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RELATO - Libérame o déjame pensar

Sumergido en la búsqueda de literatura erótica-romántica, me di cuenta de que las que contaban una buena historia y relataban hazañas sexua...

martes, 26 de febrero de 2019

LIBÉRAME O DÉJAME PENSAR. PARTE 9


LIBÉRAME O DÉJAME PENSAR     PARTE 9


La puerta se abre y yo a duras penas puedo disimular mis nervios. Megan me mira siendo participe de ello. Me sonríe, me toca el brazo con ternura y me pide que me deje llevar.
Es una sala grande, con muy poca luz y repleta de detalles japoneses que pueblan cada centímetro de sus paredes. En el centro hay una gran cama redonda, grande, muy grande. Está adornada con delicadas y finas telas que se deslizan a través de cuatro postes de madera con detalles tallados. No cabe duda que este lugar es tan acogedor que invita al placer. La música sensual que suena así lo indica.
Al fondo podemos ver a nuestros invitados. Hay tanta distancia entre nosotros que apenas puedo percibir sus siluetas.
Al instante, para mí sorpresa, dos hermosas mujeres de tez morena se aproximan hacia nosotros. Con una extrema delicadeza nos ayudan a desvestirnos y a cubrir nuestros cuerpos desnudos con unos suaves y sedosos kimonos.
Megan me coge de la mano, no se, creo que en otro momento no habría sido un gesto bien recibido por mí, pero ahora... Siento que lo necesitaba. Me da tranquilidad sentir su tacto, ver cómo me mira y se sonríe.
Me lleva hasta la cama donde podemos ver que la otra pareja ha vivido lo mismo que nosotros. Ambos visten sus kimonos y llevan sus máscaras de carnaval puestas.
La chica parece nerviosa, su cuerpo tiembla al igual que el mío. Tiene una bonita figura, al menos es lo que se intuye a través de su kimono. A Él se le ve más experimentado, más acostumbrado a este tipo de situaciones. Se le aprecia impaciente, es como si le costara reprimir los deseos que tiene por estar con Megan.
Nos adentramos en la cama avanzando de rodillas hacia el centro. Lentamente, sin prisas, con los miedos que reflejan nuestras mentes interpretados por nuestro cuerpo.
Megan frente al hombre y yo frente a la joven. Empieza el asalto...
La miro a los ojos, como intentando ser cómplice de sus temores. Su máscara apenas me deja verlos. Solo el temblor de su cuerpo me confirma sus nervios. La sonrío buscando su tranquilidad. Creo que ella está peor que yo y no deseo que esto vaya a convertirse en una experiencia a olvidar. Acerco mi mano y acaricio suavemente su mejilla, al menos lo que me permite su máscara. La muchacha en un principio se asusta, da un pequeño respingo hacia atrás, pero después lo agradece. No me aparta la mirada. Me mira a los ojos, y no sé por qué mi corazón inicia una galopada como queriendo salirse del pecho. Mis dedos llegan hacia sus labios, los contonean, los acarician y ella me los besa con mimo y delicadeza. Cierra sus ojos con intención de dejarse llevar y comienzo a sentir como su tranquilidad invita a la mía.
Megan se besa con el otro hombre. Ella lo hace apasionadamente, aunque mantiene sus ojos clavados en mí. El tipo la manosea sin tacto alguno, como si de un juguete se tratase. Yo prefiero no mirarlos. Ser participe de sus actos me desconcentraría de manera estrepitosa y me llevaría al fracaso. ¿Pero qué estoy diciendo? Sí en verdad dará igual que mire o no mire. Nunca he sido capaz de desconectar mi mente de la realidad y mucho menos de desactivar mis radares prehistóricos. Haga lo que haga, parte de mi estará fuera de mi propia jugada. Analizándolo todo, como el vigilante eterno que soy.
Me intento centrar en la chica. Quiero que se sienta tratada como una reina y que no tenga esa sensación de haber sido utilizada. Al menor signo de incomodidad por su parte tengo claro que se terminaran estos juegos. Pronto sus nervios dejan paso a su placer. Cada caricia en su mejilla es un jadeo placentero. La miro a los ojos, me mira con deseo. Paseo mi pulgar por sus labios. Ella lo recibe con deseo, sin apartar su mirada libidinosa. Lo chupa, lo muerde y pasea su lengua por el. Yo acerco lentamente mis labios hacia los suyos y noto que ella los desea. Su cuerpo, su mirada y sus jadeos así lo demuestran. Comienzo a besarla, suave, tiernamente y con delicadeza... Me encanta. No sé qué tiene está mujer, pero el solo echo de rozar sus labios con los míos hace estremecer mi cuerpo.
Las máscaras son incómodas, la mía, la que más. La gran nariz que tiene me impide disfrutar de sus besos, me cuesta trabajo moverme y de vez en cuando me roza con la de la suya. Ambos sonreímos cuando esto ocurre. Juguetones y simpáticos no nos dejamos de mirar con complicidad y como si nuestros pensamientos estuvieran conectados, decidimos quitárnoslas. Yo inicio el gesto y ella hace lo propio confirmándome que es buena idea. Ambos queremos disfrutar del momento y sabemos que nuestro mayor impedimento es nuestra nariz.
El brillante instante vivido no tarda en teñirse a oscuro. Puedo comprobar la estupefacción de su expresión cuando yo termino de retirar mi máscara. Ella está aún con la suya a medio quitar. No entiendo, no sé que ocurre, que ha pasado para que el blanco de repente se transforme a negro y las risas cesen en un instante tan corto. Con terror en su mirada, retira la suya y hace que ahora sea yo el que quede estupefacto...
Ella es Mónica. La misma que ha disfrutado de mis besos y hacía trotar mi corazón. Sin embargo su expresión delata cierta confusión. No sabe cómo reaccionar ni qué hacer y yo apenas puedo articular palabra.

- ¿Mónica? - La nombro como arqueólogo perdido.

- Yo... Lo siento. - Me dice entre apenada y nerviosa.

Se levanta como un resorte y así, sin más que añadir, sale huyendo del lugar cual cenicienta a las doce. Yo me levanto y corro hacia ella, pero a mitad de recorrido pienso que lo mejor sería dejarla marchar. Me siento en una pequeña banqueta que hay cerca de la puerta y lamento mil veces mi presencia allí. La cabeza me arde al tiempo que siento como si me fuera a estallar. Sentado en el taburete, inclinado hacia delante, me aprieto la sien con mis manos.
Miro por un instante a Megan con la intención de despedirme, aunque sea con un gesto. Y veo que ella me mira también. Está semidesnuda y tiene ya al tipo encima. Tiene cara de preocupación, sabe que algo malo ha pasado entre nosotros y que yo no estoy pasando por un buen momento.
Veo que intenta, sin éxito, parar los juegos de su acompañante. Megan parece incómoda con la situación y finalmente, llevada por su carácter, se quita al individuo de encima de un empujón. Este, al recibir dicha negativa, sin venir a cuento, propina un fuerte bofetón a Megan que resuena por toda la estancia.
Yo nunca he sido un niño que sufriera de malos tratos ni qué los viviera en el seno familiar. Pero lo que sí que he sido, y con mucho orgullo, ha sido un niño al que desde bien pequeño le han inculcado valores éticos y de respeto hacia los demás. Nunca he tolerado ser un testigo impasible de cualquier injusticia que se paseara ante mis ojos. Y ahora es algo que no estoy dispuesto a tolerar.
Me levanto de mi reposo como si el mismo demonio azuzara mis movimientos. Megan está sentada con la mano en la mejilla. Yo apenas le dedico una fugaz mirada mientras encamino mis pasos hacia el despojo humano que está con ella, así bautizado por mí a partir de ahora.
Agarro su cuello y lo aparto de Megan en tres pasos. Solo tres, distancia suficiente para aislarle de ella y propinarle un fuerte puñetazo en la cara que hace que caiga al suelo. Ni se intenta levantar, se toca la mejilla y me mira con temor. Mírale, pienso para mí, da hasta pena el maltratador hijo de puta. Me acerco hasta Megan, aún en estado de shock y tras adecentar sus ropas la saco del lugar. Pido un Uber y la llevo al hotel donde estuvimos la otra vez. Durante el trayecto no dice nada, está ausente y temblorosa. Cuando el coche se detiene en la puerta, Megan sale de su estado de shock y agarra mi brazo fuertemente. Me ruega que por favor no la dejé sola, que me quede con ella. Yo estoy muy jodido, lo que me ha pasado dinamitó mi moral por completo, pero entiendo que Megan me necesite y por eso decido enterrar mi dolor hasta ver el suyo curado.
La subo hacia su habitación, la gente nos mira con recelo y es comprensible, pues aún llevamos puestos los kimonos. La llevo a su cama y me tumbo a su lado. Ella se gira dándome la espalda y agarra mi brazo para que se lo pase por encima. Ahí estamos los dos, pegaditos y haciendo la cuchara como si de una pareja de novios se tratase. Sigue temblorosa pero poco a poco la siento tranquilizarse. Su respiración comienza a ser más fuerte y algo más profunda. No cabe duda de que se ha quedado dormida.
Yo no puedo dormir, mis nervios me lo impiden. Me escabullo como puedo sin hacer ruido alguno y me voy al baño para darme una ducha. Salgo empapado, me seco el cuerpo con la toalla y después me la anudo a la cintura. Nervioso aún, decido sentarme en una lujosa y cómodo silla que hay a los pies de la cama. Me paso toda la noche asombrado por su belleza. Su piel tersa y delicada apenas tiene que envidiar a las sábanas de seda que cubren su descanso. Se la ve tan frágil ahí tumbada que me cuesta trabajo pensar que sea la misma persona que conocí en aquel local liberal.
La noche da paso al amanecer y yo no he dormido nada. La cabeza me da vueltas y el dolor que siento en el corazón me tiene hipnotizado en una espiral de autodestrucción. Sin duda, lo mejor que puedo hacer antes de que Megan despierte es marcharme de allí. Así pues, me visto en silencio y encamino mis pasos hacia mi casa.
Son las cinco y media de la madrugada cuando entro por la puerta de mi hogar. Pienso en mi cama, necesito dormir algo. Me quito el dichoso kimono y me tumbo sobre ella. No sé cuánto tiempo pasa hasta que consigo que se me cierren los ojos de puro agotamiento. Por la mañana, mi estómago se ha convertido en mi despertador y a eso de las doce ha comenzado a bailar.
Me despierto como con resaca, y eso que no bebí. Me duele la mano y tras un examen ocular, puedo comprobar que tengo los nudillos hinchados. No cabe duda que el energúmeno era un cara dura.
Un poco de hielo me aliviará. Cojo una bolsa y me la anudo en la mano derecha. Me siento en el salón y enciendo la televisión. La verdad es que no me ayuda. Pensé que sería buena idea ver alguna película o serie pero como me suele ocurrirme en estos casos, mi cabeza no para de dar vueltas. No entiendo nada, no sé que hacía Mónica en aquel lugar. Y mucho menos me puedo imaginar por qué estaba con ese idiota. Por una parte, me maldigo por lo que pasó, pero por otro lado pienso en sus besos y en lo que sentía al dárselos. En como en aquel instante mi corazón parecía que se iba a salir de mi pecho. Jamás había sentido nada igual y puedo asegurar qué tal y como se precipitaron los acontecimientos, yo no sabía que era ella, pero mi cuerpo sí. Es como cuando se habla de esas ñoñerías en las que se dice que cuando besas a la persona predestinada a ser tu media naranja, lo notas. Yo nunca lo creí, pero ahora... No sé qué pensar.
Mi teléfono móvil suena, desearía que fuera ella, pero no. Es un número desconocido y yo... Hoy no estoy para números desconocidos.
El domingo llega a su noche y decido pedir una pizza para cenar. Se que no es lo más sano, pero un día es un día.
A las doce me voy a la cama, me intento relajar para poder dormir, pero hasta la una y media no lo consigo. Mi despertador suena incesante y yo tengo mucho sueño.
En la oficina está todo normal. Todo a excepción de una cosa que no me agrada descubrir. Mónica no me ha ido a trabajar y pienso que habría sido bueno que habláramos del tema. Después de pensar esta noche en frío sobre lo ocurrido y su reacción, creo que ella no es partícipe de mis sentimientos y deberíamos zanjar este tema. Enterrarlo en una profunda fosa y dejar pasar el tiempo necesario hasta que mi corazón se recupere. Quizás, incluso me plantearía un cambio de trabajo.
La llamo por teléfono hasta en tres ocasiones, pero me salta constantemente su contestador. Tranquilo, tranquilo, necesita tiempo.
Llega la hora de la comida y me voy hacia el comedor. Miro la colección de guarrerías de comida rápida que ofrecen e intentando seleccionar lo menos dañino para mi organismo. Pero desde luego que me lo ponen difícil. No hay nada menos perjudicial que lo anterior que haya visto.
Antes de poder realizar mi elección alguien llama mi atención con pequeños toquecitos en el hombro. Me doy la vuelta y allí está... Esa preciosa mujer vestida con un elegante traje de ejecutiva.

- Hola Megan. - La saludo con una amplia sonrisa.

- Hola guapo. - Me contesta sonriente.

Noto que lleva exceso de maquillaje en la cara, algo poco habitual en ella. ¿Disimulando el bofetón que le dio el mono-neuronal?... Quizás.

- ¿Qué tal te encuentras? - Le pregunto con simpatía.

- Bien, estoy bien.

La noto algo cortada, poco habitual en ella.

- Escucha Roberto, sé que no eres hombre que busque recompensas, pero si no te importa, me encantaría invitarte a comer. Necesito agradecerte todo lo que has hecho por mí y...

Se mantiene en silencio avergonzándose aún más. Sé que no es mujer de dar las gracias y no la culpo, porque se que quizás su estatus social la ha llevado a no tener que hacerlo. Se que le está costando horrores, y más aún, siendo conocedora de mi postura sobre no aceptar regalos ni cumplidos. No me gusta verla así y prefiero recuperar a la Megan que irradia seguridad allá por dónde pasa, así que aceptaré su invitación, pero no sin condiciones.

- Por supuesto que me encantaría comer contigo Megan. - Le indico con una sonrisa.

Su cara de sorpresa ante mi respuesta inesperada la delata. Sin duda, no esperaba que accediera.

- ¡Estupendo! Conozco un lugar que te va a encantar. Voy a llamar al chófer. - Me dice nerviosa mientras busca su móvil en el bolso.

- No Megan, tú invitas, pero yo elijo el sitio. ¿Te parece? - Le digo impostando un poco mi tono de voz.

Al principio se queda paralizada, pero tras soltar una pequeña carcajada, me contesta que sí.
Le damos el día libre al chófer y nos vamos en un taxi. No me gusta ir encorsetado en un coche con chofer como si fuera un ricachón. La llevo al bar de mi amigo Pepe, El Pepes. Una pequeña tasca muy acogedora que se encuentra a las afueras de Madrid. Pepe y yo nos conocemos desde la universidad, es un gran amigo. Ambos cursamos la misma carrera de informática, pero sin embargo, tras unos años ejerciendo, Pepe decidió montar su propio negocio. Y que mejor que un bar para olvidarte de tantos bytes.
Pido unas hamburguesas, hoy elijo por ti, le digo sin dejarla opción. Ella parece sorprenderse con todo, al principio la noto como si se sintiera fuera de lugar, pero poco a poco va integrándose y comienzo a sentir que lo disfruta. Mientras hacemos tiempo a la llegada de nuestro manjar, decidimos no hablar de trabajo. Ella me cuenta que nunca había estado antes en un lugar como este. Su familia, que siempre ha tenido mucho dinero, desde pequeña la habían llevado a los lugares muy selectos. Nada parecido a Pepes. Pero que le encanta el lugar y que la compañía es inmejorable.
De repente, ante nosotros se presenta el plato fuerte de la velada. Dos enormes y grasientas hamburguesas listas para hincarles el diente.  A Megan no se le borre la cara de sorpresa. No consigue disimularla y las mira con la boca exageradamente abierta.

- ¿Pero cómo voy a morder esto? Es, es... Enorme. - Dice Megan muy sorprendida.

Mi risa comienza suave y se acentúa al ver sus ojos desorbitados. No puedo parar de reír y con cada una de mis carcajadas provoco el contagio de las suyas.

- Mira, esta hamburguesa se come de una manera única. La coges con las dos manos, la aprietas, todo, todo lo que se necesite para que pueda entrar en la boca y... Cuanto más chorreé, más significará que has aprendido a comerla.

- Pero, vamos a ponernos perdidos. - Contesta titubeando.

- ¡Eso es! El que acabe más perdido de pringue, gana. Coge tu hamburguesa.

Ella hace lo ordenado. Aún con cara de sorpresa.

- A la de una, a la de dos y... ¡A la de tres! - La incito sonriente a la carrera.

Megan aplasta su hamburguesa y todo el ketchup y la mostaza comienzan a chorrear por todas partes. Ella, sin dudar un instante y sin parar de reír comienza a dar grandes mordiscos. Yo hago lo propio y la miro sin poder dar crédito. Me encanta verla así, accesible, como una persona normal. A pesar del contraste de su elegante traje de ejecutiva ahí está... Devorando una enorme hamburguesa. Hay que reconocer que verla comer esta hamburguesa la embellece. La hace más humana y más bella...
Recuerdo a Mónica y mi corazón recibe un pinchazo. A pesar de sentir como mi interior se oscurece, por fuera lo consigo disimular y lo supero sin que Megan lo haya notado.
Terminamos de comer y nos quedamos un rato más charlando.
Megan pertenece al seno de una familia adinerada. Desde la época de su tatarabuelo, siempre han tenido empresas. Me cuenta que a ella la educaron para seguir con la empresa familiar. Que poco ha conocido de una vida normal. Desde pequeña fue a un internado y después, cuando empezó su carrera de empresariales la mandaron a Bélgica, donde estuvo muchos años. Por lo que puedo intuir de lo que me cuenta y como lo cuenta, no creo que haya tenido un ambiente familiar muy normal. Creo que el amor de sus padres nunca existió. Que ella debe de sentir un gran vacío. cuando habla de su infancia sus ojos se humedecen. Y cuando menciona a su hermano perdido, que no ve desde los quince años, casi le cuesta tragar saliva a causa del nudo que se le forma.
Salimos del Pepes y la invito a pasear. Ella acepta encantada y ambos paseamos por El Retiro. Está atardeciendo y parece que no pasará demasiado tiempo para que la tarde de paso a la noche. Yo le cuento de mis andanzas por la universidad y de las gamberradas que montábamos Pepe y yo. Ella no para de reír.
Repentinamente mi teléfono comienza a sonar y yo lo saco de mi bolsillo. En la pantalla puedo ver el nombre de Mónica. Es ella, esa mujer que provocó en mi tanto con tan poco. Me pongo nervioso, mudo, como idiota. Megan me mira y se sonríe.

- Venga Rober, cógelo, lo necesitas. Lo he pasado genial y te doy las gracias por este momento.

La miro y me quedo mudo, sin saber que decir. Ella no es tonta, intuye por lo que estoy pasando y me facilita la retirada.

- Yo estoy bien, no te preocupes. Nos vemos en la oficina. - Me dice sonriente, me besa en la mejilla, me guiña un ojo y se marcha. Así... Alejándose de mi.

Yo la miro y me siento egoísta. Tengo una sensación incómoda en mi interior. Siento como si la hubiera utilizado. Miro mi móvil y la miro a ella, ya lejos de mi.


CONTINUARÁ

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