nubes.
Se levanta y se coloca frente a mí.

- Ahora quiero lo que es mío.

De un súbito y violento movimiento, tira de mi blusa haciendo que quede totalmente abierta y que los botones salgan disparados. Comienza a comerme los pechos mordisqueando mis pezones con intensidades variables.
Agarra mi cuello y comienza a besarme ardientemente. Yo estoy tan empapada, que siento ríos de placer entre mis piernas.
Me da a probar sus dedos índice y anular. Yo los chupo y él los baja hasta mi entrepierna. Con un movimiento brusco, los introduce en el Interior de mi vagina y comienza a moverlos hábilmente.

- ¿Te gusta?

Sé que él no esperaba una respuesta, y yo me mantengo en silencio. Solo dejo salir de mi boca los gemidos que se escapan.
Que placer, ufff, cuando empieza a acelerar sus movimientos, creo que me muero de gusto.
Me voy a correr, ¡ah! Sí, creo que me voy a correr. Repentinamente se detiene en seco.

- Todavía no. Será cuando yo quiera y como yo quiera.

Siento el sonido de la cremallera de su pantalón como baja para acontecer el siguiente paso.
Saca su verga y sin decir nada, la introduce en mi boca. Está muy dura y palpitante. Y yo cada vez que succiono puedo escuchar un gemido suyo.

- ¿Te gusta chupar pollas verdad? Vamos, que yo te enseñaré como hacerlo.

Toma el control y comienza a dar embestidas en mi boca.  Yo noto que me ahogo, pero no me importaba con tal de satisfacer los placeres de mi amo.
Él es consciente de ello, y afloja de vez en cuando la profundidad de sus embestidas para darme respiro.
Noto su verga entrando y saliendo violentamente de mi boca acompasando con su mano los movimientos de mi cabeza. El ritmo se acelera, cada vez más y más y más hasta que comienza su orgasmo.  Detiene sus movimientos y profundiza con su mástil para regalarme su miel. Yo puedo sentir las palpitaciones de su orgasmo. Me encanta, me pone muy caliente cuando un hombre está en su trance de placer y soy yo la que lo provoca.

- Ahhhh! Ahhh! Es todo para tí cariño. Ahhhhhh

Saboreo su rica miel hasta la última gota, como a él le gusta.
Me mira aún sofocado y me dice

- Ahora vas a saber lo que es bueno.

Me gira de espaldas a él, en posición de rodillas, me agarra de las muñecas vendadas y tira de mí para dejarme la espalda en tensión.
Puedo sentir como su duro mástil se abre paso entre mis piernas y me penetra sin compasión.

- ¿Sientes mi polla dentro de tí? ¿La sientes? No, creo que no. Pero ahora la vas a sentir.

Comienza su danza sexual con unas embestidas secas y espaciadas que me provocan un placer intenso. Puedo notar dentro de mí su dureza, su rugosidad, cómo entra, como sale...
Cada vez, sus embestidas son más brutales y rápidas y yo, solo puedo gemir de placer. Un placer contrapuesto a la incomodidad de mi cuerpo tensionado, pero que se complementan perfectamente.
Ufff, lo siento, lo siento de nuevo, ya llega, ya está aquí. Ahhhh.
Mi orgasmo hace acto de presencia como un estallido que me quema por dentro. Tensa mis músculos y provoca mis gritos haciendo que resuenen por todo el lugar.
Él sabe lo que me gusta, sabe cómo dármelo y yo... Solo pienso en el siguiente encuentro en el que volveremos a ser rudeza y dulzura.




YA QUEDA MENOS.

Llego tarde, como siempre, ¡Joder! Si es que todo se me complica a última hora. Espero que lo entienda.
Allí está, sentada esperando. Con una sonrisa eterna que desprende felicidad y que me hace transportar hacia un mundo mejor. Siempre ha sido así, es lo mejor que le puede pasar a un hombre. Tener una compañera que te transporte a miles de mundos dulces y azucarados.
Apresurado llego hasta ella, me siento a su lado y la beso. Ella parece feliz de verme. Hace tiempo que no los vemos y la impaciencia y felicidad se hace visible en los dos.

- Sabía que vendrías. - Me dice sonriente.

- Siento haber llegado tarde, te juro que lo intento, pero a veces no está en mi mano el conseguirlo. - Me disculpo nervioso.

- No te preocupes, estás aquí y eso es lo que importa. Tenía muchas ganas de verte. Te echaba de menos. - Me dice con voz dulce.

- Yo también amor. - Contesto alegre.

La siento dulce, con una paz interior que contagia. Y me hace sentir bien. Siempre ha sido así. Afrontábamos juntos todos esos momentos oscuros a los que ella encontraba la manera de que todo fuera blanco y lleno de luz. Llenaba de energía a todo.

- ¿Qué tal la niña? ¿Se porta bien? Me pregunta curiosa.

- Sí, es un amor. Ya lo sabes. Le está costando sacarse la carrera, pero tiene tú fortaleza y lo hará. Te echa de menos, se lo noto, pero es fuerte. Como tú.

- Eres un buen padre, y lo sabes.

Lo ojos se me empañan de lágrimas, y me hacen sentir un dolor que se acrecienta por momentos. Pero como puedo, lo intento disimular. No quiero arruinar la velada. No podemos estar juntos, es imposible y sé que nos duele a ambos.

- ¿Pedimos algo de cenar? - Me dice cortando la situación para evitar un posible drama.

- ¡Claro! Sorprendeme, pide tú. - Le digo sonriente.

Con un leve gesto llama al camarero. Y pide la cena para los dos.
Me sorprende, se acuerda.
Ha pedido lo mismo que cenamos el día que nos conocimos hace años. Por dentro me surgen diferentes sensaciones. Alegría, tristeza, añoranza. La echo de menos, pero lo nuestro no puede ser.
Sus besos, sus caricias, sus buenos días por la mañana. Siento que me falta la luz... Siento que me falta su luz.
Cenamos y charlamos. Nos ponemos al día y hablamos de la vida cotidiana. Entre risas unas copas y entre copas, unos bailes que acaban conduciendo irremediablemente a nuestros besos.
Tras cenar, llegamos a la habitación y comenzamos a besarnos. Sus besos siguen siendo suaves, delicados al tiempo que apasionados y sobre todo, llenos de amor puro. Como a mí me gustan.
Estando aún de pié, uno frente al otro, comienza a desnudarme. Me desabotona la camisa y tras mirarme a los ojos durante unos segundos, me besa en los labios, en el cuello, en el pecho...
Yo comienzo a experimentar sensaciones. Mi cuerpo y mi mente reaccionan hacia sus estímulos, como siempre, de manera visible. No puedo evitarlo y además, sé que a ella le gusta así.
Sin prisa y entre besos yo también la desnudo. Retiro su camisa con delicadeza para volver a encontrarme con sus pechos. Son un primor, siempre lo han sido, ni grandes, ni pequeños, en su justa medida. Pero redonditos y endurecidos por el momento vivido. Me sumerjo entre ellos y comienzo a besarlos. Dios, su olor, el olor de su piel... Cuanto lo había echado de menos. Huele a azahar, a canela, al olor característico del amor que todo lo puede y hacen que me sienta transportado a mi propia vida. Con ella.
Pronto sus gemidos se hacen presentes en el silencio de la habitación. No cabe duda de que ella también me ha echado de menos.
Poco a poco mis beso inician un descenso hacia su placer. Bajo desde sus pechos hacia su vientre, ese vientre que acogió una vida y que me mostró lo que sería lo más importante de la vida, nuestra hija. Me recreo en el y lo beso infinitas veces antes de seguir con mi viaje y llegar hacia su deseo.
Está empapada, mis labios lo notan y son inundados con su calor. Me encanta saborearla, sentir la suavidad de su interior y juguetear hábilmente con el punto de su deseo. Muevo mi lengua, al principio suave y en amplios círculos para ir acelerando mis movimientos haciendo crecer la intensidad de sus gemidos. Mis dedos me ayudan, son fieles y hábiles. Complementan el placer que soy capaz de dar con mi lengua. Una vez en su interior, me gusta sentirla, introducirlos y sacarlos de manera constante y analizar sus reacciones para saber cuándo subir o bajar la intensidad.
 Y sí, así lo hago. Notando que le cuesta mantenerse en pié. Que disfruta con lo recibido y que abraza mi cabeza con sus manos para ejercer presión y deshacerme en su fuego.
Prosigo con mi tarea durante un momento. Y ella, solo puede rendirse al placer y a la consecución de varios orgasmos que saboreo ansia.
Nos tumbamos sobre la cama. Sin despegar nuestros labios nos regalamos besos de placer que avivan la llama en cada momento. Nuestros cuerpos desnudos se ofrecen mutuamente para nuestro propio recreo.
La acaricio como sé que a ella le gusta, suave, lento, delicado. Deslizo mis manos entre su pelo, me recreo en sus delicados hombros y viajo lentamente hacía sus pechos. Ella gime y no para de recibir placer, me gusta, me satisface esa sensación de provocar algo en ella. Mis labios no tardan en recorrer cada centímetro de su cuello, lo beso, lo lamo y lo muerdo como si de la víctima de un vampiro se tratase.
Me siento duro y ella lo sabe. Desde hace un rato que lo tiene agarrado y lo acaricia.
Con un solo gesto de su mirada, me indica lo que desea. Y yo... ¿Quién soy para negárselo?
Introduzco mi miembro en su interior notando su placer, con esos gemidos característicos al ser bien recibido. Puedo notar su interior, cálido, suave y palpitante, como siempre ha sido.
Una descarga de placer recorre mi espalda. Su recorrido se inicia desde mi nuca y corretea traviesamente hasta mi pene.
Comienzo a bombear de manera rítmica, bailando, entrando, saliendo, recreándome en nuestro placer. Ella acelera sus gemidos y agarra mi trasero con firmeza. Me empuja y acompasa mis embestidas con sus gritos. Gritos de placer que sirven de alimento para mí pasión.
Más, rápido, más fuerte, más rápido... Las embestidas cada vez son mayores y la sensación inequívoca del orgasmo se va haciendo presente en ella. Yo estoy a punto también, pero aguanto para poder compartirlo juntos.
Dentro, fuera, dentro, fuera, uffff.
Que llegue, que llegue, que llega... ¡Ahhhhh!
Los musculos se nos tensan al límite de partirse. Ambos llegamos al orgasmos durante un torpe beso lleno de jadeos y respiración entrecortada. Me vacío dentro de ella y siento como sus contracciones internas acompañan a las de mi pene y lo abrazan con fuerza.
Exhausto, caigo rendido sobre su pecho y me acomodo en el para descansar. Ella me acaricia la cabeza, sueve y delicadamente. Me besa en la frente y poco a poco noto que voy perdiendo las fuerzas. Así estamos durante minutos. Desnudos y disfrutando de la tranquilidad posterior a un largo viaje.

- Ya queda menos mí amor, ya queda menos. - Me susurra sin cesar de acariciarme

Me siento desvanecer, como invisible, como si mi propia existencia se hiciera etérea por momentos. Mi cuerpo, ya no es cuerpo y poco a poco, noto que desaparece.
El sonido del despertador se funde con el bip de la máquina que mide mis constantes vitales y me hace despertar en mi cruda realidad. Miro la fría maquina y veo que mis constantes han bajado aún más respecto al día de ayer. Me siento mareado, pero poco a poco consigo ser consciente de la realidad. La enfermera pasa a mí habitación como cada mañana. Lleva su estupenda y reluciente sonrisa fingida. Me da los buenos días y me hace las típicas preguntas de rigor al tiempo que apunta todo en su informe.
¿Que si qué tal me encuentro? ¿Qué tal he dormido? ¿Sí he orinado?.
Finalmente se marcha dejándome disfrutar de mi soledad, de mi sombría habitación y del dulce recuerdo de lo vivido. Solo espero que en mi estancia en este mundo haya hecho las cosas bien. Que si en algún momento no hayan sido así, me perdonen todas esas personas que me conocieron.
Me acomodo y espero, espero y espero. Como cada día, como cada noche, desde el anhelo de estar deseando reunirme con ella. Mi mitad de corazón y mi compañera infinita.
Cierro los ojos y hablo entre susurros...

- Ya queda menos mí amor, ya queda menos.




Sutilezas FUERA (BDSM)

En penumbra, donde a los ojos les cuesta acostumbrarse. Allí está ella, vestida de una manera sexy con una lencería de infarto. Está ansiosa, caliente y deseosa de recibir y dar placer. Igual que yo, que me he pasado tiempo deseando que esto ocurriera y despertara en mí mis demonios internos. Demonios del placer, demonios que solo buscan sentir y hacer sentir de una manera extrema.
Tras ella, la cruz. Un instrumento para dar placer. Dos tablones cruzados en forma de equis y con amarres en sus extremos para inmovilizar muñecas y tobillos.
Me acerco a ella, decidido y lujurioso . Me coloco frente a frente, la miro a los ojos y noto en ella temor y deseo de recibir placer.
La beso, agarrando su cuello, con ansia, como animal en celo que devora a su presa después de llevar días sin alimento alguno. Ella recibe mis besos, su cuerpo se calienta, arde, ronronea y me baila deseo.
Mientras la beso, hábilmente la agarro de sus muñecas, las levanto y las apreso en los extremos de la cruz.
Inmovilizada a mí merced, dejo de besarla. Me retiro unos centímetros y la observo, frágil, caliente, dispuesta a mis antojos, me encanta y me enciende verla entregarse. Ella me mira con deseosa a la espera de mis próximos movimientos.
No digo nada, en silencio, tranquilo, serio. Me agacho y procedo a inmovilizar sus delicados tobillos. Ahora sí, es mía, para mí disfrute, para mí deseo. Le sonrío, me acerco a ella y le digo.

- Eres mía y harás lo que yo te diga. Primero voy a disfrutar de tu cuerpo a mí antojo. Y tú, te entregarás a ello sin rechistar. No quiero que hables, no quiero que respondas con palabras a mis preguntas. Solo quiero escuchar salir el placer por tu boca. ¿Lo has entendido?

Ella me mira con deseo y asiente con la cabeza.
Me acerco, me pongo cara a cara, sé que ella espera mis besos, pero no, yo prefiero quedarme a escasos centímetros de su boca. Quiero sentir el calor de sus gemidos en mi boca.
Deslizo mi mano por sus pechos y realizo dibujos por ellos. Círculos alrededor de sus pezones, de uno a otro, voy pasando varias veces. Siento que ella comienza a arder de placer. Agarro su pecho y lo aprieto con dureza, sin provocar dolor, pero haciendo que me sienta.
Muerdo su cuello como devorando una presa recién cazada.
Bajo mi mano hacia su clítoris y comienzo a frotarlo hábilmente. Siento su humedad, el calor de su entrepierna y sus espasmos de placer.
Desde su cuello inicio un paseo hacia su pecho. Lo succiono, lo mordisqueo al tiempo que introduzco sin previo aviso mis dedos en su interior. Ella gime de placer, los siente y tensa su cuerpo soltando un alarido.
Comienzo a bombear con mi mano, dentro, fuera, dentro, fuera. Me encanta, la siento por dentro, su carne, su flujo, su lubricante natural.
Ella muere de placer y tensa su cuerpo entre espasmos.
Sigo durante un tiempo mordiendo su pecho y follando su coño con mis dedos. Mi entrepierna se abulta, mi polla lucha por salir de mi pantalón. Se quiere abrir paso y palpita deseosa de recibir su calor.

- ¿Te gusta? - pregunto serio.

Acelero los movimientos de mi mano mientras la miro y hablo con ella. Ella asiente con la cabeza a mi pregunta. Es obediente, sabe que no puede hablar.

- Pues tengo otra cosa que te gustará más.

Bajo la cremallera de mi pantalón y saco mi verga dura y lista para dar y recibir placer. Me acerco a ella y sin mediar palabra alguna, la introduzco en su coño empapado. ¡Joder! Qué sensación más placentera. Sentirme dentro de ella, sentir su calor, su humedad, sus espasmos.
Comienzo a bombear bruscamente. Sin cuidado, como animal irracional que solo quiere follarse a su presa en busca de placer. Las embestidas son fuertes y secas provocando el sonido del choque entre piel y piel. Me encanta, me pone a mil está mujer. Me excita muchísimo saber que disfruta al mismo nivel que lo hago yo.
Sentimos un placer extremo, ella no para de gemir y yo puedo sentir como afloran sus primeros orgasmos.
Repentinamente y sin previo aviso saco mi polla de su interior. Libero sus ataduras y la pongo de rodillas para ofrecerle mi verga empapada con sus propios jugos. La miro, me sonrío, agarro su cabeza y se la introduzco en la boca. No quiero que use sus manos, solo quiero sentir su boca, caliente y sentir que me succionando con fuerza y ansia. Ella intenta agarrar mi mástil con su mano, yo se la aparto para que capte lo que deseo. Acompaso el movimiento de su cabeza con mi mano, y poco a poco, le hago acelerar. Me encanta, que placer, tenerla a mí merced y cumpliendo obedientemente todo lo que quiero. Me gusta sacársela de la boca de vez en cuando. Agarrármela con la mano y juguetear con ella en su cara. Impregnar con su saliva y mis jugos sus labios, sus mejillas y dar golpecitos placenteros en su barbilla.
No tardo mucho en sentir que estoy a punto, que me llegan esos primeros calambrazos de gusto previos al orgasmo. Me voy a correr y así se lo hago saber. Con mi mano derecha me masturbo y con el pulgar de mi mano izquierda, le abro la boca para indicarle que deseo que reciba mi semen.
Ya llega, lo siento, me corro, me corro. Nos miramos a los ojos y mi leche comienza a salir a borbotones. Se cuela en su boca y ella está deseosa de ello. La inundo y traga mi dulce miel sin rechistar. Después, me obsequia con una mamada suave y delicada. Ufff! Yo muero de placer. No hay nada mejor que una mujer calme el ardor del orgasmo recién obtenido con suaves caricias en tu verga.

- Ahora viene tu turno zorra. Voy a comer de tu interior hasta que sacie mi apetito. - Le digo con voz ronca.

La ayudo a levantarse, la llevo hacia una camilla de masajes que hay al otro extremo de la habitación y la tumbo boca arriba.
Dirijo mi boca hacia su empapado coño y me dispongo a juguetear con su clítoris. Succiono y bebo todos sus fluidos. Ricos, calientes y llenos de placer. Me ayudo con mis dedos. Quiero que sienta mi lengua en su hinchado clítoris y mis dedos bombeando en su interior. Así estoy un buen rato, sacando sus orgasmos, sintiendo sus espasmos y notando como el coño se le inunda cada vez más  y da alimento para mí lujuria.
Mi verga vuelve a estar lista. No cabe duda de que esta mujer me vuelve loco.
Retiro mi boca y la cambio por mi polla. Vuelvo a estar dentro de ella, más calor, más humedad, y mi verga, más sensible por el orgasmo recibido, nota aún más su interior.
Bombeo una y otra vez.
Fuerte, rápido y decidido despertando en ella sus gemidos. Agarro su mano y la conduzco hacia su clítoris invitándola a que se masturbe mientras la follo. Quiero que goce como nunca, quiero que tenga el gran orgasmo mientras siente como mi polla entra y sale de ella. Así, una y otra vez, sin descanso y sin respiro consigo sentir de nuevo esa sensación que acontece al orgasmo. Ella está también a mil, a punto de caramelo. Lo noto, en mí, en ella, como llega, como mi polla comienza a palpitar escupiendo su leche dentro de ella. Y noto como ella, de tensa recibiendo su orgasmo al notar el mío. Ambos exhaustos, nos miramos, nos reímos y nos besamos dulce y delicadamente.




Aquella mujer

 Aquella mujer se mostraba esquiva en cada proposición de cita. Me miraba, me sonreía pícaramente, contoneando su cinturita y se marchaba dejándome con tres palmos de narices. Eso era lo que yo imaginaba que haría cada vez que le insinuaba una nueva proposición para conocernos en persona.
Hasta ahora solo habíamos mantenido conversaciones por chat. Era todo un misterio para mí como podía sentir su fragancia y suave tacto a través de sus palabras.
Al menos en mí imaginación, porque aún nada de lo real se había materializado en el plano físico.
Desde que mantuvimos esas conversaciones picantes, se habían hecho más candentes mis deseos de conocerla.
Fantaseaba con tener un encuentro secreto de los que hacen que tu vida vuelva a los veinte. Imaginaba su piel, de blanco terciopelo, dulce y suave paseando entre las palmas de mis manos. Imaginaba el contraste de sus caderas con esas curvas que invitaban a recorrerlas reduciendo la velocidad. Me imaginaba acariciando su espalda, cual masaje relajante para pasar a su entrepierna, besando y lamiendo sus labios para sentir como tensaba el arco de su espalda reflejando el placer.
A las siete menos cuarto salí de casa, nervioso, como quinceañero a punto de hacer su examen de evaluación. Me dije a mi mismo que que no lo haría, que no me pondría nervioso, pero como siempre, mis acciones traicionaban a mis intenciones.
Llegué a la hora pactada, las siete y media. Miré a mi alrededor y no la vi. Tenía dudas, pues solamente nos habíamos visto en fotos y quizás no sería tan fácil reconocernos en persona.
Repentinamente alguien detrás de mí rozó suavemente mi espalda. Era ella, no cabía duda, linda, de sonrisa dulce y mirada traviesa. En persona no era muy diferente a lo que yo me había imaginado.
La sonreí y le di dos besos educados en las mejillas. ¡Dios! Sus labios me los habían pedido antes, pero como viene siendo habitual en mí, había traicionado a mis instintos y no los complací.
Tenía que habérselos plantado allí mismo. Pero en fin... Yo soy así, caballero-sincero que a veces se percibe como medio-tonto-tonto-entero, en fin...
Nos saludamos de palabra y nos hicimos el protocolo. ¿Que qué tal? ¿Qué si llevas tiempo esperando? ¿Que si se ha quedado buen día? Ya sabes, lo típico.
Nos sentamos en una terracita que había justo allí, nos miramos, tímidos y sonrientes hasta que apareció el camarero.
Pedimos nuestras bebidas y comenzamos a charlar...
¿Hasta donde nos llevaría ese encuentro? Pensaba... No lo sé, pero lo único que atisbo en mi mente son las irresistibles ganas de besarla, de tocarla, de amarla y de hacer que me sienta de nuevo como un hombre...
No pasó mucho tiempo  cuando comenzaron las risas. Yo a veces, como payaso no tengo rival. Siempre pasa lo mismo, me paso la vida criticando la búsqueda del hombre perfecto en las mujeres. Siempre dicen lo mismo, a mí, que me haga reír, eso es lo importante.
Y yo siempre pienso, ¿Qué quieres? ¿Un hombre con personalidad o un payasete? Que luego... El que recupera las fuerzas en tu cama después de una buena sesión de sexo no suele ser el que te hace reír. Jajajaja. Y me río yo mismo, para mis adentros.
Pero sí, al final siempre pienso y actúo haciéndolas reír. Porque no hay nada más bonito que la sonrisa y risa de una mujer bella que te mira con gesto libidinoso.
Y allí estábamos los dos, intercambiando miradas de deseo entre risa y risa.
Hablamos durante horas, como si lleváramos tiempo sin hacerlo y tuviéramos que ponernos al día.
Dios mío, que sonrisa, que mirada, que labios sensuales pidiendo ser probados como la miel dulce. Ufff, que no se me note, que no me lo note... Pensaba todo el tiempo.
Pues de una cosa estoy seguro, de que mi rostro tiene la misma expresión que la de un niño embobado y salivando frente a un escaparate de pasteles. Pero bueno, ante semejante mujer, era complicado no parecer idiota.
Terminamos nuestras bebidas y decidimos dar un paseo. Hace frío, sin aíre desagradable, pero la temperatura es baja. Me encantaría rodearla entre mis brazos para así hacer que sienta el fuego que su presencia hace que emane de mí interior. Pero creo que es pronto y ese miedo instintivo al rechazo siempre me hará replantearme esas situaciones.
Situaciones que mi mente siempre resuelve muy bien, pero que la cruda realidad, me niega.
Se acerca el momento, ese final, esa manera en la que podría o no finalizar este encuentro. No sé, voy perdido, la veo bien, la noto a gusto, sonriente y alegre. Pero siempre he pecado de no captar las señales que ellas mandan.
O peor aún, captarlas erróneamente. No entiendo una cosa, de verdad. ¿Como en un mundo en el que hemos evolucionado tanto socialmente, al final, hay ciertas cosas que no?... ¿Tantas intenciones liberadoras femeninas para luego que...? ¿Estar los dos deseosos y notar que ella está esperando que él de ese primer paso?
Está claro que la cobra no esquiva a las chicas. Solo a nosotros.. ¿Dónde están esas mujeres que no temen lanzarse al vacío?
Aquí, aquí está esa mujer que no teme lanzarse al vacío.
Nuestros labios se juntaron como experimentados bailarines que dan rienda suelta a su danza sensual. Eran besos suaves, tiernos y ardientes.
Con mi mano acaricié su mejilla, me encanta tocar, sentir la piel con piel, sentir la sensualidad pura, sentir suave y delicadamente. Y ella agradecía mis caricias con esos sonidos característicos que anuncian el preámbulo de lo que está por acontecer.
Nos fuimos a un hotel, así, sin más, sin pensarlo y con la única misión de dar rienda suelta a nuestros instintos. Esos mismos que injustamente nos negamos y que sólo hacen bien a nuestros cuerpos y almas.
La rodee entre mis brazos, la seguí besando y pasee mis manos por sus hombros y su cintura mientras la apretaba contra mí. Quería que me sintiera, que fuera consciente de lo que provocaba en mí. Que notara lo abultado de mi pantalón y lo ardiente de mi piel.
Ella no me rechazó, se entregó por completo y me recibió con el mismo ardor o más.
Llego el momento, ese momento en el que ya no eres dueño de los actos que realiza tu cuerpo.
Ese momento en el que tú y todo tu ser se mueve y actúa de manera automática sin que lo tengas que pensar. Mi mano inició su expedición. Fue acariciando sus pechos , su cintura y sus caderas hasta que encontró su tesoro mejor guardado. Allí pude ser testigo del ardor que ella estaba viviendo. Sí, su cálida humedad así me lo demostraba. Acaricié hábilmente su tesoro en busca de provocar esos sonidos de placer que tanto me gusta escuchar. Con su placer crecía el mío. Llámame raro, pero a mí me pasa que cuanto más consciente soy de provocar su placer, más crece el mío.
La tumbé sobre la cama y la terminé de desnudar, de una manera un poco torpe, lo reconozco, pero espero que me perdone pues los nervios se pueden ocultar, pero rara vez desaparecen.
Allí estaba, tumbada en la cama, como el mayor tesoro ofrecido a un pirata.
La besé en los labios, en el cuello y en sus pechos redondos y turgentes. Estaba muy excitada, pues sus pezones erguidos al cielo me lo revelaban. Bajé a su entrepierna con cada alarido de placer que ella me daba, y allí comenzó el inicio de un gran combate. Mi lengua luchaba contra su abultada perlita.
La agitaba y la succionaba de manera lenta, lenta, lenta pero constante, constante, constante. Mis manos acariciaban sus dos montañas y las apretaban presas de placer. Su espalda se arqueaba y yo, no podía hacer otra cosa que disfrutar de ello al sentir todo lo que provocaba.
No tardaron mucho en aparecer sus primeros orgasmos. ¡Dios! Que ricos orgasmos saboreando la miel de su interior. Cada orgasmo que provocaba era una pequeña victoria y una invitación a seguir. No los conté, pero fueron muchos.
Era el momento de mi placer, o al menos, era lo que ella debió pensar, pues en uno de sus movimientos, se nos cambiaron las tornas.
Me coloco en su lugar y estando sobre mí, comenzó a besarme, lamerme y mordisquearme por cada centímetro de mi piel.
Su pícara sonrisa era el ardor en mi deseo. Poco a poco y sin apenas darme cuenta había bajado con intención de hacerle una visita a mi guardián. Allí lo beso, lo recorrió con su lengua de arriba a abajo y finalmente se lo introdujo en su boca.
Ufff, los escalofríos de placer  hicieron presencia en mi cuerpo y a medida que ella succionaba con movimientos hacia arriba y abajo yo quería morirme. Morir para ir a un plano superior donde el placer fuera la gravedad universal que atrae a las personas.
Arriba, abajo, arriba y... Muy abajo. Ufff, dios mío, no sabría explicarlo pero estaba inmerso en una sensación excepcional.
De vez en cuando levantaba su cabeza y me miraba, como velando por saber si el placer provocado era bien recibido.
Yo moría con cada una de sus miradas, la veía ahí, frágil, inocente y lasciva como una diosa sexual sabiendo perfectamente lo que sus actos provocan.
En una de sus miradas me sonrió de la manera más pícara que se puede sonreír, agarró mi mástil duro y palpitante y no dudo un instante en introducirlo en su interior. En un lugar donde estaría a salvo.
Un lugar suave, calentito, húmedo. Un lugar en el que me gustaría perderme toda una vida. Comenzó a bombear, subiendo, bajando, restregando hacia delante y hacia detrás. Y yo tocaba su cara, sus pechos, sus preciosas caderas para finalmente agarrar sus glúteos y apretarlos con cada embestida de placer recibida.
Varios de sus orgasmos acontecieron en esta película. Sin duda vivíamos un film a medio camino entre la acción y el erotismo. Cómo me gusta sentir que una mujer se corre infinitas veces cuando estoy dentro de ella, me encanta... Sentir como se tensa, como palpita, como se aprieta contra mí... Ufff.
Seguimos toda la noche hasta caer exhaustos, no tenemos edad para esto, nos decíamos entre risas mientras disfrutábamos de una copita de vino.
Hablamos, hablamos y hablamos. Ambos satisfechos por lo vivido como protagonistas de nuestra película. Y al final, como caballero que me considero, la llevé a su casa para que disfrutara de un descanso merecido.
De camino a mi casa en mi mente solo se dibujaba cada minuto, cada segundo, cada centésima de lo vivido junto a ella. Y me preguntaba de manera insistente... ¿Cuando volvería a verla?
Solo espero que todo esté bien y que lo vivido, se convierta en una gran saga de películas perfectamente orquestada por sus protagonistas.

 


 

DÉJAME SOÑAR DESPIERTO

El deseo y los nervios se entrelazan a lo largo del pasillo que conduce a nuestra habitación. De camino, no dejamos de regalarnos miradas furtivas llenas de complicidad.
A duras penas puedo meter la llave en la cerradura y hacerla girar hasta que la puerta se abre. Ella, se abalanza sobre mí, me besa de manera apasionada y me empuja hasta que mi espalda se encuentra con la pared.
Está como poseída, ardiente e impaciente saboreando nuestros besos como si fueran a ser los últimos. Yo agarro su cintura y la aprieto contra mí provocando su primer gemido de placer. Quiero que note lo abultado de mi entrepierna y que así descubra todo el deseo ardiente que ella despierta en mí.
Desde que nos conocimos, habíamos estado hablando y fantaseando con este momento durante mucho tiempo. A ambos se nos antojaba apetecible y habíamos estado esperando a que se materializara en el plano real. Habíamos pasado por una crisis que estuvo a punto de distanciarnos, pero finalmente, tras hablar de lo ocurrido, fuimos capaces de acercar nuestras posturas y consensuar lo que queríamos y lo que no. Todo pactado, como dos adultos que son capaces de entenderse y disfrutar el uno del otro.
Entre beso y beso deslizo los tirantes de su vestido haciendo que caiga al suelo y me haga descubrir que no lleva ropa interior alguna.
No había duda de que está muy excitada. Sus pezones se ven duros y erguidos al sol. Su piel es ardiente y suave. Y su mirada muestra a la fiera que tantas veces había reprimido cuando nos besábamos en el coche. Agarro con fuerza su nuca y la beso acercándola hacia mí. Mientras, mi mano derecha se deslizaba viajando por sus hombros y haciendo parada en sus pechos.
Los aprieto con un lascivo masaje que comienza desde la base y termina con un apretón suave en su pezón. Ella se retuerce de placer y yo, noto como mi entrepierna palpita sin control alguno con cada uno de sus gemidos.
Noto como ella mira hacia atrás localizando una mesa que hay contra la pared. Se sienta al filo sobre ella, y sin descuidar su contacto visual con mis ojos, abre sus piernas invitándome al festín.
Yo no puedo negarme, sonrío y me arrodillo frente a ella dejando mi cara a la altura de su coño. Puedo ver cómo está empapada y deseosa de placer. Agarra mi cabeza con ambas manos, me empuja hacia su mojado coño y me invita a degustarlo. Yo acepto sin dilación alguna, pues tenemos la combinación perfecta, yo deseo comer y ella desea ser comida. Paseo mi lengua por sus labios, subcciono y hago rápidos y cortos movimientos en su clítoris. Jugueteo con el ayudándome con mis dedos, que no dudo en introducir en su interior moviéndolos hacía dentro y hacia fuera.
Se retuerce de placer, gime, se endurece, grita y aprieta con fuerza mi cabeza contra ella. Así estamos durante un rato hasta que lo decide.
Levanta mi cabeza, me besa con pasión y aprieta con fuerza mi pene endurecido. Yo muero de placer y hace que se me escapen alaridos placenteros entre beso y beso. Con su otra mano, agarra mi trasero, lo empuja contra su entrepierna y  hace que mi pene se introduzca en su interior guiado hábilmente por su otra mano.
Ufff, que sensación más agradable, sentirme dentro de ella, sentir su calor, su humedad, sus contracciones.
Agarra mi culo con sus manos y me empuja hacia ella acompasando mis embestidas. Hacia delante, hacia detrás, empujando con fuerza y creando la melodía de nuestras pieles chocando una contra. Mis manos, juegan con sus pezones al tiempo que nuestros movimientos marca un baile sensual. Rápido, lento, en circulos frontando nuestros sexos, con empujones secos... No cabe duda de que ella sabe lo que quiere y como lo quiere. Como una gran directora de orquesta, me lo hace saber y maneja nuestro placer como ninguna mujer lo había hecho antes.
Siento el crecimiento de su placer, siento el preludio de su orgasmo, lo sé porque ella endurece sus músculos por momentos y anima con sus manos en mis glúteos a acelerar mis embestidas. Yo obedezco, estoy deseando que se corra, que lo haga para mí, que lo haga presa de mis movimientos y guiada por el deseo. Acelera, acelera, acelera y lo siento, como grita, como gime, como araña mis glúteos al apretarlos con fuerza. Finalmente se tensa en un último esfuerzo para dar la bienvenida a su orgasmo. Yo la beso justo en ese momento, ella intenta complacer mi beso torpemente por las sacudidas de su orgasmo.
Poco a poco, bajo el ritmo de mis acometidas hasta hacer que sean suaves como un masaje relajante. Saco mi polla de su interior, empapada pero dura y palpitante por el momento vivido.
Ella me mira de manera traviesa, aún jadeando por lo vivido, pero con ganas de más. Me empuja con fuerza haciendo que caiga sobre la cama. Y sin retirar su mirada clavada en mis ojos, encamina a gatas sus pasos hacia mí entrepierna como gatita ronroneante.
Comienza a besar mis tobillos , mis muslos, mis ingles y finalmente sube con su lengua hacia mí abdomen. Allí, mordisquea y lame cada centímetro hasta que decide bajar un peldaño más y rozar con su lengua mi pene. ¡Dios! Qué placer, que sensualidad, que morbo me provoca esta mujer.
Sigue lamiendo con dedicación mis partes mientras con sus manos estruja con fuerza mis pezones haciendo que vea las estrellas del placer. Sin aviso alguno, y de manera brusca e inesperada, introduce mi pene en su boca y comienza a succionar suavemente mientras me mira con lascivia. Yo quiero morirme, morir de placer, morir al sentir el deseo contenido desde hace tanto tiempo.
Ella sabe lo que hace, me succiona profundizando y en su boca mi pene entra y sale totalmente vestido con su saliva. Así permanece durante un rato, jugando, mamándome, sin apartar su mirada de mí y gimiendo con su boca llena de mi carne.
Está cachonda, lo sé, siento su deseo, siento que quiere más, siento como se la saca de su boca, se sienta sobre mí y se la introduce de nuevo en su coño caliente y empapado. Me cabalga, como amazona experimentada. Con movimientos hacia arriba y abajo combinados hacia delante y hacia atrás. Mi pubis roce continuamente con su clítoris y ella vuelve a gemir y gritar de placer.
Yo me abandono a mis sensaciones, siento su interior con mi pene. Siento como mi verga se restriega y recorre las paredes de su vagina. Y todo con una sensación de cosquilleo previa al orgasmo. Ella acelera sus movimientos, no cabe duda de que desea que me corra haciendo el amor. Sabe lo difícil que es eso para mí, yo se lo he dicho en más de una ocasión, me cuesta, no sé por qué, pero mi mente me niega ese placer cada vez que tengo una experiencia sexual... Mis traumas... Mis mierdas.
Acelera, acelera, incansable y sonriente no cesa en su empeño y yo... En contra de mi naturaleza, creo que le voy a obsequiar con un orgasmo. Lo siento... Siento como el cosquilleo que surge de mi pene comienza a recorrer todo mi cuerpo. Siento como involuntariamente mis músculos se tensan para recibir el placer. Siento como mi polla comienza a bombear mi leche en su interior y siento como ella lo nota y acelera su danza a mil por hora.
¡Ahhhg! Emito un gruñido ronco y entrecortado al recibir el orgasmo. Me tenso desde los pies hasta cada uno de mis músculos y ella a medida que mi placer se extinguingue, baja la intensidad de sus movimientos hasta detenerse por completo. Aún con mi polla en su interior, me mira, me besa, se sonríe y se acurruca contra mí pecho buscando descanso.




Batalla por ti

Curtido en mil batallas, de rodillas contra el suelo. Cada músculo, tenso en su plenitud. Cada herida recibida, como prueba de lo acontecido en el campo de batalla.
El cielo rojo carmesí, como la sangre que cubre su cuerpo, sangre de sus adversarios, sangre suya. Sangre que cubre todo lo que la vista es capaz de descubrir. Los cuerpos de sus enemigos se cuentan por cientos y cubren la tierra sobre la que aconteció la batalla.
En el costado, una herida fatal. La herida que le elevará a lo más alto. La que le reunirá con los que más quiere. La que le permitirá volver a poseer lo que con tanto anhelo dejó de poseer. De sus entrañas brota su sangre, sangre oscura, sangre espesa y ardiente como su alma.
La lluvia repentina hace su entrada. Violenta, humeda, fría, como él mismo fue tiempo atrás. Limpia con delicadeza su cuerpo y se mezcla con su sangre dibujando finos hilillos de desesperación.
Sus manos aún sostienen su espada. Cruel,  cumplidora, implacable, fiel como en tantas batallas servidas y ganadas.
Respira con dificultad, con ahogo, entre jadeos lastimeros.
No queda mucho, piensa, el tiempo corre de manera vertiginosa y solo es capaz de esperar. A su propio destino. Al que estaba predestinado desde el momento en el que la conoció.
El peso de su cuerpo cede y su mano le presta ayuda con su apoyo. Pesa, pesa mucho, más de lo habitual, no hay duda de que sus fuerzas comenzaron a fallar y el dolor en él se hace más intenso. No puede más, no encuentra la salida, solo piensa en la rendición, sucumbir, olvidar y maldecir por haber perdido la única batalla que deseaba ganar... A ella.
Levanta su mirada, al horizonte, ese horizonte que tantos amaneceres le brindó. Ya es la hora, ya ha llegado.
Está seguro de ello. No tiene miedo y sabe que su derrota es inevitable. Triste y melancólico la recuerda por última vez, solo tiene eso, una vaga imagen en su mente, su viva voz, sus caricias, su mirada. Pero ya nada importa. No hay más lucha, no hay más batalla por la que ganar, todo está perdido y se rinde ante su propio fracaso. Ante su propia torpeza para sanar la espina clavada.
Adiós Bella, jamás te olvidaré, pronuncian sus labios en un lastimero susurro que acompaña al frio golpe que provoca su cuerpo al desplomarse contra el suelo.

 


 

En tus ojos me miré y descubrí el olor a azufre que emana cada poro de mi piel. 

No estoy hecho para los mártires que asumen deseosos su castigo. 

No concibo aplacar tu placer si no es con el dolor que tu luz provoca en mi oscuridad. 

No valgo para complacer los designios de tus fantasías, pues estoy aquí para devorar tú interior y alimentarme de tu placer. 

No tengo fin, no cesaré, no pararé hasta saciar el apetito que tengo por ti. 

No estoy aquí si no es para ti, para clavar mi espada en lo más profundo de tu ser. Para descerrajar cada ápice de tu interior y hacer rebosar parte de mi ser por cada uno de tus orificios. 

No estoy hecho para ti, si no eres capaz de ver mi fuego consumiéndote por completo. 

 

No estoy, si tú no estás...

 


 

¿Quién soy yo para negarte un café?

Era para un café. Habíamos quedado para ello, para charlar, para disfrutar de nuestra compañía, para ponernos al día.
Hacia muchos meses que no nos veíamos, nos conocemos de hace tiempo, ni mucho, ni poco, pero siempre hemos sabido sobrevivir a esa fina línea entre amistad y deseo. A veces lo uno, a veces lo otro. Sin que ninguna de las dos opciones merme la otra.
Era en su casa, así lo habíamos acordado. Un café, unas cervezas y si se terciaba, salir a tomar unas copas por la noche. Ese era el plan, aunque ambos sabíamos que podría cambiar, como tantas veces había pasado en otras ocasiones.
Allí estábamos, con el rico sabor del café y el tono dulce de su voz. Me contaba, le contaba y ambos nos reíamos con cada anécdota graciosa.
Ella es especial, una mujer decidida, de las que saben lo que quieren y en el momento que lo quieren. De las que no se andan con medías tintas y si desean algo no reprimen sus instintos. Yo siempre lo he valorado en una mujer. Me cuesta ceder iniciativas en la cama, dar las riendas complica mis juegos, pero a veces, encuentras a esa persona que lo merece y con la que eres capaz de disfrutarlo.
Del café, pasamos a unas cervezas y de las cervezas... No pasamos a las copas. No cabía duda de que el ambiente se había calentado, que ambos notábamos el deseo de dar placer a nuestros cuerpos. De cargar nuestras baterías con la energía que desprendía nuestro calor.
Del jardín, nos fuimos torpemente y entre besos al salón y del salón, nos fuimos a su habitación entre caricias y manos perdidas bajo su falda y mis pantalones.
Estaba deseosa, como con ansia, como con prisas de dar y recibir placer. Sus besos se aceleraban, ardientes e impacientes. Sus manos se perdían, como con vida propia.
Sin previo aviso bajó de rodillas ante mí y con ambas manos luchó contra los botones de mi pantalón. Quería sacarla, saludarla y besarla como lo había hecho en otras ocasiones.
Yo estaba duro, muy duro. Mi mástil fuera, sus manos acariciando mi abdomen y su boca llena con mi carne. Succionaba y movía su cabeza realizando círculos. Como ansiosa por comerme y empeñada en que yo lo sintiera. De mi boca, solo salían gemidos de placer provocados por una sensación de cosquilleo interno.
Sus manos rodearon mi cintura y sin dilación alguna, llegaron y agarraron mi trasero para empujarme aún más hacia su boca. No cabe duda de que lo estábamos disfrutando. Ella apretaba con fuerza mis glúteos haciendo que mi mástil se hundiera en ella aún más.  Cada cierto tiempo paraba, la sacaba , me miraba y volvía con nuevos ataques.
Repentinamente me empujó y caí sobre su cama. Me miró, con una mirada lasciva capaz de quitar el hábito de cualquier monje. Se chupó el dedo, bajó sus bragas sin desprenderse siquiera de su falda e incrustó en el centro de su deseo mi mástil palpitante.
Me besó la boca mientras meneaba su trasero lenta y sensualmente. Hacia arriba y hacia abajo. Como empujando para buscar profundidad y restregándose contra mí pubis. Así, un rato, yo dentro de ella y ella sintiendo mis palpitaciones a flor de piel.
Cesaron sus besos, incorporó su cuerpo hacía atrás con la intención de divisar desde más arriba. Comenzó a cabalgar, de manera brusca y con brutales bombeos rápidos e interminables.
Los dos gozábamos del momento. En la habitación solo resonaba nuestra carne chocando y mezclada con el sonido de nuestros propios gemidos. Cada vez más fuerte, más rápido, más profundo, más fuerte, más rápido, más profundo...
Sus jadeos se convirtieron en sonidos orgásmicos y su cuerpo, repentinamente se tensó para recibir los espasmos de su clímax. Era increíble sentirme en su interior mientras ella aceleraba para que naciera su orgasmo. Yo podía notar las fuertes contracturas que se producían en su húmedo y empapado tesoro.
Tras terminar con su trance, me miró, me sonrió y me dijo.

- Voy a sacarte hasta la última gota. La quiero para mí.

Desencajó mi velero de su puerto y comenzó a comerme mientras se ayudaba con sus manos. Lo hacía de una manera rápida e intensa con el único objetivo de obtener mi néctar caliente en su boca. Le encantaba sentir las explosiones y su calor, así  me lo había manifestado en más de una conversación.
Y así fue, como poco a poco el cosquilleo intenso de mi orgasmo se hizo presente. Mi mástil comenzó a palpitar y con cada palpitación, un chorro de néctar caliente, y con cada chorro, una nueva succión de ella. Así hasta dejarme seco, sintiendo como la intensidad de mi orgasmo se convertía en un cosquilleo casi insoportable.
Sacó mi pene de su boca, me miró con una sonrisa de satisfacción y se levantó de la cama para marcharse.
Sin duda un café que da para mucho. Una amiga que sabe lo que quiere y yo... ¿Quién soy yo para negarle un café a una amiga?

 


 


Nudos (BDSM)

Vuelta, nudo, vuelta, nudo, tensión y atadura a la pata de la cama. Todo en absoluto silencio, sin prisas, con calma. Así hasta tener inmovilizadas sus muñecas y tobillos.
Me retiro de la cama para divisar a mí presa. Allí está, inmovilizada de brazos y piernas. Vestida solo con unas braguitas de encaje negro muy sexy.
Sus brazos extendidos en cruz y sus piernas abiertas como ofreciendo su regalo.
Sus ataduras son fuertes y su carne así lo demuestra, mostrando un leve enrojecimiento.
Sus ojos están privados de la luz, un simple pañuelo de seda basta para ello.
Su respiración está acelerada debido al miedo y la excitación del momento. Se que su mente inquieta está concentrada en el placer que puedo provocar y la incertidumbre le provoca excitación.
El simple pensamiento de saber que es mía, despierta los instintos que tengo guardados solo para quién los sabe apreciar.
Me dirijo hacia mí maleta, la abro y busco durante un instante lo que quiero. Lo encuentro, ese par de pinzas unidas con una cadenita.
Me acerco a la cama, me inclino hacia su cara y coloco mi boca a escasos centímetros de la suya. Se que siente mi respiración y sé que eso la excita. No la beso, no ahora, será cuando yo quiera, no cuando ella lo espere. Toco su cuello lentamente para después apretarlo con fuerza. Ella jadea, abre su boca y yo soy capaz de ingerir su respiración, caliente y llena de placer.
Suelto mi presión, para darle respiro y lentamente, bajo mi mano completamente abierta desde su cuello hasta sus pechos. Acaricio sus pezones, los aprieto y retuerzo para conseguir su dureza.
Ya están listos, duros como piedras y erguidos hacia el cielo. Es el momento...
Aproximo una de las pinzas y la engancho en uno de sus excitados pezones. Ella exhala el primer gemido de la noche, y a mí me alimenta. Hago lo propio con la otra pinza y consigo su segundo gemido. Mmm, que rico sabe el placer provocado.
Me alejo de nuevo hacia mí maleta, no sin antes divisar la escena. Ella, tan dulce, tan inocente, inmovilizada por las cuerdas de mi pasión. Con sus dos pezones presos de la presión de las pinzas y la sensibilidad que provocan. Y la cadenita que los une, adorna su imponente cuerpo, mi posesión más preciada.
Vuelvo a mirar en mi maleta hasta encontrar lo que busco. Sin duda esto nos gustará a los dos, pienso. Un consolador con vibración a distancia que cubrirá también parte de su clítoris.
Sin decir nada me dirijo hacia su entrepierna, bajo levemente un poco sus bragas y escupo en mi mano. Froto con delicadeza sus labios y su clítoris y descubro que no era necesario, pues ella ya estaba completamente empapada.
Activo la vibración e introduzco el consolador en su interior provocando un tercer gemido. Este es más sonoro, es mayor, me alimenta más.
Subo sus bragas, no sin antes asegurarme de que el juguete esté totalmente introducido y su base cubra todo su clítoris. El sonido de la vibración se amortigua con sus bragas. Ella gime de placer y su respiración se está entre cortando por momentos.
Me alejo y me siento a los pies de la cama en un sillón individual que hay allí dispuesto estratégicamente.
Puedo divisarla desde las sombras sin ser molestado por la luz. Me sirvo una copa y bebo de ella.

- ¿Te gusta perrita? - Pregunto con mi voz ronca y llena de intenciones.

No contesta, solo hay silencio, silencio apenas roto por la vibración del cacharro y sus gemidos.

- Así me gusta, que seas obediente. Ahora, puedes hablar, te lo consiento.

- Sí, me gusta. - Me contesta con voz temblorosa de placer.

Saco el mando a distancia de mi bolsillo y subo la intensidad de la vibración. Me deleito con su placer, con sus gemidos, con sus temblores.
Mi entrepierna, crece cada vez más y comienza su particular lucha por salir de mi pantalón.
Bebo de mi copa y permanezco en silencio durante unos minutos.
Noto como se acrecenta su impaciencia.
Pulso de nuevo el mando y la vibración se vuelve más intensa.
Ella se tensa, sus gemidos son casi gritos de placer y sus temblores se intensifican por momentos.

- ¿Quieres que te folle? - Le digo con voz seria.

- Sí, fóllame. - Me contesta temblorosa.

- No te voy a follar. Hoy no será. Quiero que te corras para mí. Como yo quiera y cuando yo quiera.

Aumento a máxima velocidad la vibración. Su cuerpo espasmódico tiembla de placer. Sus piernas luchan por moverse presas de sus ataduras. Y su respiración y gemidos se hacen aún más fuertes.

- ¡Quiero que te corras!

- ¡Vamos!

- ¡Córrete!

Sus músculos se tensan al máximo, lo dicen todo. Sus manos se aprietan cerrando sus puños.  Su orgasmo sale de su interior en forma de gemido tembloroso que inunda el silencio de la habitación.
Alimenta mi oscura alma de perversión.
La libero de su prisión, sin ataduras, con mimo, con la delicadeza con la que tratarías a lo más valioso de tu vida. A lo que te pertenece. A lo que es tuyo. La acurruco entre mis brazos, aún temblorosa y frágil como la belleza de una flor antes de marchitarse. La acaricio, la beso en la frente. Y así, pasamos segundos, minutos, horas...





Triste y lejano, mi cuerpo se haya mancillado desde el silencio de mi interior. Descerrajado y abierto como caja fuerte, violada cual agujero sin sentido. De dentro a fuera, de fuera a dentro, dan vueltas mis negros pensamientos. Oscuros y fríos cómo nunca fueron desde hace tiempo. Ya no recuerdo cuando cayó el peso de la vida sobre mí. Ya no hay recuerdo de frías noches iluminadas por tu luz.

Fuego, desolación y castigo

Fuego, desolación y castigo, ese es mi mundo, mundo en el que soy dueño y señor desde la creación de la humanidad. Aquí impongo mi yugo a los pecadores de cuerpo y alma. Con fuerza, sin piedad, sin arrepentimiento todos arden hasta consumirse por completo. Atormentados por vivir el castigo una y otra vez hasta la eternidad.
Es mi trabajo, lo disfruto y no tolero rebeldía alguna por parte de mis esbirros. Aquí no hay luz en mi interior, no hay bondad, no hay misericordia.
Sin embargo, cada día visito el mundo terrenal, en busca de luz, en busca de llenar mi oscuridad con los colores de tu pincel.
Visito tu morada, llamo a tu puerta y espero paciente a ser recibido. Pero no, no se abre, ¿porque?...
Quizás no es el momento. Pero aunque no se abre, alimento con palabras mis pensamientos de lujuria y pasión.
Siempre imagino como sería besar tus delicados labios. Como sería acariciarte y descubrir el sonido de tus gemidos. Imagino a qué sabrá el dulzor de tu placer al recorrer con mi lengua ardiente todo tu cuerpo... Por dentro y por fuera.
Imagino también como sentiría tu interior al hacerte el amor.
Me imagino siendo devorado por ti, mientras mi fuego se desboca  y te envuelve por completo...
Pero como siempre, al final, tras nuestras charlas divertidas y llenas de intenciones. Me retiro a mí cubículo y descanso ardiendo en deseos de vivir lo imaginado contigo. A la espera de un nuevo día, lleno de castigo y de la luz de mi deseo.



domingo, 23 de julio de 2023

RELATO - Libérame o déjame pensar

Sumergido en la búsqueda de literatura erótica-romántica, me di cuenta de que las que contaban una buena historia y relataban hazañas sexuales desde el buen gusto, casi siempre estaban escritas desde el punto de vista de un personaje femenino. Las pocas que encontré con protagonistas masculino se desvinculaban un poco de contar una buena historia de amor y se centraban mayoritariamente en el sexo. En muchas ocasiones, los relatos eróticos escritos para hombres no van más allá de meros relatos cortos, inconexos y sin hilo argumental. Solo intentan mantener a duras penas la parte sexual sin importarles ir más allá de lo carnal y explícito. Es por esto, que siendo lector de este género, me animé a escribir un relato de amor y sexo vivido desde un punto de vista masculino e intentar mantener un buen relato que invite a seguir leyendo más. Libérame o déjame pensar, es ese relato del que os estoy hablando. Desde aquí lo iré publicando poco a poco con la intención de descubrir si finalmente fracaso en mi empeño de dar un aire nuevo al género, o por el contrario consigo plasmar todo lo que os he comentado que me gustaría crear. No soy ni me considero escritor, pero os prometo que haré todo lo que esté de mi mano para que se note lo menos posible. Espero que os guste.

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martes, 17 de diciembre de 2019

LIBÉRAME O DÉJAME PENSAR. PARTE 10


LIBÉRAME O DÉJAME PENSAR     PARTE 10

La oscuridad inunda mi salón y descerraja mi interior a cada minuto que pasa. No he vuelto a ser persona desde que me enteré de la partida de Mónica.
Se ha marchado y a puesto tierra de por medio. Me llamó aquel día y se despidió a su manera, como un día normal, sin mayor importancia. Me dijo que sentía mucho lo que había pasado y apenas me dejó hablar.
He intentado llamarla en más de cien ocasiones, pero no ha querido contestar. Me enteré que se marchó porque solicitó una excedencia a la empresa y recogió todas sus cosas. No puedo vivir con la idea de que yo haya sido el causante de su incomodidad y que hiciera que se decantara por huir.
He convertido mi vida en pura monotonía dramática. Me limito a sobrevivir buscando aliento en cualquier cosa que haga cambiar mi apatía. Todo me da igual, todo me importa una mierda y ya no hay más que oscuridad en mi corazón.
Megan me ve en el trabajo y sufre por mí. En el fondo y a pesar de todo lo vivido con ella, me aprecia y puedo notar el dolor en su mirada cada vez que me ve así. En hasta cuatro ocasiones me ha animado a salir con ella para tomar unas copas. Pero yo no tengo cuerpo ni mente para ello. Estoy fabricando mi propia espiral de autodestrucción y hasta que no termine conmigo mismo no cesaré en el empeño.
Hoy me fui un rato antes del trabajo, pensé en ir a comprar algo de comida, pero como siempre, acabé tirado en el sillón de mi casa. A eso de las siete de la tarde sonó mi teléfono. Era Vanessa la que me llamaba, su tono de voz sonaba urgente y yo la intenté tranquilizar para que me contará que es lo que ocurría. Tras unos segundos de sosiego impostado, me contó que había discutido con Jorge. Que no sabía por qué, pero que se había puesto hecho una fiera durante una discusión. Que la había llamado puta y que salió llorando con el coche a toda velocidad. Me dijo que llevaba más de una hora intentando llamarlo y que no contestaba a sus llamadas. Yo la intenté tranquilizar y la comenté que intentaría hablar con él. Que no se preocupara, que seguramente habría ido a casa de sus padres. Jorge es de los que a pesar de tener ya una edad, ante cualquier problema, siempre se a refugiado en el calor de los brazos de sus padres.
Le llamé varias veces y al ver que no me lo cogía, no quise seguir insistiendo. A la noche lo vuelvo a intentar, pensé. Y volví a dejar el móvil sobre el sillón, a mí lado.
Perdí la noción del tiempo y me quedé traspuesto. Tan solo el sonido del timbre de una nueva llamada consiguió sacarme de mi aletargado sueño. Será Jorge al ver mi llamada perdida, pensé. Y tras comprobar lo incierto de mi teoría, vi que en la pantalla se anunciaba el nombre de Vanessa.
Tumbado sobre la cama del hospital, lleno de cables, dormido, en un lugar frío e impersonal, allí estaba Jorge. Inerte y sosteniendo el fino hilo que a duras penas le unía a esta vida. El sonido del bip y del respirador retumban en mi cabeza. Vanessa me llamaba para decirme entre llantos que había sufrido un accidente y que estaba en coma, postrado en la cama del hospital de la Paz. Yo estaba allí, inmóvil, frente a él, apretando mi puño con fuerza y martilleando mi mente con sentimientos de culpabilidad. Apenas pude reprimir las lágrimas que brotaban de mis ojos. Amigo, amigo del alma que tantas veces me saco del hoyo y que yo con mi falta de tacto y humanidad le había invitado a caer. Vanessa está a su lado, no lo merece, una mujer que no ama no debería de velar por un amor de placebo. Pero ahora mismo eso no importa, está allí y sé que Jorge así lo habría querido.
No sabemos si va a despertar, ni si en el caso de que lo hiciera, como lo hará. Los daños son graves. Por dentro y por fuera, nos ha comentado el doctor.
Un guardia civil nos indicó que su vehículo se salió de la calzada sin sentido alguno. Así, sin más, en plena recta de una autovía. Sin circunstancias atenuantes que hicieran pensar que algún fallo mecánico fuera el culpable. Sin nadie implicado que hiciera que esto ocurriera... Sin nadie implicado que estuviera allí, pero si en su herido corazón, pensaba para mí mientras el policía proseguía contando.
No lo esperaba, no sabía que mi cuerpo tuviera que soportar una losa aún más pesada sobre la que ya llevaba puesta. No se como voy a salir de esta y no se cómo voy a gestionar la rabia y la furia que emerge de mi interior.
No digo nada a nadie. Me giro y me marcho del hospital. Siento la mirada de Vanessa clavada en mi persona, probablemente con la culpa en el rostro y viendo cómo se queda sola ante tan frío escenario.
Llego a casa. La cabeza me va a estallar. Me siento sobre el sillón con intención de encontrarle sentido a mi vida, pero ahora mismo no encuentro nada. Poco a poco siento más tensión en mi cuerpo, mis músculos afloran la rabia interior que a duras penas he conseguido retener. Me levanto cual resorte mecánico y la emprendo a puñetazo limpio con la puerta del salón. Los golpes de mis nudillos contra la madera suenan terroríficos, pero yo no sé cuándo ni como pararlos. La sangre de mis manos tiñe de un terrible rojo el marrón barniz de la madera.
Me vendo mis maltrechos nudillos con una gasa y me voy al mueble bar. Allí localizo mi siguiente objetivo, un chivas de 30 años a día de hoy sin abrir. Al principio pienso en un vaso, pero antes de que pueda ir en su busca, la botella entera se convierte en mi mejor amiga. Pienso beber durante toda la noche y así lo hago. Empiezo a notar los efectos del alcohol en mi cuerpo hormigueante. El teléfono suena, es Megan, pero no lo cojo.
Pasan varias horas y cada vez me siento más ebrio. Pero no una embriaguez alegre, no una de esas que te sueltan la sonrisa tonta y la lengua a partes iguales. Una de esas que te unen más en el sentimiento de culpa.
No se cuánto tiempo he pasado inconsciente. He despertado por la mañana tirado en el sofá, con dolor de cabeza y cuerpo resacoso. He decidido mandar un mensaje a recursos humanos de mi empresa e indicarles que no asistiré al trabajo por enfermedad. Como puedo, dando tumbos, me marcho al cuarto de baño y me cambio los vendajes de los nudillos. Me duelen, pero en estos momentos tampoco me importa demasiado. Mientras me lavo las heridas escucho mi teléfono sonar, todo el tiempo, insistente, timbrando en mi cerebro. Voy al salón y veo una llamada perdida de Megan, no entiendo su insistencia, no es momento de tontear y me resulta incómodo que no sea capaz de darse cuenta de ello. Es tenaz, insistente y de ese tipo de personas que no saben aceptar un no por respuesta.
Pasan los días, mi casa se cae encima de mi tristeza, presiona la poca humanidad que me queda hasta extinguirla casi por completo.
Me meto en la ducha e intento disfrutar del agua golpeando en mi cabeza.
El timbre de casa suena. A penas lo he conseguido escuchar, vamos, de milagro diría yo. Cierro el grifo de la ducha y tapo mis vergüenzas anudando una toalla en mi cintura. Salgo hacia el encuentro del visitante. Que frío siento a medida que voy llegando a la puerta. Hace días que no enciendo la calefacción y se nota la llegada del invierno.
Abro la puerta, y para mí sorpresa, me encuentro a Megan. Es mi jefa, lo sé, llevo varias semanas faltando al trabajo y entiendo que lo correcto sería haberme despedido mandándome una carta, ¿pero venir aquí?
En estos momentos no estoy para sermones y la verdad es que me da igual lo que pueda decirme o hacerme.
Megan está seria. Me mira de arriba a abajo y me saluda.

- Hola, me saluda con cara seria y algo preocupada.

- Hola Megan. Le devuelvo el saludo frío, como mi casa y mi vida en estos momentos.

Se mantiene un silencio incómodo en el que ella espera a ser invitada a mi casa y yo no tengo ganas de lanzar dicha invitación. Finalmente rompo el silencio de la manera más seca.

- Escucha, si vienes a recriminarme algo te pediría que no lo hicieras. Actúa en consecuencia y si tienes que despedirme, prefiero que lo hagas sin sermones, por favor.

Me mantengo serio, con una expresión que evidencia mi carencia de sentimientos.

- Se lo que ha pasado Roberto, en el trabajo me han informado de lo ocurrido y lo siento mucho, de verdad.

- Estupendo Megan. Le digo serio y con indiferencia.

Me meto hacia el salón dejando la puerta abierta. Megan apenas tarda en reaccionar y avanza tras de mí. Yo me siento en el sillón y me mantengo serio y distante. Ella se sienta a mi lado y se mantiene en silencio también. Mira con atención todo el desorden que la rodea. Está todo por medio, pero en realidad a mí me da un poco igual. No me importa que vea todo lo que hay por ahí, todo lo sucio y todo lo que no debería de campar por el salón. Me mira fijamente y provoca un estallido de furia que escapa de mi interior.

- Megan, no necesito de tu compasión, no quiero que cuides de mí, ni necesito que te preocupes. Tú y yo solo somos jefe y empleado y así es como debe de ser. ¿¡De acuerdo!?

- Roberto, yo solo he venido a ver cómo estabas, se por lo que estás pasando. Me dice apenándose por mí.

- ¿¡Tú que coño vas a saber por lo que estoy pasando!? ¡Mi vida se fue a la mierda hace semanas y no tengo ni fuerzas ni ganas para cambiarla. ¿¡Entiendes!? Grito enfadado. ¡Por el amor de dios! Mi amigo se muere en una cama de hospital por mi culpa. ¿Tú que vas a saber?

Sin control alguno, rompo a llorar como un bebé privado de su antojo. Me siento débil, frágil y ninguneado por el destino. Hace unas semanas me sentía como el rey de mi propio destino y ahora, no llego a ser ni un simple lacayo.
Megan se acerca a mí, me abraza y me acurruca entre sus brazos. Yo puedo sentir su calor, su vida, su ternura y todo eso que parece reconfórtame por dentro. No se cómo pero mis labios se encuentran con los suyos. Se que no debo hacerlo, pero mi mente está confusa y mi corazón herido de muerte. Su presencia, su olor, sus labios me atraen hacia un torbellino caliente de sensaciones.
Nos besamos con pasión durante un largo instante. Ella me mira y yo puedo percibir dudas en su mirada, pero nuestro fuego desprende tanto calor que apenas deja un ápice de sentido común. Megan huele dulce, su piel es suave y mis manos, doloridas por la culpa, desabotonan cada botón de su blusa. Uno a uno, sin prisas, pero sin pausas.
Sus pechos asoman rebosantes de placer. Incitan a mis impulsos por saborearlos y yo en estos momentos no tengo topes ni remilgos. No cabe duda de que ella está tan excitada como yo, pues sus pezones erguidos y endurecidos me incitan a una rápida degustación. Sin pensar demasiado y tras mirarla fugazmente, grabo su lasciva expresión en mi mente y me dispongo a tocarlos, lamerlos y morderlos hasta provocar esos deseados gemidos en ella.
Mi mano, torpe y nerviosa a partes iguales, lucha por abrirse paso a través de su falda. Me siento raro, poseído y sin tacto y delicadeza alguna. De manera vertiginosa me quito la toalla con la intención de follarla y eso hace que Megan se sienta incómoda. Mi repentina ansia por saciar mi apetito sexual a toda costa, la hace despertar de su trance de placer y la devuelve a una realidad aún más cruda de lo que podría imaginar. Intenta zafarse de mi presión, tal y como lo haría la presa de un león cuando lucha por no ser devorada. Yo sigo en mi empeño hasta recibir una fuerte bofetada que me hace volver al mundo real. La miro y veo el pánico en su mirada, dios ¿Qué he hecho? soy un monstruo, me estoy convirtiendo en lo que tanto he odiado durante toda mi vida.
Mil lágrimas comienzan a brotar por mis ojos y corretean velozmente por mis mejillas. Megan se recompone la ropa y permanece a mí lado. Yo me derrumbo y ella me acoge entre sus brazos. Y así, permanecemos durante horas.


CONTINUARÁ

martes, 26 de febrero de 2019

LIBÉRAME O DÉJAME PENSAR. PARTE 9


LIBÉRAME O DÉJAME PENSAR     PARTE 9


La puerta se abre y yo a duras penas puedo disimular mis nervios. Megan me mira siendo participe de ello. Me sonríe, me toca el brazo con ternura y me pide que me deje llevar.
Es una sala grande, con muy poca luz y repleta de detalles japoneses que pueblan cada centímetro de sus paredes. En el centro hay una gran cama redonda, grande, muy grande. Está adornada con delicadas y finas telas que se deslizan a través de cuatro postes de madera con detalles tallados. No cabe duda que este lugar es tan acogedor que invita al placer. La música sensual que suena así lo indica.
Al fondo podemos ver a nuestros invitados. Hay tanta distancia entre nosotros que apenas puedo percibir sus siluetas.
Al instante, para mí sorpresa, dos hermosas mujeres de tez morena se aproximan hacia nosotros. Con una extrema delicadeza nos ayudan a desvestirnos y a cubrir nuestros cuerpos desnudos con unos suaves y sedosos kimonos.
Megan me coge de la mano, no se, creo que en otro momento no habría sido un gesto bien recibido por mí, pero ahora... Siento que lo necesitaba. Me da tranquilidad sentir su tacto, ver cómo me mira y se sonríe.
Me lleva hasta la cama donde podemos ver que la otra pareja ha vivido lo mismo que nosotros. Ambos visten sus kimonos y llevan sus máscaras de carnaval puestas.
La chica parece nerviosa, su cuerpo tiembla al igual que el mío. Tiene una bonita figura, al menos es lo que se intuye a través de su kimono. A Él se le ve más experimentado, más acostumbrado a este tipo de situaciones. Se le aprecia impaciente, es como si le costara reprimir los deseos que tiene por estar con Megan.
Nos adentramos en la cama avanzando de rodillas hacia el centro. Lentamente, sin prisas, con los miedos que reflejan nuestras mentes interpretados por nuestro cuerpo.
Megan frente al hombre y yo frente a la joven. Empieza el asalto...
La miro a los ojos, como intentando ser cómplice de sus temores. Su máscara apenas me deja verlos. Solo el temblor de su cuerpo me confirma sus nervios. La sonrío buscando su tranquilidad. Creo que ella está peor que yo y no deseo que esto vaya a convertirse en una experiencia a olvidar. Acerco mi mano y acaricio suavemente su mejilla, al menos lo que me permite su máscara. La muchacha en un principio se asusta, da un pequeño respingo hacia atrás, pero después lo agradece. No me aparta la mirada. Me mira a los ojos, y no sé por qué mi corazón inicia una galopada como queriendo salirse del pecho. Mis dedos llegan hacia sus labios, los contonean, los acarician y ella me los besa con mimo y delicadeza. Cierra sus ojos con intención de dejarse llevar y comienzo a sentir como su tranquilidad invita a la mía.
Megan se besa con el otro hombre. Ella lo hace apasionadamente, aunque mantiene sus ojos clavados en mí. El tipo la manosea sin tacto alguno, como si de un juguete se tratase. Yo prefiero no mirarlos. Ser participe de sus actos me desconcentraría de manera estrepitosa y me llevaría al fracaso. ¿Pero qué estoy diciendo? Sí en verdad dará igual que mire o no mire. Nunca he sido capaz de desconectar mi mente de la realidad y mucho menos de desactivar mis radares prehistóricos. Haga lo que haga, parte de mi estará fuera de mi propia jugada. Analizándolo todo, como el vigilante eterno que soy.
Me intento centrar en la chica. Quiero que se sienta tratada como una reina y que no tenga esa sensación de haber sido utilizada. Al menor signo de incomodidad por su parte tengo claro que se terminaran estos juegos. Pronto sus nervios dejan paso a su placer. Cada caricia en su mejilla es un jadeo placentero. La miro a los ojos, me mira con deseo. Paseo mi pulgar por sus labios. Ella lo recibe con deseo, sin apartar su mirada libidinosa. Lo chupa, lo muerde y pasea su lengua por el. Yo acerco lentamente mis labios hacia los suyos y noto que ella los desea. Su cuerpo, su mirada y sus jadeos así lo demuestran. Comienzo a besarla, suave, tiernamente y con delicadeza... Me encanta. No sé qué tiene está mujer, pero el solo echo de rozar sus labios con los míos hace estremecer mi cuerpo.
Las máscaras son incómodas, la mía, la que más. La gran nariz que tiene me impide disfrutar de sus besos, me cuesta trabajo moverme y de vez en cuando me roza con la de la suya. Ambos sonreímos cuando esto ocurre. Juguetones y simpáticos no nos dejamos de mirar con complicidad y como si nuestros pensamientos estuvieran conectados, decidimos quitárnoslas. Yo inicio el gesto y ella hace lo propio confirmándome que es buena idea. Ambos queremos disfrutar del momento y sabemos que nuestro mayor impedimento es nuestra nariz.
El brillante instante vivido no tarda en teñirse a oscuro. Puedo comprobar la estupefacción de su expresión cuando yo termino de retirar mi máscara. Ella está aún con la suya a medio quitar. No entiendo, no sé que ocurre, que ha pasado para que el blanco de repente se transforme a negro y las risas cesen en un instante tan corto. Con terror en su mirada, retira la suya y hace que ahora sea yo el que quede estupefacto...
Ella es Mónica. La misma que ha disfrutado de mis besos y hacía trotar mi corazón. Sin embargo su expresión delata cierta confusión. No sabe cómo reaccionar ni qué hacer y yo apenas puedo articular palabra.

- ¿Mónica? - La nombro como arqueólogo perdido.

- Yo... Lo siento. - Me dice entre apenada y nerviosa.

Se levanta como un resorte y así, sin más que añadir, sale huyendo del lugar cual cenicienta a las doce. Yo me levanto y corro hacia ella, pero a mitad de recorrido pienso que lo mejor sería dejarla marchar. Me siento en una pequeña banqueta que hay cerca de la puerta y lamento mil veces mi presencia allí. La cabeza me arde al tiempo que siento como si me fuera a estallar. Sentado en el taburete, inclinado hacia delante, me aprieto la sien con mis manos.
Miro por un instante a Megan con la intención de despedirme, aunque sea con un gesto. Y veo que ella me mira también. Está semidesnuda y tiene ya al tipo encima. Tiene cara de preocupación, sabe que algo malo ha pasado entre nosotros y que yo no estoy pasando por un buen momento.
Veo que intenta, sin éxito, parar los juegos de su acompañante. Megan parece incómoda con la situación y finalmente, llevada por su carácter, se quita al individuo de encima de un empujón. Este, al recibir dicha negativa, sin venir a cuento, propina un fuerte bofetón a Megan que resuena por toda la estancia.
Yo nunca he sido un niño que sufriera de malos tratos ni qué los viviera en el seno familiar. Pero lo que sí que he sido, y con mucho orgullo, ha sido un niño al que desde bien pequeño le han inculcado valores éticos y de respeto hacia los demás. Nunca he tolerado ser un testigo impasible de cualquier injusticia que se paseara ante mis ojos. Y ahora es algo que no estoy dispuesto a tolerar.
Me levanto de mi reposo como si el mismo demonio azuzara mis movimientos. Megan está sentada con la mano en la mejilla. Yo apenas le dedico una fugaz mirada mientras encamino mis pasos hacia el despojo humano que está con ella, así bautizado por mí a partir de ahora.
Agarro su cuello y lo aparto de Megan en tres pasos. Solo tres, distancia suficiente para aislarle de ella y propinarle un fuerte puñetazo en la cara que hace que caiga al suelo. Ni se intenta levantar, se toca la mejilla y me mira con temor. Mírale, pienso para mí, da hasta pena el maltratador hijo de puta. Me acerco hasta Megan, aún en estado de shock y tras adecentar sus ropas la saco del lugar. Pido un Uber y la llevo al hotel donde estuvimos la otra vez. Durante el trayecto no dice nada, está ausente y temblorosa. Cuando el coche se detiene en la puerta, Megan sale de su estado de shock y agarra mi brazo fuertemente. Me ruega que por favor no la dejé sola, que me quede con ella. Yo estoy muy jodido, lo que me ha pasado dinamitó mi moral por completo, pero entiendo que Megan me necesite y por eso decido enterrar mi dolor hasta ver el suyo curado.
La subo hacia su habitación, la gente nos mira con recelo y es comprensible, pues aún llevamos puestos los kimonos. La llevo a su cama y me tumbo a su lado. Ella se gira dándome la espalda y agarra mi brazo para que se lo pase por encima. Ahí estamos los dos, pegaditos y haciendo la cuchara como si de una pareja de novios se tratase. Sigue temblorosa pero poco a poco la siento tranquilizarse. Su respiración comienza a ser más fuerte y algo más profunda. No cabe duda de que se ha quedado dormida.
Yo no puedo dormir, mis nervios me lo impiden. Me escabullo como puedo sin hacer ruido alguno y me voy al baño para darme una ducha. Salgo empapado, me seco el cuerpo con la toalla y después me la anudo a la cintura. Nervioso aún, decido sentarme en una lujosa y cómodo silla que hay a los pies de la cama. Me paso toda la noche asombrado por su belleza. Su piel tersa y delicada apenas tiene que envidiar a las sábanas de seda que cubren su descanso. Se la ve tan frágil ahí tumbada que me cuesta trabajo pensar que sea la misma persona que conocí en aquel local liberal.
La noche da paso al amanecer y yo no he dormido nada. La cabeza me da vueltas y el dolor que siento en el corazón me tiene hipnotizado en una espiral de autodestrucción. Sin duda, lo mejor que puedo hacer antes de que Megan despierte es marcharme de allí. Así pues, me visto en silencio y encamino mis pasos hacia mi casa.
Son las cinco y media de la madrugada cuando entro por la puerta de mi hogar. Pienso en mi cama, necesito dormir algo. Me quito el dichoso kimono y me tumbo sobre ella. No sé cuánto tiempo pasa hasta que consigo que se me cierren los ojos de puro agotamiento. Por la mañana, mi estómago se ha convertido en mi despertador y a eso de las doce ha comenzado a bailar.
Me despierto como con resaca, y eso que no bebí. Me duele la mano y tras un examen ocular, puedo comprobar que tengo los nudillos hinchados. No cabe duda que el energúmeno era un cara dura.
Un poco de hielo me aliviará. Cojo una bolsa y me la anudo en la mano derecha. Me siento en el salón y enciendo la televisión. La verdad es que no me ayuda. Pensé que sería buena idea ver alguna película o serie pero como me suele ocurrirme en estos casos, mi cabeza no para de dar vueltas. No entiendo nada, no sé que hacía Mónica en aquel lugar. Y mucho menos me puedo imaginar por qué estaba con ese idiota. Por una parte, me maldigo por lo que pasó, pero por otro lado pienso en sus besos y en lo que sentía al dárselos. En como en aquel instante mi corazón parecía que se iba a salir de mi pecho. Jamás había sentido nada igual y puedo asegurar qué tal y como se precipitaron los acontecimientos, yo no sabía que era ella, pero mi cuerpo sí. Es como cuando se habla de esas ñoñerías en las que se dice que cuando besas a la persona predestinada a ser tu media naranja, lo notas. Yo nunca lo creí, pero ahora... No sé qué pensar.
Mi teléfono móvil suena, desearía que fuera ella, pero no. Es un número desconocido y yo... Hoy no estoy para números desconocidos.
El domingo llega a su noche y decido pedir una pizza para cenar. Se que no es lo más sano, pero un día es un día.
A las doce me voy a la cama, me intento relajar para poder dormir, pero hasta la una y media no lo consigo. Mi despertador suena incesante y yo tengo mucho sueño.
En la oficina está todo normal. Todo a excepción de una cosa que no me agrada descubrir. Mónica no me ha ido a trabajar y pienso que habría sido bueno que habláramos del tema. Después de pensar esta noche en frío sobre lo ocurrido y su reacción, creo que ella no es partícipe de mis sentimientos y deberíamos zanjar este tema. Enterrarlo en una profunda fosa y dejar pasar el tiempo necesario hasta que mi corazón se recupere. Quizás, incluso me plantearía un cambio de trabajo.
La llamo por teléfono hasta en tres ocasiones, pero me salta constantemente su contestador. Tranquilo, tranquilo, necesita tiempo.
Llega la hora de la comida y me voy hacia el comedor. Miro la colección de guarrerías de comida rápida que ofrecen e intentando seleccionar lo menos dañino para mi organismo. Pero desde luego que me lo ponen difícil. No hay nada menos perjudicial que lo anterior que haya visto.
Antes de poder realizar mi elección alguien llama mi atención con pequeños toquecitos en el hombro. Me doy la vuelta y allí está... Esa preciosa mujer vestida con un elegante traje de ejecutiva.

- Hola Megan. - La saludo con una amplia sonrisa.

- Hola guapo. - Me contesta sonriente.

Noto que lleva exceso de maquillaje en la cara, algo poco habitual en ella. ¿Disimulando el bofetón que le dio el mono-neuronal?... Quizás.

- ¿Qué tal te encuentras? - Le pregunto con simpatía.

- Bien, estoy bien.

La noto algo cortada, poco habitual en ella.

- Escucha Roberto, sé que no eres hombre que busque recompensas, pero si no te importa, me encantaría invitarte a comer. Necesito agradecerte todo lo que has hecho por mí y...

Se mantiene en silencio avergonzándose aún más. Sé que no es mujer de dar las gracias y no la culpo, porque se que quizás su estatus social la ha llevado a no tener que hacerlo. Se que le está costando horrores, y más aún, siendo conocedora de mi postura sobre no aceptar regalos ni cumplidos. No me gusta verla así y prefiero recuperar a la Megan que irradia seguridad allá por dónde pasa, así que aceptaré su invitación, pero no sin condiciones.

- Por supuesto que me encantaría comer contigo Megan. - Le indico con una sonrisa.

Su cara de sorpresa ante mi respuesta inesperada la delata. Sin duda, no esperaba que accediera.

- ¡Estupendo! Conozco un lugar que te va a encantar. Voy a llamar al chófer. - Me dice nerviosa mientras busca su móvil en el bolso.

- No Megan, tú invitas, pero yo elijo el sitio. ¿Te parece? - Le digo impostando un poco mi tono de voz.

Al principio se queda paralizada, pero tras soltar una pequeña carcajada, me contesta que sí.
Le damos el día libre al chófer y nos vamos en un taxi. No me gusta ir encorsetado en un coche con chofer como si fuera un ricachón. La llevo al bar de mi amigo Pepe, El Pepes. Una pequeña tasca muy acogedora que se encuentra a las afueras de Madrid. Pepe y yo nos conocemos desde la universidad, es un gran amigo. Ambos cursamos la misma carrera de informática, pero sin embargo, tras unos años ejerciendo, Pepe decidió montar su propio negocio. Y que mejor que un bar para olvidarte de tantos bytes.
Pido unas hamburguesas, hoy elijo por ti, le digo sin dejarla opción. Ella parece sorprenderse con todo, al principio la noto como si se sintiera fuera de lugar, pero poco a poco va integrándose y comienzo a sentir que lo disfruta. Mientras hacemos tiempo a la llegada de nuestro manjar, decidimos no hablar de trabajo. Ella me cuenta que nunca había estado antes en un lugar como este. Su familia, que siempre ha tenido mucho dinero, desde pequeña la habían llevado a los lugares muy selectos. Nada parecido a Pepes. Pero que le encanta el lugar y que la compañía es inmejorable.
De repente, ante nosotros se presenta el plato fuerte de la velada. Dos enormes y grasientas hamburguesas listas para hincarles el diente.  A Megan no se le borre la cara de sorpresa. No consigue disimularla y las mira con la boca exageradamente abierta.

- ¿Pero cómo voy a morder esto? Es, es... Enorme. - Dice Megan muy sorprendida.

Mi risa comienza suave y se acentúa al ver sus ojos desorbitados. No puedo parar de reír y con cada una de mis carcajadas provoco el contagio de las suyas.

- Mira, esta hamburguesa se come de una manera única. La coges con las dos manos, la aprietas, todo, todo lo que se necesite para que pueda entrar en la boca y... Cuanto más chorreé, más significará que has aprendido a comerla.

- Pero, vamos a ponernos perdidos. - Contesta titubeando.

- ¡Eso es! El que acabe más perdido de pringue, gana. Coge tu hamburguesa.

Ella hace lo ordenado. Aún con cara de sorpresa.

- A la de una, a la de dos y... ¡A la de tres! - La incito sonriente a la carrera.

Megan aplasta su hamburguesa y todo el ketchup y la mostaza comienzan a chorrear por todas partes. Ella, sin dudar un instante y sin parar de reír comienza a dar grandes mordiscos. Yo hago lo propio y la miro sin poder dar crédito. Me encanta verla así, accesible, como una persona normal. A pesar del contraste de su elegante traje de ejecutiva ahí está... Devorando una enorme hamburguesa. Hay que reconocer que verla comer esta hamburguesa la embellece. La hace más humana y más bella...
Recuerdo a Mónica y mi corazón recibe un pinchazo. A pesar de sentir como mi interior se oscurece, por fuera lo consigo disimular y lo supero sin que Megan lo haya notado.
Terminamos de comer y nos quedamos un rato más charlando.
Megan pertenece al seno de una familia adinerada. Desde la época de su tatarabuelo, siempre han tenido empresas. Me cuenta que a ella la educaron para seguir con la empresa familiar. Que poco ha conocido de una vida normal. Desde pequeña fue a un internado y después, cuando empezó su carrera de empresariales la mandaron a Bélgica, donde estuvo muchos años. Por lo que puedo intuir de lo que me cuenta y como lo cuenta, no creo que haya tenido un ambiente familiar muy normal. Creo que el amor de sus padres nunca existió. Que ella debe de sentir un gran vacío. cuando habla de su infancia sus ojos se humedecen. Y cuando menciona a su hermano perdido, que no ve desde los quince años, casi le cuesta tragar saliva a causa del nudo que se le forma.
Salimos del Pepes y la invito a pasear. Ella acepta encantada y ambos paseamos por El Retiro. Está atardeciendo y parece que no pasará demasiado tiempo para que la tarde de paso a la noche. Yo le cuento de mis andanzas por la universidad y de las gamberradas que montábamos Pepe y yo. Ella no para de reír.
Repentinamente mi teléfono comienza a sonar y yo lo saco de mi bolsillo. En la pantalla puedo ver el nombre de Mónica. Es ella, esa mujer que provocó en mi tanto con tan poco. Me pongo nervioso, mudo, como idiota. Megan me mira y se sonríe.

- Venga Rober, cógelo, lo necesitas. Lo he pasado genial y te doy las gracias por este momento.

La miro y me quedo mudo, sin saber que decir. Ella no es tonta, intuye por lo que estoy pasando y me facilita la retirada.

- Yo estoy bien, no te preocupes. Nos vemos en la oficina. - Me dice sonriente, me besa en la mejilla, me guiña un ojo y se marcha. Así... Alejándose de mi.

Yo la miro y me siento egoísta. Tengo una sensación incómoda en mi interior. Siento como si la hubiera utilizado. Miro mi móvil y la miro a ella, ya lejos de mi.


CONTINUARÁ