Entrada destacada

RELATO - Libérame o déjame pensar

Sumergido en la búsqueda de literatura erótica-romántica, me di cuenta de que las que contaban una buena historia y relataban hazañas sexua...

jueves, 31 de mayo de 2018

LIBÉRAME O DÉJAME PENSAR. PARTE 5


LIBÉRAME O DÉJAME PENSAR     PARTE 5


No contesto. Solo puedo oler su perfume. No cabe duda, es el mismo. Ella es la mujer que salía el otro día del ascensor. Está claro por qué no se ha sorprendido al verme, sabía perfectamente que estaba aquí, me vio, estoy seguro.
Mis pensamientos corren a mil por hora y no dejan cabida a mi voz. Ella me mira por encima de su carpeta, como a la espera de una respuesta. Yo ya no pienso comportarme de la misma manera que en el local liberal. Se acabó ser un idio-tonto. Voy a interpretar a Roberto “Conquistador de reinos”, guerrero de todas y amante sensual y misterioso. Vamos a ver que tal…
La miro, poniendo esa mirada que tanto incomoda, así como interesante a la vez que seguro de mí mismo.

- Sí. - La contesto de manera escueta.

Me mantengo en silencio. Se que eso le resultará incómodo y le creará la necesidad de seguir indagando. Después de todo, por lo poco que la he podido analizar, parece una mujer curiosa.
Venga... Vamos pues a jugar, me digo.
Prosigue mirando sus papeles y hablándome sin apenas levantar la mirada de ellos.

- ¿Se ve capacitado para liderar a un equipo de trabajadores? - Me pregunta en tono serio.

- Totalmente. - Contesto con seguridad.

- Pues no lo parecía el otro día. - Me indica aún sin mirarme.

¿Pero qué se ha creído? Su afirmación me desconcierta a la vez que incomoda, pero intento salir del envite.

- ¿En serio cree que fue así? - Le indico con algo de prepotencia y finalizando con una sonrisita pícara.

- No lo sé señor Roberto, yo me ciño a lo que vi en nuestra conversación de diez minutos.

Me mira sonriendo con maldad. Está jugando, lo sé. Y le encanta.

- Quizás el problema sea que se conforme con diez minutos. Aunque creo que diez minutos no dan para mucho. ¿O para usted sí?

Su rostro se torna serio. Parece que ahora la incómoda es ella. Vuelve a mirar sus papeles sin intención de contestar mi pregunta.

- Vaya, veo que lleva mucho tiempo en la empresa. ¿Cómo es que con un perfil como el suyo? - Me mira fijamente a los ojos. - ¿No ha querido ampliar su carrera profesional probando en otros... Lugares?

Se que su pregunta va con segundas intenciones y si fuera por mí, contestaría con una respuesta muy subida de tono. Pero no, no voy a caer en ello. Voy a contentarme con decirle algo diplomático y ceñirme al aspecto laboral.

- Estoy a gusto en esta empresa y me gusta mi trabajo. No veo la necesidad de asumir riesgos. - Le contesto con un tono cordial.
 Ella está sería, pero al escuchar mi respuesta noto como aguanta su sonrisa. Lo está disfrutando, ya no me cabe duda.

- ¿Es así como ve los cambios? ¿Cómo riesgos a asumir? - Me pregunta con cierto tono burlón.

- No, no me importa probar cosas nuevas, en absoluto. Pero me gusta el rumbo que está cogiendo esta empresa. Y ahora, creo que incluso puede mejorar - Le contesto serio y haciéndome el interesante.

¿Pero que estás haciendo Roberto? ¿Flirteando con la jefa de recursos humanos? ¿Qué quieres, que te echen? Pienso por dentro con temor.
Ella me sonríe y no deja de mirarme. Sabe que me pone nervioso, pero yo sigo interpretando mi papel de “Conquistador de reinos”. Se me da bien, he visto mucha cineteca de películas románticas y conozco a algún que otro tipo así.

- ¿Suele ir mucho por allí? No le he vuelto a ver desde entonces. - Me vuelve a preguntar curiosa, pero con cierto aire despreocupado.

- No, y no creo que vuelva. El ambiente que hay en esos sitios no despierta mi interés.

Me muestro serio disimulando mi sorpresa. Sin dar demasiada importancia a su pregunta.

- Bueno, siempre puede probar a ir los miércoles, es horario gay y quizás se encuentre más cómodo.

Pero que hija de puta. ¿Pues no me está tanteando? No caigas Roberto, no caigas.

- Me gustan demasiado las mujeres como para ir un miércoles. - Contesto con tono chulesco.

¡Ya está! Tú lado macho salió a relucir. Le estás dando exactamente toda la información que ella busca. Así, sin resistencia alguna.
Ella se sonríe y baja su mirada de nuevo hacia los papeles. Intenta disimular su sonrisa tras ellos pero no lo consigue. ¿Lo intenta? No, creo que no. Está haciendo conmigo exactamente todo lo que quiere y yo comienzo a sentirme incómodo, como un pelele.

- Por favor, ¿podemos ceñirnos al trabajo? - Le contesto serio y molesto.

- Perdón.

Ella ahora parece molesta. Vuelve a bucear entre sus papeles y lee durante un rato largo para sí misma. Mis nervios están a flor de piel, pero los intento disimular como puedo. No se cuanto tiempo podré aguantar este silencio. Finalmente habla. Seria, muy seria.

- Bien señor Roberto, creo que esto es todo. No tengo ninguna otra pregunta que formularle. Ha sido un placer. - Me dice muy seria.

Su seriedad me da miedo. Me hace pensar que quizás me he extralimitado interpretando mi papel y que mi puesto de trabajo puede peligrar. Empiezo a arrepentirme.
Se levanta y se pone junto a la puerta de salida, como invitándome a salir. Queda a la espera de que yo me disponga a marchar. Yo me levanto y sin decir nada, aterrado por dentro, me dispongo a salir. Sin querer, agarro el picaporte al mismo tiempo que ella lo hace para abrir la puerta. Nuestras manos quedan una sobre la otra. Los dos nos quedamos bloqueados, nos miramos a los ojos seriamente, pero siendo conscientes de la atracción que hay en ellos. Dura un instante, solo un mísero instante en el que mis instintos piden a gritos que bese esos labios sensuales pintados de carmín rojo.
Finalmente salimos del trance y avergonzado aparto mi mano de la suya. Abro la puerta para salir de allí y me alejo, lento y repasando en mi mente todo lo que ha pasado en esos escasos segundos. Me alejo de aquella hermosa mujer. Mientras camino por el pasillo siento lo mismo que cuando me alejaba de ella en aquel local liberal. Estoy seguro de que me está mirando.  Pero no, no pienso girar la cabeza para comprobarlo.
Esa misma tarde en mi casa me suena el teléfono. Es Jorge, me llama para ver cuando podemos vernos y tomar ese café juntos. Yo no tengo ganas de quedar y evito en varias ocasiones contestar. Recuerdo lo que estuvo a punto de pasar con Vanessa y no tengo ni idea de lo que hacer. Se lo cuento o no se lo cuento. Lo lógico y correcto sería hacerlo, pues es mi amigo y no deseo que pase por males futuros. Pero sin embargo, se que está colado hasta las trancas, se que me escuchará, se enfadará y perderé a uno de mis mejores amigos.
Finalmente atiendo la llamada. Jorge me insiste y me vuelve a recordar que tiene algo muy importante que contarme. Al final accedo, soy imbécil. Ahora a pensar en cómo contárselo. Hemos quedado para mañana después de comer en una cafetería que hay cerca de mi trabajo. Estamos a lunes, pienso... Mañana la vas a cagar.
Martes, de vuelta al trabajo, rutina, rutina y rutina. Ricardo me pregunta por la entrevista de ayer y yo no voy a contarle la verdad.

- Bueno, no fue para tanto. Pensé que iba a ser una de esas entrevistas eternas de recursos humanos. :- Le comento sonriendo.

Me hago el tonto y no le cuento nada. Ricardo no es precisamente una tumba para guardar secretos. Recuerdo el día que quisimos dar una sorpresa a un compañero por su cumpleaños y se nos ocurrió contárselo. A la mañana siguiente, ni sorpresa ni leches. Ricardo lo había pregonado por toda la oficina.

- Eso será porque le habrás pillado de buen humor. El tío es un hueso duro de roer y se rumorea que tiene pensado echar a unos cuantos. Quiere meter a más personal de SeeGoty. - Me comenta preocupado.

- ¿Perdona? ¿El tío? A mí me entrevistó una mujer. :- Le contesto algo sorprendido.

Ricardo me mira y a continuación emite una sonora carcajada.

- Macho, se que el jefe de Recursos Humanos ha hecho todas las entrevistas personalmente. Y es un tío viejo... Muy viejo… - Se vuelve a reír. – Y salvo que se haya vestido de mujer para hacer la tuya. - Comenta con cierta ironía.

Sorprendido por lo que me cuenta comienzo a enfurecerme a cada minuto que transcurre.

- ¡Es el colmo! ¿Pero quién coño se cree esta tía? ¡Uf! Si la tuviera delante.

O dios, me quedo paralizado. ¿Lo he dicho en voz alta?, pienso. Ricardo me oyó y me mira sorprendido. Está claro, él no conoce los antecedentes.
Me levanto como un resorte y me marcho hacia el baño ante la estupefacta mirada de Ricardo. Necesito despejarme. Me echo agua por la cara y me maldigo por un instante.
Vuelvo a mi sitio y prosigo con mi trabajo. Ni siquiera Mónica puede hacerme calmar el enfado que tengo. Viene en un par de ocasiones a hablar conmigo pero yo tan solo soy capaz de contestarla con monosílabos. Nos conocemos muy bien y sabe que cuando estoy con este humor, es mejor no insistir y dejar que se me pase.
La hora de la comida, cabreado, sin decir palabra, no disfruto la comida. Todos hablan a mí alrededor mientras yo me concentro en mi plato. Mónica me mira de reojo de vez en cuando, pero no dice nada. Prefiere callar. Hace bien.
Llega la hora del café con Jorge, creo que voy a decírselo. Se molestará, pero le haré entrar en razón y se dará cuenta de que Vanessa no le conviene.
Llego serio a la cafetería. Él ya está allí, sentado, sonriente, contento, pletórico. Se levanta según me acerco y me saluda. Me siento frente a él y me pregunta que qué quiero tomar. Yo pido un café cortado. No me gusta el sabor del café solo y tampoco me gusta el sabor de la leche, por lo que en mi vida, solo me queda esta alternativa.

- ¿Qué tal andas Rober? - Me pregunta con tono simpático.

No cabe duda de que es una pregunta de iniciativa, así es como las denomino yo. Son de ese tipo de preguntas que haces para arrancar y poder soltar lo que realmente te interesa decir. No hace ni tres días que nos vimos, por lo que contarme, contarme, casi lo mismo que la última vez que me lo preguntó el viernes.

- Bien, ya sabes, el domingo con la familia y la monotonía del trabajo. ¿Y tú qué tal Jorge? ¿Qué es eso tan importante que tienes que contarme? - Le pregunto simulando interés.

No es que no esté interesado en saber las buenas nuevas que tenga que contarme, pero hoy no es mi día y no voy a aguantar una pre-conversación sin sentido para desembocar en lo inevitable. Además, sabiendo lo que tengo que confesar no creo que pueda disfrutar de nada de lo que me cuente.
Jorge me contesta alegre y con una gran sonrisa, no cabe duda de que estaba deseando soltarlo.

- Pues verás, ya sabes que Vane y yo estamos genial. En verdad, sé que es cierto que no llevamos juntos más que dos meses y cinco días. Pero para nosotros, están siendo los días más felices de nuestras vidas.

- ¿Cómo lo sabes? - Le interrumpo curioso.

- No entiendo. ¿Cómo sé qué?

Jorge parece confundido. Nunca ha sido un tipo de pillar a la primera las cosas más evidentes. Por eso sé que en realidad no sabe por dónde va mi pregunta.

- Pues ¿qué cómo sabes que para ella también son los días más importantes de su vida? - Le contesto serio.

- Hombre, eso se nota. Simplemente con mirarla a los ojos y ver como disfruta de cada cosa que hacemos. Te indica que lo son.

- Claro, claro. - Con incredulidad.

Mi amigo se siente confundido, se lo noto. No sabe que me pasa y está claro que por su expresión, no se esperaba mi reacción.
Prosigue hablando.

- Bueno, lo que te decía. Vane y yo solo nos vemos los fines de semana y la verdad... Viendo que nos sabe a poco. He decidido proponerle que se venga a vivir a mi casa.

- ¿Y tú estás seguro de que a ella también le sabe a poco? - Le pregunto con seriedad.

La confusión se torna a enfado. Se lo noto.

- ¡Joder tío! ¿¡Pero qué te pasa!? ¿Qué tipo de pregunta es esa? ¿A qué viene?

No he podido evitarlo, esto se está desmadrando y veo a Jorge colado por una chica que lo más seguro es que le dé boleto. O lo que es peor, que le sea infiel y le rompa el corazón. No puedo permitir que siga con esto.

- A ver Jorge, no sabía cómo decirte esto, pero creo que los dos no estáis entregando la misma parte en la relación. - Le digo sosegado y tranquilo. Con la intención de que vea que lo hago por él.

Jorge frunce el ceño. Parece confundido a la vez que más molesto.

- Roberto, ¡no me jodas! ¡No me hables con acertijos! Las cosas claras.

Pienso un instante buscando la mejor manera de decírselo, pero la verdad es que hoy no estoy muy por la labor de pensar con claridad. Y además, creo que con el día que llevo, por mucho que intente buscar la fórmula, no la hallaré.

- Pues Jorge, el viernes pasado cuando fuimos a por mí Uber pasó algo.

Cada vez le aprecio más enfadado. Me mira mientras hablo y su expresión se ensombrece a cada segundo.

- Cuando estábamos esperando el coche, Vanessa se me abalanzó y apenas pude pararla. Te juro que yo no quería. Que no pasó nada más que unos besos. Pero creo que no estáis en la misma honda.

Así, directo, al grano, sin anestesia, pero que bruto soy.
Después de esto Jorge se levanta. Sin decir nada, me mira y me mira. Aprieta sus puños y sin mediar palabra se marcha de allí. Él no es un tío de enfrentamientos. Sé que está dolido y furioso. Pero jamás usaría la violencia contra mí.
Yo me siento fatal por lo ocurrido y siento como un ardor recorre mi cuerpo hasta prender en mi estado de ánimo.
Estoy furioso, mucho más que antes si aún cabe.
Me marcho de la cafetería y me vuelvo al trabajo. No voy a poder seguir allí, así que, me digan lo que me digan me voy a casa. Decidido, me cojo la tarde libre.
Recojo mis cosas y me marcho. Avanzo serio hacia el ascensor. Lo reclamo y ante mi se abren sus puertas. Parece que viene de arriba, pues para mí sorpresa, en su interior me encuentro a doña entrevista. Está acompañada por dos hombres trajeados que se empeñan en hacerle la pelota. Ella escucha lo que le dicen mientras me mira. Su mirada se clava en mí y me lo hace saber sin disimulo alguno. No me corto, me da igual. Hoy nadie más me va a tomar el pelo. La saludo solo a ella, los demás me importan una mierda. Con expresión seria entro en el ascensor. Los hombres me miran con recelo y algo molestos, pero me da igual. Ella me saluda también. Me coloco a su izquierda. Muy cerca, ahí, incomodando, ¡Que se joda! A través de los espejos del ascensor puedo apreciar que me mira, como siempre, curiosa, con deseo, con su sonrisa de pícara.. El ascensor está bajando durante un instante, sin apenas notarse que nos movamos. Los hombres siguen incansables como  queriendo convencerla de algo. Al momento nos detenemos. La recepción, mi planta para huir de allí. Estoy cansado, cabreado y arto del día de hoy. Sin mediar palabra me giro hacia ella y la miro, con descaro, de arriba a abajo, sin vergüenza alguna. Ella lo nota y se muestra incomoda. No se lo esperaba, no lo puede controlar y ahora lo entiendo todo. Eso es lo que le jode. Mantengo mi mirada y las puertas del ascensor comienzan a cerrarse de nuevo. Pero no, yo soy más rápido y sin siquiera inmutarme lo evito bloqueándolas con la mano. Los hombres se callan, enmudecen con mi descaro al mirarla. No entienden, no saben y si me recriminaran algo, no se si podría reprimir mis ganas de propinarles un puñetazo. Serio, muy serio le digo:

- A las doce y media en la puerta del local.

No hay más palabras, no hay más. Ella queda bloqueada y no sabe reaccionar. Salgo del ascensor y me alejo. La dejo allí, plantada como tantas veces hago últimamente.
No sé si va a venir a la cita, pero si viene... Se va a enterar.


CONTINUARA.

martes, 22 de mayo de 2018

LIBÉRAME O DÉJAME PENSAR. PARTE 4


LIBÉRAME O DÉJAME PENSAR     PARTE 4

¡Por fin es viernes! Me encantan los viernes, porque acaba la semana laboral, salgo de trabajar a las tres y por la noche… ¡Fiesta!
He quedado con Jorge y Vanessa para ir a tomar unas copas al Coco Loco. Mónica iba a venirse con nosotros pero en el último momento se rajó. Dice que le duele la tripa y que prefiere quedarse en casa a descansar.
Las diez y media, ya estamos aquí. El ambiente es inmejorable. Música a toda pastilla, mogollón de gente y nosotros en la barra tomando una ronda de chupitos.
Jorge y Vanessa son pareja desde hace tan solo un par de meses. Nadie en el grupo de amistades apostaba por ellos, pero al final, de manera inesperada nos dieron la sorpresa. Jorge es un tío normalito, bajito y más bien feucho, pero siempre ha sido la alegría de la fiesta y siempre ha estado colado por Vanessa. Ella es una chica muy atractiva, bastante más joven que nosotros y con mucha energía en el cuerpo. Lleva el pelo corto con rizos y tiene una carita delgada de esas que te dan ganas de comerte a besos. A ambos se les ve súper enamorados, a pesar de que Vanessa era un poco reacia a salir con Jorge, creo que les va muy bien juntos.
Normalmente no me gusta ir de sujeta velas. Pero cuando Mónica comentó que no vendría y yo dije que entonces tampoco, Vanessa me insistió tanto que finalmente accedí.
Hablamos durante horas y tomamos algunos chupitos intercalados con varias copas. Bailamos, yo como un pato, pues el sentido del ritmo en mi cuerpo me ha sido negado desde que nací, pero aún así me divierto moviendo el esqueleto. Vanessa baila genial, está desatada, parece como si alguien hubiera metido una cámara rápida en su vida. Salta de un lado para otro bailando, se bebe sus copas como si se las fueran a quitar y tontea con Jorge cada vez que ambos cruzan sus miradas. Yo me alegro, pues ya iba siendo hora de que mi amigo encontrara a una mujer que le valorara como se merece.
Ya son casi las 4 de la mañana y los efectos del alcohol en mi cuerpo no están tardando en hacerse realidad. Me noto un poco de hormigueo en la cara y me encuentro un tanto desorientado. Creo que ha llegado la hora de marchar a casa. Como soy una persona responsable, he llamado a un Uber desde la aplicación de mi teléfono móvil para que venga a recogerme.

- Bueno, yo me marcho a casa, que por hoy ya he tenido suficiente. - Les indico a Jorge y a Vanessa.

- ¿Ya? Venga tío, pero si la fiesta acaba de empezar. ¿No te quieres quedar un poco más? - Me pregunta Jorge con simpatía.

Vanessa me mira siendo cómplice de la insistencia de Jorge.

- No tengo ninguna duda de que lo que debo de hacer es marcharme a casa. Mi noche ha llegado a su fin, chicos. Siento privaros de mi maravillosa compañía - Les indico bromeando.

- Bueno Roberto, pues entonces, no insisto más. ¿Hablamos para tomarnos un café esta semana? Tengo algo importante que contarte. - Me comenta con una alegría exagerada.

Vanessa me mira con preocupación.

- Eso está hecho. Cuando quieras. - Le indico a Jorge guiñándole el ojo.

La verdad es que Jorge siempre me ha tenido como apoyo anímico y he sido espectador de cada uno de sus fracasos sentimentales. Pero esta vez, por la energía que ha empleado al proponerme ese café, parece que por fin hablaremos de algo bueno.

- Jorge, voy a acompañar a Roberto hasta que llegue su Uber. - Comenta Vanessa con expresión sonriente.

Jorge hace gestos de conformidad y se pide otra copa. Yo le indico a Vanessa que no hace falta que me acompañe y ella me comenta que tiene la cabeza un poco cargada y que le vendrá bien tomar el aire. Salimos del local y agradecemos dejar atrás el estruendo musical del Coco Loco.

- Creo que mis oídos necesitaban un descanso. - Le sonrío a Vanessa y ella me corresponde con otra sonrisa.

Miro el mapa de la aplicación de Uber y nos dirigimos hacia donde se detendrá el coche. El lugar está a dos calles de donde estamos. No tardamos en llegar y por el camino hablamos de lo divertida que ha sido la noche. De las amistades conjuntas que tenemos y de temas sentimentales. Me sorprende que Vanessa confíe en mi para contar sus cosas íntimas, pues en realidad a ella no la conozco de mucho tiempo, pero como buen oyente y amigo, la escucho sin reparo. Me sorprende también la cantidad de experiencias que ha vivido, pensaba que por su corta edad no me tendría mucho que contar, pero la verdad es que se nota que vive la vida a toda velocidad. Vamos, que no pierde el tiempo.
Mientras esperamos el Uber yo la correspondo contando una de las experiencias que tuve en mi adolescencia.
Me pasé casi todo el tiempo estudiando para sacarme la carrera, pues no es que fuera muy buen estudiante, y para poder aprobar pasé maratonianas sesiones nocturnas empollando. Le conté que cuando estaba en mi primer año de carrera tuve que alquilar un apartamento compartido con una chica llamada Rocío. Apenas la conocía, pero el precio era apropiado para mí bolsillo. Ella trabajaba por las noches en un pub y yo por el día iba a la universidad, por lo que realmente lo que se dice vernos, nos veíamos más bien poco. Parecíamos dos extraños cada vez que por casualidad nos curzábamos por el pasillo o coincidíamos en la cocina. La vergüenza y la tensión de no saber cómo reaccionar, se podía cortar con un cuchillo.
Una de mis noches de estudio sentí abrirse la puerta del apartamento como tantas veces. Era Rocío, llegaba antes de tiempo de trabajar y se metía en su habitación sin mediar palabra. Era algo que ya había ocurrido más noches, según  llegaba de  cansada,  te saludaba o se acostaba sin decir una sola palabra. Sin embargo, está vez era diferente. Se metió en su cuarto y comenzó a llorar. Yo desde mi habitación contigua a la suya la podía escuchar perfectamente. Me dio pena y me acerqué a hablar con ella. Su chico la había dejado y noté que buscaba el consuelo de sus lágrimas en mí. Yo la escuché, la aconseje y sin apenas darnos cuenta, nos estábamos besando...

- ¿Ya? - Me pregunta Vanessa.

- Sí, ¿Que más quieres que te cuente? - Le indico sonriendo.

- ¡Pues detalles! Da detalles.

Me río mirando a Vanessa. La miro y me río... Me sonrío... Me quedo serio fijo en su mirada.
Noto como ella me está mirando fijamente. Yo me siento un tanto incómodo pero algo hipnotizado por su deseo y por el efecto del alcohol.
Sin apenas darme cuenta, tengo sus labios pegados a los míos. Yo, aturdido por lo que está ocurriendo, no puedo hacer otra cosa que corresponderla con los míos. Su mano acaricia mi mejilla y poco a poco se desliza desde mi cuello hasta mi pecho. Mi mente no puede dejar de pensar sobre lo que ocurre. No está bien, no debería de estar ocurriendo, pero sin embargo no me disgusta la situación y siento mucha excitación por momentos.
El interior de mi entrepierna lucha por salir presionando con dureza la tela de mis vaqueros. Y lo hace aún con más fuerza cuando noto como Vanessa desliza sus dedos sobre mi torso hasta llegar a mi pantalón.
Esto no está bien, esto no está bien, pienso para mí. Pero sin embargo, soy consciente de que no se como pararlo, de que no quiero pararlo. Me excita, me gusta, me da placer.
Sin darnos cuenta, el sonido de un coche pasa a nuestro lado. Miro entre beso y beso y puedo ver que es mi Uber. Yo me he percatado de su presencia, pero Vanessa está demasiado inmersa en mi cuerpo como para darse cuenta. Mi animal racional, sale a flote como puede y me hace ver que la llegada de mi esperado transporte puede ser la excusa perfecta para cortar esta peligrosa situación. Es la novia de mi amigo y no quiero que sufra por mi culpa.
Retiro mis labios de los de Vanessa y sin mediar palabra y aún muy acalorado, monto en mi Uber para alejarme de allí. Desde el coche, puedo ver la cara de consternación de Vanessa alejarse poco a poco de mí.
Me paso todo el fin de semana metido en casa. Recibo llamadas de Vanessa que no quiero atender, no tengo ánimos ni ganas de escuchar lo que pueda decirme. El sábado me alimento de comida basura y el domingo me marcho a comer a casa de mis padres. Después, de nuevo a casa... A vegetar.
El lunes es un nuevo día. En la oficina hay trabajillo. Estamos empezando a desarrollar una nueva aplicación. Es para una compañía de seguros muy conocida que necesita algo con lo que poder formalizar el almacenaje de los contratos y así poder encontrarlos de manera rápida y fácil. Muy emocionante trabajo, pienso sarcásticamente, pero al menos me hace vivir bien. Seguimos rodeados de “Los Invasores”, así es como mi compañero Ricardo ha denominado a los trabajadores de la empresa que nos compró. A las doce y media de la mañana me llega un correo de Recursos Humanos. Me citan a una entrevista a las cuatro y cuarto para revisar mi expediente laboral. No tengo ni idea del por qué, pero pasar por una entrevista a estas alturas me huele y me sienta fatal.
Ricardo me tranquiliza a su manera.

- No será nada tío. Estos procedimientos en las grandes corporaciones son normales. Además, piensa que están citando a todo el mundo poco a poco, lo que significa que si te echan, no serás el único.

Ricardo se ríe mientras me habla. Se siente gracioso, pero si por mí fuera, en estos momentos le diría por dónde puede meterse sus gracias. Sin embargo, la educación que mi familia me ha inculcado me lo impide.
Llega la hora de la comida, me voy al comedor y me dispongo a comer con Mónica. Ella me cuenta que ha pasado un fin de semana complicado con una especie de gastroenteritis. Yo la miro embobado y ella lo nota. Comienza a hablarme de un chico nuevo que hay en administración. De lo guapo que es, de lo bien que viste y huele. A mí me parte el corazón oírla y cada vez soy más consciente de que lo hace a posta para que mi mente disipe cualquier idea sentimental. Estoy seguro de que me marca el camino a seguir. El de la amistad.
Son las cuatro del medio día, nervioso, voy a la entrevista no sin antes pasar por el baño y asearme un poco. No quiero causar mala impresión a los Invasores.
Subo por el ascensor hasta la penúltima planta. Allí en la recepción, remodelada por completo desde que entraron los invasores, le indico a la recepcionista que estoy citado a las cuatro y cuarto. Ella me indica que me acomode un momento en una pequeña sala y que en unos instantes llegará el jefe de Recursos Humanos.
La sala es pequeña y las sillas incómodas. Parecen estar hechas para el momento. Para que uno esté más nervioso aún y parezca un poco más idiota. Frente a mí, una gran mesa redonda de madera. Y al fondo, otra puerta cerrada. Al menos, si tengo que huir del lugar tendré dos puertas para hacerlo, pienso riendo.
Los minutos se suceden como horas mientras espero, espero y desespero. No se que hacer con mis manos, no se ni donde ni como ponerlas. Parezco imbécil. Me veo desde fuera igual de nervioso que cuando hice mi primera entrevista laboral. Allá por la prehistoria.
Al instante, la puerta del fondo se abre y yo quedo estupefacto ante la visión.
La mujer hermosa que conocí en aquel antro liberal está ante mí entrando en la sala. Evidentemente no va en ropa interior, pero en mi mente no para de dibujarse esa imagen. Ella no parece sorprendida al verme. Al contrario, mantiene una extraña sonrisa pícara que me pone aún más nervioso. Lleva un traje con una falda estrecha hasta las rodillas y una camisa de gasa blanca. Se sienta frente a mí, me mira y sin decir una sola palabra, se dispone a remover unos papeles que trae en el interior de una carpeta. Busca que te busca, busca que te busca, hasta que da con mi ficha laboral. Lee detenidamente al tiempo que habla sin retirar la mirada de los papeles.

- Bueno, bueno, bueno… Roberto ¿Verdad?

CONTINUARÁ.

miércoles, 9 de mayo de 2018

LIBÉRAME O DÉJAME PENSAR. PARTE 3


LIBÉRAME O DÉJAME PENSAR     PARTE 3

Suena el despertador, yo utilizo el móvil para ello, me pongo una alarma sincronizada con mi pulsera de actividad y esta al vibrar me despierta. Así, sin sonido, en silencio. Siempre me ha resultado mas respetuoso que el despertador me despierte a mí y a todos mis vecinos. Esta mañana de lunes va a ser dura, pienso al abrir los ojos. Recordar lo que anoche viví me hace daño, aunque no tanto como cuando lo vi. Aún me estremezco al visualizarlo en mi mente. Me voy a la cocina y me preparo un café. Nada de mierdas de esas metidas en capsulas. Un café hecho en una cafetera de aluminio, como antiguamente. Comprada en los chinos, eso sí, pero al menos se que el café que sale por ella es auténtico. Los chinos se han hecho con todo el mercado sin que apenas nos diéramos cuenta. En cierto modo nos han hecho la vida más fácil, porque cuando necesitas algo, da igual la hora que sea que ahí están para sacarte del atolladero. Me sirvo un vaso bien cargadito, oscurito como a mí me gusta, casi lo que es un café cortado pero en vaso grande. Lo necesito porque si no, no soy persona. Me lo apuro y tras asearme y vestirme, salgo disparado por la puerta. Las ocho de la mañana es la hora de mi entrada al trabajo. Así lo decidí. Porque por el empleo que tengo dispongo de una horquilla amplia para entrar y salir de la oficina. Según entre, así salgo. Y yo soy de los que le gusta aprovechar el tiempo. Prefiero entrar a primera hora y salir pronto. Coche, tren, metro y paseíto. La rutina diaria para llegar hasta allí. No me importa, se que tardo mucho en llegar porque vivo lejos, pero el ambiente laboral es inmejorable y estar cerca de Mónica ya es un motivo de peso. Mónica… Mmmm. Llego a mi puesto de trabajo después de saludar al portero. Siempre lo pienso, soy el que pone las luces de las calles al salir de casa y el que abre la oficina, o al menos es lo que parece. En mi puesto hay muchas cosas, figuritas de varias películas, muchas chuches, notas con recordatorios, etc. Que le voy a hacer, soy friki por naturaleza y es algo que viene implícito con mi trabajo de informático. Me siento y leo la prensa de la mañana. El "30minutos" es todo lo que necesito para saborear mi segundo café de la mañana. Esta vez sí, café de máquina, horroroso de color y de sabor, pero te acabas acostumbrando. Además es bueno para una cosa, te regula el tránsito intestinal como dice el anuncio de los cereales. Como un reloj, oye. Al momento veo llegar a Mónica, suele llegar a las nueve, pero hoy ha llegado antes. Creo que puedo imaginar por qué lo ha hecho. Nos saludamos desde lejos y noto en ella un aire de preocupación. Yo no quiero ahondar en el asunto de anoche y no me apetece que se sienta incómoda. Después de todo, no sabe que albergo sentimientos hacia ella. Coloca sus cosas y se quita el abrigo, yo disimulo y comienzo a leer mis correos. Es justo lo que hago tras leer la prensa después de tomar el café. Veo un correo corporativo del departamento de Dirección con copia a todo el departamento. Mientras empiezo a leerlo, Mónica se acerca a mí. - Lo siento… - Me dice con cara triste y de arrepentimiento. - ¿Has visto este correo? Parece que nos hemos asociado con otra empresa aún mayor que nosotros. Aquí lo pone. - Contesto intentando quitar hierro y haciéndome el tonto. Mónica me mira y sabiendo mi jugada se sonríe levemente. Parece que he conseguido quitarle un poco de preocupación. - No lo había visto la verdad. Pero sí que había oído algún cotilleo de pasillo. Gracias. - Me contesta tímidamente. Yo me hago el tonto y los dos seguimos leyendo la noticia. Parece cierto, una empresa mayor y más importante se ha asociado a la nuestra. ¿Será el principio de nuestro fin? ¿O nos dará el impulso que nos falta para hacernos con más mercado? No lo sé, pero tampoco voy a dejar que me quite el sueño. La mañana transcurre con normalidad. Trabajo, cafés, trabajo, más trabajo. Noto a Mónica demasiado atenta a lo que hago, a lo que digo, a lo que miro, creo que me examina porque sabe que en el fondo no hizo bien y me hizo daño. Pienso que no es capaz de quitarse ese sentimiento de culpa. Como cuando estás a cargo de tu hermano pequeño y se te pierde por un momento. A las cinco y media me marcho para casa. Ha sido un día raro. No me he sentido cómodo en ningún momento. No he podido dejar de pensar en lo que pasó el otro día. Aún así soy un gran actor y lo he disimulado muy bien. Mañana será otro día y ahora voy a meterme en la cama. Estoy cansado y tengo ganas de cerrar los ojos. Por la mañana vuelta a empezar. Me despierto, me preparo el café y… ¡Joder! mi alarma sonó dos hora más tarde de lo programado. Ufff, me va a tocar correr. Desaliñado, me visto corriendo y salgo por la puerta de la casa como alma que lleva el diablo. Salir dos horas más tarde me implican muchas cosas negativas. Más problemas para aparcar el coche cuando llego a la estación y más problemas en el transporte público, vamos apretados como en una lata de sardinas. Llego a la oficina casi tres horas más tarde, corriendo, desaliñado y sudoroso, vamos, hecho un Don Juan. Al entrar noto un ambiente extraño. Hay mucho revuelto, la gente está hablando entre sí como descontrolada y nerviosa. Mónica me ve entrar y me mira. Tiene la cara seria, como si hubiera pasado algo. Yo le hago gestos desde lejos y ella no tarda mucho en llegar hasta mi lado. Mientras voy quitándome el abrigo y acomodándome en mi sitio, me empieza a contar. Parece que hemos sido comprados por la supuesta empresa que iba a asociarse con nosotros. Al escucharlo pienso que quizás sea la mejor opción, pero entiendo que produzca en los empleados algo de desconfianza. Me cuenta que el jefe les ha comunicado que a lo largo de la mañana vendrán a incorporarse a nuestras oficinas empleados de la nueva empresa. Yo termino de colocar las cosas e intento hacerle ver a Mónica que a lo mejor nos viene bien el cambio. Ella desconfía, pero asiente dándome la razón. El día se sucede de manera tranquila. Poco a poco todo sigue marchando con total normalidad. Sí es cierto que se ve a gente nueva, gente muy trajeada y emperifollada. Sin duda, son de la otra empresa. Se aprecia que son, como diría mi prima, gente cool. Se cruzan contigo, apenas saludan y parece como si te miraran por encima del hombro. Pero a mí eso me da igual. ¡Que les den por ahí! pienso. La tarde llega a su fin, recojo mis cosas y me dispongo a marchar a casa. Mónica está un poco más liada que yo y me hace saber que se quedará un poco más. Me despido de ella y me dirijo hacia el ascensor. Camino por el largo pasillo que me lleva hacia el y veo como en ese momento sale una mujer que marcha hacia el fondo. De lejos parece una mujer elegante, viste con un traje de chaqueta y falda de tubo. Camina de manera femenina con unos zapatos de tacón alto. Su pelo es moreno y lleva un recogido alto. Va tan rápido que solo puedo verla de espaldas cuando enseguida se pierde por el pasillo. Tenía que haber acelerado el paso, joder, pienso por un momento. Pero después, al recordar mi aspecto desaliñado y que posiblemente hasta huela mal, pienso que quizás sea mejor así. Voy llegando hacia el ascensor y el olor de su perfume me embriaga por completo. Es un olor dulce y con mucha personalidad. Me encanta. Sin duda tiene que ser una mujer increíble. Llamo al ascensor y no tarda en llegar, es lo que tiene entrar a trabajar antes y salir antes, que no coincides con la hora de salida de los demás y es más rápido al no hacer paradas en cada planta para recoger a nadie. Las puertas se abren y en su interior puedo ver a una preciosa mujer de cabellos rubios. También va vestida de traje, pero esta vez de chaqueta y pantalón. ¿Qué ha pasado? ¿Es que nos ha comprado una empresa de modelos? Es guapísima. La saludo cortésmente y me pongo a su lado. Bajamos hasta el hall principal y nos despedimos. Ella va hacia la cafetería de la empresa y yo me dirijo hacia mi casa. Hoy ha sido un día intenso y raro, pero con un final de dulce olor…


CONTINUARÁ.

martes, 1 de mayo de 2018

Hazme sentir importante


Su mirada penetraba cada uno de mis pensamientos lascivos. Despertaba en mí el deseo de probar aquella fruta prohibida. Esa fruta que te niegan desde que comienzas a tener uso de razón y te inculcan los valores de relaciones tradicionales.
Ella era todo lo que uno puede soñar en uno de sus sueños de adolescencia revolucionada.
Acerqué mi mano para acariciar con delicadeza su mejilla. Ella lo agradecía, al menos, eso es lo que me dejaba intuir cuando cerraba sus ojos y ronroneaba como si de un minino sensual se tratase. Sus cabellos eran oro puro, oro brillante y fino. Largos hasta su cintura, descansaban sobre su espalda desnuda. Sus pechos, creados para el pecado y obsequiados para mi placer, se endurecían a cada instante que pasabábamos en aquel bonito lugar.
Pronto,  no tardó en guiar mi temblorosa mano hacia uno de ellos haciendo así que notara como pertrechaba aquel robo permitido.
Sus cálidos y húmedos besos no se hicieron esperar. Con cada medio giro de cabeza jugueteabamos con nuestras lenguas cual  hábiles serpientes enroscadas. Poco a poco sus dedos se deslizaron por mi torso desnudo abriéndose paso hasta llegar a mí miembro y conseguir que quedara erecto como el tronco de un árbol. Ella me miraba y se sonreía al notar mi erección en su mano. Bajó lentamente mientras me miraba a los ojos sin retirar ni un ápice de su sonrisa pícara. Una vez llegado hasta mi miembro, se lo introdujo en su boca y lo succionó delicadamente a la vez que incidía con un movimiento hacia arriba y abajo. No profundizaba en exceso, pero la potencia de su succión me hizo ver las estrellas y disfrutar de un placer máximo.
Mis gemidos no se hacieron esperar al tiempo que ella los acompañaba con acometidas más bruscas.
Excitado por la situación, saque mi pene de su boca y sin dilación, mis brazos acompañaron su cuerpo hasta tumbarla boca arriba y tenerla a mí merced. Introduje mi pulgar en su boca haciendo que lo chupara lentamente. Ella no apartaba su mirada ni un instante de mis ojos y arqueando su espalda, era como me hacia participe de su excitación. Con mimo y sin prisa, mi pulgar empapado por su saliva se deslizaba por su cuerpo. Paso por su barbilla, por su cuello, rodeó su pecho y llegó hasta su sexo, no antes sin haber dibujado un pequeño círculo en su ombligo. Su placer era mi placer y este se hacía máximo cuando dábamos rienda suelta a todas nuestras fantasías reprimidas. El bello de su piel se erizaba al sentir el contacto de mis dedos en su clítoris. Yo, como hábil amante que fuí, lo masajeaba lenta y delicadamente realizando pequeños círculos a su alrededor. Con cada espasmo, un gemido y con cada gemido, una invitación a acelerar mis movimientos.
Estaba empapada, lo sientía, lo disfrutaba, me encanta provocar eso en las mujeres. Agarre mi pene erecto y lo introduje en su vagina mientras la siguía alimentando con mis besos. Ella gemía y apretaba mi espalda con sus manos. Poco a poco bombeaba al ritmo del placer. Hacia dentro, hacia fuera, dentro, fuera, sin prisa, constante, con ardor. Nuestros gemidos me incitaban a acelerar el ritmo y notar con gusto como la fricción de nuestros sexos provocaba espasmos en mi cuerpo. Me tensé, el placer me obligó a ello. Cada uno de mis músculos se endurecio con cada minuto que pasaba. Como si de una danza indígena se tratase, el movimiento acompasado de nuestros cuerpos nos hizo llegar al orgasmo. Primero ella, retorciéndose y gritando fuera de control. Y acto seguido yo, esgrimiendo un gemido ronco que se expiraba poco a poco mientras mis movimientos cedían relajando mis músculos. Ambos nos mirábamos, yo aún jadeante por el esfuerzo y ella complacida y sonriente por lo vivido, me mimaba y acariciaba con delicadeza. Me encantaba hacer el amor con ella, gozaba sabiendo y sintiendo, lo importante que era para ella.