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RELATO - Libérame o déjame pensar

Sumergido en la búsqueda de literatura erótica-romántica, me di cuenta de que las que contaban una buena historia y relataban hazañas sexua...

miércoles, 18 de julio de 2018

Desde su interior.





Hola a tod@s. Con este escrito quise ponerme a prueba e intentar descubrir si podía escribir desde un punto de vista femenino. Espero que os guste y con suerte, espero haberlo conseguido.


Era la primera vez que me animaba a ir a un local de estos. Liberales, así es como los llama. Pero a mí, tan solo pensar en ir, de momento me hace sentir como cordera hacia el matadero. Soy una chica tierna, romántica y que aún sueña con príncipes azules. A pesar de lo ardiente de mi deseo, siempre he buscado algo mas que una relación carnal y vacía. Llámame antigua si quieres.
Ya estoy aquí, en la puerta del local. Sola, cagadita de miedo. Me acerco a la entrada y no tardan en indicarme que es un horario mixto. Que hay una zona para las parejas donde no pueden ir los chicos solos y otra donde sí.
Ya estoy desnuda, tan solo cubierta por una toalla y me dirijo hacia la piscina. Mis amigas me han hablado de ella y me han contado que siempre han vivido buenas experiencias en ella. Yo, estoy a punto de comprobarlo.
Allí me meto, lentamente, con decisión, pero con mucha vergüenza. Dentro hay dos parejas y un chico. Las parejas están a su rollo, con sus juegos. Creo que ni tan siquiera y se han percatado de mi presencia. Pero el chico sí. No cesa de mirarme y a mí me da vergüenza y a la vez morbo. Me mira con una bonita y tranquilizadora sonrisa. Es majo y en su mirada no veo nada sucio. No hay desesperación ni nada por el estilo. Solo una sonrisa que poco a poco me hace sentir mejor. Una vez dentro y a escasos 3 metros de él, me saluda con un simple hola. Yo cortésmente se lo devuelvo. En mi casa siempre nos han enseñado a ser educados. Si te saludan, saludas.
Me pregunta que si estoy sola, y yo no dudo en contestarle nerviosa y acelerada.

– Sola, pero es la primera vez y estoy muy nerviosa. No se que hago aquí.

Pienso; dios, estos nervios me van a matar. ¿Por qué narices no me he limitado a un simple sí?
Él manteniendo su sonrisa. Al ver que estoy muy nervioso intenta tranquilizarme.

- No te preocupes, si es tu primera vez aquí, es normal. Voy a dar una vuelta por el local ¿Quieres que te lo enseñe?

A estas alturas yo seré tímida y todo lo que quieras, pero no soy una mosquita muerta. Se perfectamente a lo que se refiere. Así que sin pensarlo mucho le digo cortésmente que no, que prefiero disfrutar un poco más del agua. Él se despide y sale de la piscina.
Mientras, yo no puedo dejar de mirarlo y pienso; jodeeeer, pero que gilipollas soy. El chico tiene un cuerpo de diez. El agua de la piscina serpentea por cada uno de sus músculos. Su espalda es ancha e incita en mi mente el deseo de acariciarla y arañarla. Su culo es redondo y con pinta de estar durito. Despierta en mí la imaginación y yo no puedo hacer otra cosa que arrepentirme de la precipitada decisión de mi respuesta.
Allí estoy ahora, sola. Ssola porque quiero. Sola con el ardor del deseo. Sola por idiota. Me castigo la mente durante unos minutos que se me hacen eternos y las parejas de mi alrededor siguen con sus caricias. Poco a poco, estas van saliendo del agua para pasar a juegos mayores. Y yo ahí, sola. Como se dice coloquialmente. Sola como la una.
Armándome de valor y con la intención de al menos alimentar mi mirada, salgo de la piscina y seco mi cuerpo como puedo con la toalla. Me la coloco para tapar mi avergonzada desnudez y comienzo a deambular por las instalaciones del lugar. Tengo frío, pues a pesar de haberme secado, mi cuerpo no encuentra la temperatura adecuada. Varias salas temáticas se encuentran frente a mí. Parejas que juegan entre ellas y chicas con varios chicos alimentan mi calor interior. Ufff, que lujuria, y que placentero se ve todo desde fuera. En una de las salas localizo a mi Adán. No cabe duda de que lo está pasando muuuy bien. Está recostado, disfrutando del placer que dos mujeres le propinan. ¡Joder! Menuda arma se calza el amigo. Ya está, me arrepiento aún más. Seré imbécil. Creo que podría pasar por todo el diccionario de auto insultos y aún me faltarían para describir como me siento.
Su mirada se cruza conmigo. Me mira, me observa con deseo y me sonríe. Yo estoy ahí, plantada como una idiota en la puerta. Mirando desde fuera como espectadora, pudiendo haber sido la protagonista de la película. Que de buena gana me uniría a la fiesta, pero esto ya son palabras mayores. No es lo que busco. No es lo que siento.
Al ver mi indecisión, mi Adán particular me sorprende. Se incorpora y cuchichea al oído de las chicas algo imperceptible para mí. Se levanta de la cama y se acerca. Yo siento como me tiemblan las piernas a causa de los nervios.
Me tiende su mano y me obsequia con una nueva y amplia sonrisa que me vuelve a transmitir tranquilidad. Yo dudo, pero tengo claro que no voy a volver a cometer el mismo error que antes. Le ofrezco mi mano y tras darme un beso en la frente, me lleva hasta otra habitación más pequeña. Esta más oscura y fría, pero me gusta, porque estamos solos.
Entramos y él cierra la puerta tras de mí. Me guía hasta la colchoneta y me indica que me ponga de rodillas. Yo le hago caso, pues el morbo de la situación me tiene embriagada y a pesar de los nervios, quiero disfrutar de lo que va a pasar.
Él, se pone también de rodillas frente a mí y me mira sonriéndome.
Allí estamos los dos, frente a frente, con la desnudez de nuestros cuerpos. Nuestras cándidas miradas se cruzan siendo partícipes de lo que está a punto de ocurrir. Yo estoy muy nerviosa. Era un momento delicado, pues nada de lo que está por acontecer había sido planeado por ninguno de los dos.
Déjate llevar, abandónate, me habían dicho mis amigas en repetidas ocasiones. Y yo, ahí estaba, luchando por conseguir lo que nunca había conseguido. Alejándome de mi animal racional e intentando liberar mis instintos. Sí, mis instintos. Esos mismos que enjaulé hace ya muchos años y que ahora viven en prisiones de metal a la espera de ser liberados.
Sus manos se aproximaron a mis mejillas y me acarician con extrema delicadeza. Es lo correcto, pienso en ese momento, lo que yo deseaba desde el momento en el que accedí a sus deseos. Mis instintos me lo pedían y yo quería disfrutar de la sensualidad en estado puro que aquel chico podría ofrecerme. Me gusta lo que está pasando, sí, tanto o más que cuando lo imaginaba en la intimidad de mi cuarto. He decidido demostrárselo y quiero que sepa que va por buen camino.
Cuando me mira, mi cuerpo se estremece, mis escalofríos recorren todos mis puntos sensitivos y a él le gusta notarlo. Me hace partícipe de ello mostrándome como su pene se endurece.
Su mirada y su cuerpo desatan mi inspiración. Y sus labios… Sus labios que me queman por dentro nada mas mirarlos. Deseo sus besos, deseo que sean como los besos delicados que toda mujer busca. Con complicidad, con ardor, con pasión.
Lenta, pero decidida, fijo mi mirada en sus ojos. Él continúa acariciando mis mejillas con delicadaza, con mimo, como si de un tesoro muy querido se tratase. Los dos estamos calientes, ardientes como la brasa de un brasero de pueblo.
Sus labios se aproximan con extrema delicadeza hacia los míos. Él me los muestra, los pasea como fruta prohibida sin dejarme probarlos y creando en mi esa ansiedad que tanto me gusta. Su respiración esta entrecortada y profunda. Me hace ver lo que he despertado en su interior.
Me muerdo los labios y lo miro con deseo y lascivia. Mis ojos se detienen un instante a contemplar los suyos. Se funden en el deseo y al momento, mi mirada baja hacia su sexo. Su pene está duro y firme como una roca. Presume ante mí y aumenta mi deseo por poseerlo.
Con ligeros roces, al fin comienzan nuestros besos. Besos de cariño, besos delicados, besos de pasión que no tardan en convertirse en besos de lujuria. Nuestras hábiles lenguas se entrelazaban como serpientes en un ritual lascivo. ¡Bien! Es un sueño, es todo como yo quería que ocurriera. Es maravilloso. Deseo sus labios, su cuello, sus hombros, su torso… Deseaba disfrutar de sus caricias y aquí estoy.
Mi Adán desliza sus manos por mi cuerpo, como trazando sus rutas en mi mapa de deseo. Cuando llega a mis pechos se detiene y despliega toda su pasión. Se recrea como nunca lo había imaginado. Mi excitación está subiendo a cotas extremas y se lo hago saber con la dureza de mis pezones.
Él los besa, los acaricia y traza pequeños y delicados círculos sobre ellos. Los muerde con delicadeza y hace que mi cuerpo se arquee de placer. Consciente de ello, aumenta la presión con cada uno de mis jadeos. Yo me quiero morir, pero de placer. Una muerte placentera de esas que te dejan con una sonrisa idiota de ainsss que no termine nunca este momento.
No puedo más y agarro su cabeza para apretarla contra mis pechos mientras sus hábiles manos recorren mi espalda.
Con delicadeza, me invita a tumbarme boca arriba en la colchoneta. Yo noto en su mirada como traza las siguientes rutas a explorar. Mira mis ojos, descubriendo el placer en ellos y mira de nuevo mis pechos, firmes, duros y empapados por su saliva. Después sus ojos viajan hacia mi vientre y mi ombligo hasta detener su mirada en mi puerto del deseo. No cabe duda de que mi Adán sabe como calentar a una mujer.
Con una leve sonrisa me besa de nuevo. Lentamente y delicado, Besa mi cuello, mis hombros, mis pechos y bajando por mi ombligo con su lengua, se detiene allí, haciendo mella y desata do un nivel más de mi placer. Con movimientos rápidos y medidos este hombre es capaz de arrancarme nuevos alaridos. Cada vez que aprisionaba mi sexo entre sus labios y lo succionaba con firmeza, yo siento que me voy a correr con un escalofrío de placer. Él lo sabe, y como hábil maestro en la materia, coordina cada uno de sus ataques con los espasmos de mi cuerpo. Su lengua serpentea con movimientos cortos y constantes sobre mi hinchado clítoris. ¡Uf! cada vez que lo succiona provoca en mí una nueva oleada de placer. Sus manos buscan las mías y una vez encontradas, las aprieta.
Con delicadeza, dirige mis manos hacia su cabeza y me invita a tomar parte del control. Yo acepto encantada. Con cada estremecimiento recibido, aprieto con firmeza su cabeza y la hundo un poco más en mi ser. Los principios espasmódicos del orgasmo, no se hacen esperar. Pero no, no quiero correrme sin antes saborear ese cuerpo pecaminoso que tiene. Lo deseo y deseo invitarlo a estar dentro de mí.