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RELATO - Libérame o déjame pensar

Sumergido en la búsqueda de literatura erótica-romántica, me di cuenta de que las que contaban una buena historia y relataban hazañas sexua...

martes, 22 de mayo de 2018

LIBÉRAME O DÉJAME PENSAR. PARTE 4


LIBÉRAME O DÉJAME PENSAR     PARTE 4

¡Por fin es viernes! Me encantan los viernes, porque acaba la semana laboral, salgo de trabajar a las tres y por la noche… ¡Fiesta!
He quedado con Jorge y Vanessa para ir a tomar unas copas al Coco Loco. Mónica iba a venirse con nosotros pero en el último momento se rajó. Dice que le duele la tripa y que prefiere quedarse en casa a descansar.
Las diez y media, ya estamos aquí. El ambiente es inmejorable. Música a toda pastilla, mogollón de gente y nosotros en la barra tomando una ronda de chupitos.
Jorge y Vanessa son pareja desde hace tan solo un par de meses. Nadie en el grupo de amistades apostaba por ellos, pero al final, de manera inesperada nos dieron la sorpresa. Jorge es un tío normalito, bajito y más bien feucho, pero siempre ha sido la alegría de la fiesta y siempre ha estado colado por Vanessa. Ella es una chica muy atractiva, bastante más joven que nosotros y con mucha energía en el cuerpo. Lleva el pelo corto con rizos y tiene una carita delgada de esas que te dan ganas de comerte a besos. A ambos se les ve súper enamorados, a pesar de que Vanessa era un poco reacia a salir con Jorge, creo que les va muy bien juntos.
Normalmente no me gusta ir de sujeta velas. Pero cuando Mónica comentó que no vendría y yo dije que entonces tampoco, Vanessa me insistió tanto que finalmente accedí.
Hablamos durante horas y tomamos algunos chupitos intercalados con varias copas. Bailamos, yo como un pato, pues el sentido del ritmo en mi cuerpo me ha sido negado desde que nací, pero aún así me divierto moviendo el esqueleto. Vanessa baila genial, está desatada, parece como si alguien hubiera metido una cámara rápida en su vida. Salta de un lado para otro bailando, se bebe sus copas como si se las fueran a quitar y tontea con Jorge cada vez que ambos cruzan sus miradas. Yo me alegro, pues ya iba siendo hora de que mi amigo encontrara a una mujer que le valorara como se merece.
Ya son casi las 4 de la mañana y los efectos del alcohol en mi cuerpo no están tardando en hacerse realidad. Me noto un poco de hormigueo en la cara y me encuentro un tanto desorientado. Creo que ha llegado la hora de marchar a casa. Como soy una persona responsable, he llamado a un Uber desde la aplicación de mi teléfono móvil para que venga a recogerme.

- Bueno, yo me marcho a casa, que por hoy ya he tenido suficiente. - Les indico a Jorge y a Vanessa.

- ¿Ya? Venga tío, pero si la fiesta acaba de empezar. ¿No te quieres quedar un poco más? - Me pregunta Jorge con simpatía.

Vanessa me mira siendo cómplice de la insistencia de Jorge.

- No tengo ninguna duda de que lo que debo de hacer es marcharme a casa. Mi noche ha llegado a su fin, chicos. Siento privaros de mi maravillosa compañía - Les indico bromeando.

- Bueno Roberto, pues entonces, no insisto más. ¿Hablamos para tomarnos un café esta semana? Tengo algo importante que contarte. - Me comenta con una alegría exagerada.

Vanessa me mira con preocupación.

- Eso está hecho. Cuando quieras. - Le indico a Jorge guiñándole el ojo.

La verdad es que Jorge siempre me ha tenido como apoyo anímico y he sido espectador de cada uno de sus fracasos sentimentales. Pero esta vez, por la energía que ha empleado al proponerme ese café, parece que por fin hablaremos de algo bueno.

- Jorge, voy a acompañar a Roberto hasta que llegue su Uber. - Comenta Vanessa con expresión sonriente.

Jorge hace gestos de conformidad y se pide otra copa. Yo le indico a Vanessa que no hace falta que me acompañe y ella me comenta que tiene la cabeza un poco cargada y que le vendrá bien tomar el aire. Salimos del local y agradecemos dejar atrás el estruendo musical del Coco Loco.

- Creo que mis oídos necesitaban un descanso. - Le sonrío a Vanessa y ella me corresponde con otra sonrisa.

Miro el mapa de la aplicación de Uber y nos dirigimos hacia donde se detendrá el coche. El lugar está a dos calles de donde estamos. No tardamos en llegar y por el camino hablamos de lo divertida que ha sido la noche. De las amistades conjuntas que tenemos y de temas sentimentales. Me sorprende que Vanessa confíe en mi para contar sus cosas íntimas, pues en realidad a ella no la conozco de mucho tiempo, pero como buen oyente y amigo, la escucho sin reparo. Me sorprende también la cantidad de experiencias que ha vivido, pensaba que por su corta edad no me tendría mucho que contar, pero la verdad es que se nota que vive la vida a toda velocidad. Vamos, que no pierde el tiempo.
Mientras esperamos el Uber yo la correspondo contando una de las experiencias que tuve en mi adolescencia.
Me pasé casi todo el tiempo estudiando para sacarme la carrera, pues no es que fuera muy buen estudiante, y para poder aprobar pasé maratonianas sesiones nocturnas empollando. Le conté que cuando estaba en mi primer año de carrera tuve que alquilar un apartamento compartido con una chica llamada Rocío. Apenas la conocía, pero el precio era apropiado para mí bolsillo. Ella trabajaba por las noches en un pub y yo por el día iba a la universidad, por lo que realmente lo que se dice vernos, nos veíamos más bien poco. Parecíamos dos extraños cada vez que por casualidad nos curzábamos por el pasillo o coincidíamos en la cocina. La vergüenza y la tensión de no saber cómo reaccionar, se podía cortar con un cuchillo.
Una de mis noches de estudio sentí abrirse la puerta del apartamento como tantas veces. Era Rocío, llegaba antes de tiempo de trabajar y se metía en su habitación sin mediar palabra. Era algo que ya había ocurrido más noches, según  llegaba de  cansada,  te saludaba o se acostaba sin decir una sola palabra. Sin embargo, está vez era diferente. Se metió en su cuarto y comenzó a llorar. Yo desde mi habitación contigua a la suya la podía escuchar perfectamente. Me dio pena y me acerqué a hablar con ella. Su chico la había dejado y noté que buscaba el consuelo de sus lágrimas en mí. Yo la escuché, la aconseje y sin apenas darnos cuenta, nos estábamos besando...

- ¿Ya? - Me pregunta Vanessa.

- Sí, ¿Que más quieres que te cuente? - Le indico sonriendo.

- ¡Pues detalles! Da detalles.

Me río mirando a Vanessa. La miro y me río... Me sonrío... Me quedo serio fijo en su mirada.
Noto como ella me está mirando fijamente. Yo me siento un tanto incómodo pero algo hipnotizado por su deseo y por el efecto del alcohol.
Sin apenas darme cuenta, tengo sus labios pegados a los míos. Yo, aturdido por lo que está ocurriendo, no puedo hacer otra cosa que corresponderla con los míos. Su mano acaricia mi mejilla y poco a poco se desliza desde mi cuello hasta mi pecho. Mi mente no puede dejar de pensar sobre lo que ocurre. No está bien, no debería de estar ocurriendo, pero sin embargo no me disgusta la situación y siento mucha excitación por momentos.
El interior de mi entrepierna lucha por salir presionando con dureza la tela de mis vaqueros. Y lo hace aún con más fuerza cuando noto como Vanessa desliza sus dedos sobre mi torso hasta llegar a mi pantalón.
Esto no está bien, esto no está bien, pienso para mí. Pero sin embargo, soy consciente de que no se como pararlo, de que no quiero pararlo. Me excita, me gusta, me da placer.
Sin darnos cuenta, el sonido de un coche pasa a nuestro lado. Miro entre beso y beso y puedo ver que es mi Uber. Yo me he percatado de su presencia, pero Vanessa está demasiado inmersa en mi cuerpo como para darse cuenta. Mi animal racional, sale a flote como puede y me hace ver que la llegada de mi esperado transporte puede ser la excusa perfecta para cortar esta peligrosa situación. Es la novia de mi amigo y no quiero que sufra por mi culpa.
Retiro mis labios de los de Vanessa y sin mediar palabra y aún muy acalorado, monto en mi Uber para alejarme de allí. Desde el coche, puedo ver la cara de consternación de Vanessa alejarse poco a poco de mí.
Me paso todo el fin de semana metido en casa. Recibo llamadas de Vanessa que no quiero atender, no tengo ánimos ni ganas de escuchar lo que pueda decirme. El sábado me alimento de comida basura y el domingo me marcho a comer a casa de mis padres. Después, de nuevo a casa... A vegetar.
El lunes es un nuevo día. En la oficina hay trabajillo. Estamos empezando a desarrollar una nueva aplicación. Es para una compañía de seguros muy conocida que necesita algo con lo que poder formalizar el almacenaje de los contratos y así poder encontrarlos de manera rápida y fácil. Muy emocionante trabajo, pienso sarcásticamente, pero al menos me hace vivir bien. Seguimos rodeados de “Los Invasores”, así es como mi compañero Ricardo ha denominado a los trabajadores de la empresa que nos compró. A las doce y media de la mañana me llega un correo de Recursos Humanos. Me citan a una entrevista a las cuatro y cuarto para revisar mi expediente laboral. No tengo ni idea del por qué, pero pasar por una entrevista a estas alturas me huele y me sienta fatal.
Ricardo me tranquiliza a su manera.

- No será nada tío. Estos procedimientos en las grandes corporaciones son normales. Además, piensa que están citando a todo el mundo poco a poco, lo que significa que si te echan, no serás el único.

Ricardo se ríe mientras me habla. Se siente gracioso, pero si por mí fuera, en estos momentos le diría por dónde puede meterse sus gracias. Sin embargo, la educación que mi familia me ha inculcado me lo impide.
Llega la hora de la comida, me voy al comedor y me dispongo a comer con Mónica. Ella me cuenta que ha pasado un fin de semana complicado con una especie de gastroenteritis. Yo la miro embobado y ella lo nota. Comienza a hablarme de un chico nuevo que hay en administración. De lo guapo que es, de lo bien que viste y huele. A mí me parte el corazón oírla y cada vez soy más consciente de que lo hace a posta para que mi mente disipe cualquier idea sentimental. Estoy seguro de que me marca el camino a seguir. El de la amistad.
Son las cuatro del medio día, nervioso, voy a la entrevista no sin antes pasar por el baño y asearme un poco. No quiero causar mala impresión a los Invasores.
Subo por el ascensor hasta la penúltima planta. Allí en la recepción, remodelada por completo desde que entraron los invasores, le indico a la recepcionista que estoy citado a las cuatro y cuarto. Ella me indica que me acomode un momento en una pequeña sala y que en unos instantes llegará el jefe de Recursos Humanos.
La sala es pequeña y las sillas incómodas. Parecen estar hechas para el momento. Para que uno esté más nervioso aún y parezca un poco más idiota. Frente a mí, una gran mesa redonda de madera. Y al fondo, otra puerta cerrada. Al menos, si tengo que huir del lugar tendré dos puertas para hacerlo, pienso riendo.
Los minutos se suceden como horas mientras espero, espero y desespero. No se que hacer con mis manos, no se ni donde ni como ponerlas. Parezco imbécil. Me veo desde fuera igual de nervioso que cuando hice mi primera entrevista laboral. Allá por la prehistoria.
Al instante, la puerta del fondo se abre y yo quedo estupefacto ante la visión.
La mujer hermosa que conocí en aquel antro liberal está ante mí entrando en la sala. Evidentemente no va en ropa interior, pero en mi mente no para de dibujarse esa imagen. Ella no parece sorprendida al verme. Al contrario, mantiene una extraña sonrisa pícara que me pone aún más nervioso. Lleva un traje con una falda estrecha hasta las rodillas y una camisa de gasa blanca. Se sienta frente a mí, me mira y sin decir una sola palabra, se dispone a remover unos papeles que trae en el interior de una carpeta. Busca que te busca, busca que te busca, hasta que da con mi ficha laboral. Lee detenidamente al tiempo que habla sin retirar la mirada de los papeles.

- Bueno, bueno, bueno… Roberto ¿Verdad?

CONTINUARÁ.

2 comentarios:

  1. Muy buena serie. Esperamos los sguientes capitulos.

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    1. Muchas gracias por hacerme saber que os gusta. Yo solo deseo que sigáis leyendo y que os siga gustando. Un saludo.

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