Entrada destacada

RELATO - Libérame o déjame pensar

Sumergido en la búsqueda de literatura erótica-romántica, me di cuenta de que las que contaban una buena historia y relataban hazañas sexua...

martes, 17 de diciembre de 2019

LIBÉRAME O DÉJAME PENSAR. PARTE 10


LIBÉRAME O DÉJAME PENSAR     PARTE 10

La oscuridad inunda mi salón y descerraja mi interior a cada minuto que pasa. No he vuelto a ser persona desde que me enteré de la partida de Mónica.
Se ha marchado y a puesto tierra de por medio. Me llamó aquel día y se despidió a su manera, como un día normal, sin mayor importancia. Me dijo que sentía mucho lo que había pasado y apenas me dejó hablar.
He intentado llamarla en más de cien ocasiones, pero no ha querido contestar. Me enteré que se marchó porque solicitó una excedencia a la empresa y recogió todas sus cosas. No puedo vivir con la idea de que yo haya sido el causante de su incomodidad y que hiciera que se decantara por huir.
He convertido mi vida en pura monotonía dramática. Me limito a sobrevivir buscando aliento en cualquier cosa que haga cambiar mi apatía. Todo me da igual, todo me importa una mierda y ya no hay más que oscuridad en mi corazón.
Megan me ve en el trabajo y sufre por mí. En el fondo y a pesar de todo lo vivido con ella, me aprecia y puedo notar el dolor en su mirada cada vez que me ve así. En hasta cuatro ocasiones me ha animado a salir con ella para tomar unas copas. Pero yo no tengo cuerpo ni mente para ello. Estoy fabricando mi propia espiral de autodestrucción y hasta que no termine conmigo mismo no cesaré en el empeño.
Hoy me fui un rato antes del trabajo, pensé en ir a comprar algo de comida, pero como siempre, acabé tirado en el sillón de mi casa. A eso de las siete de la tarde sonó mi teléfono. Era Vanessa la que me llamaba, su tono de voz sonaba urgente y yo la intenté tranquilizar para que me contará que es lo que ocurría. Tras unos segundos de sosiego impostado, me contó que había discutido con Jorge. Que no sabía por qué, pero que se había puesto hecho una fiera durante una discusión. Que la había llamado puta y que salió llorando con el coche a toda velocidad. Me dijo que llevaba más de una hora intentando llamarlo y que no contestaba a sus llamadas. Yo la intenté tranquilizar y la comenté que intentaría hablar con él. Que no se preocupara, que seguramente habría ido a casa de sus padres. Jorge es de los que a pesar de tener ya una edad, ante cualquier problema, siempre se a refugiado en el calor de los brazos de sus padres.
Le llamé varias veces y al ver que no me lo cogía, no quise seguir insistiendo. A la noche lo vuelvo a intentar, pensé. Y volví a dejar el móvil sobre el sillón, a mí lado.
Perdí la noción del tiempo y me quedé traspuesto. Tan solo el sonido del timbre de una nueva llamada consiguió sacarme de mi aletargado sueño. Será Jorge al ver mi llamada perdida, pensé. Y tras comprobar lo incierto de mi teoría, vi que en la pantalla se anunciaba el nombre de Vanessa.
Tumbado sobre la cama del hospital, lleno de cables, dormido, en un lugar frío e impersonal, allí estaba Jorge. Inerte y sosteniendo el fino hilo que a duras penas le unía a esta vida. El sonido del bip y del respirador retumban en mi cabeza. Vanessa me llamaba para decirme entre llantos que había sufrido un accidente y que estaba en coma, postrado en la cama del hospital de la Paz. Yo estaba allí, inmóvil, frente a él, apretando mi puño con fuerza y martilleando mi mente con sentimientos de culpabilidad. Apenas pude reprimir las lágrimas que brotaban de mis ojos. Amigo, amigo del alma que tantas veces me saco del hoyo y que yo con mi falta de tacto y humanidad le había invitado a caer. Vanessa está a su lado, no lo merece, una mujer que no ama no debería de velar por un amor de placebo. Pero ahora mismo eso no importa, está allí y sé que Jorge así lo habría querido.
No sabemos si va a despertar, ni si en el caso de que lo hiciera, como lo hará. Los daños son graves. Por dentro y por fuera, nos ha comentado el doctor.
Un guardia civil nos indicó que su vehículo se salió de la calzada sin sentido alguno. Así, sin más, en plena recta de una autovía. Sin circunstancias atenuantes que hicieran pensar que algún fallo mecánico fuera el culpable. Sin nadie implicado que hiciera que esto ocurriera... Sin nadie implicado que estuviera allí, pero si en su herido corazón, pensaba para mí mientras el policía proseguía contando.
No lo esperaba, no sabía que mi cuerpo tuviera que soportar una losa aún más pesada sobre la que ya llevaba puesta. No se como voy a salir de esta y no se cómo voy a gestionar la rabia y la furia que emerge de mi interior.
No digo nada a nadie. Me giro y me marcho del hospital. Siento la mirada de Vanessa clavada en mi persona, probablemente con la culpa en el rostro y viendo cómo se queda sola ante tan frío escenario.
Llego a casa. La cabeza me va a estallar. Me siento sobre el sillón con intención de encontrarle sentido a mi vida, pero ahora mismo no encuentro nada. Poco a poco siento más tensión en mi cuerpo, mis músculos afloran la rabia interior que a duras penas he conseguido retener. Me levanto cual resorte mecánico y la emprendo a puñetazo limpio con la puerta del salón. Los golpes de mis nudillos contra la madera suenan terroríficos, pero yo no sé cuándo ni como pararlos. La sangre de mis manos tiñe de un terrible rojo el marrón barniz de la madera.
Me vendo mis maltrechos nudillos con una gasa y me voy al mueble bar. Allí localizo mi siguiente objetivo, un chivas de 30 años a día de hoy sin abrir. Al principio pienso en un vaso, pero antes de que pueda ir en su busca, la botella entera se convierte en mi mejor amiga. Pienso beber durante toda la noche y así lo hago. Empiezo a notar los efectos del alcohol en mi cuerpo hormigueante. El teléfono suena, es Megan, pero no lo cojo.
Pasan varias horas y cada vez me siento más ebrio. Pero no una embriaguez alegre, no una de esas que te sueltan la sonrisa tonta y la lengua a partes iguales. Una de esas que te unen más en el sentimiento de culpa.
No se cuánto tiempo he pasado inconsciente. He despertado por la mañana tirado en el sofá, con dolor de cabeza y cuerpo resacoso. He decidido mandar un mensaje a recursos humanos de mi empresa e indicarles que no asistiré al trabajo por enfermedad. Como puedo, dando tumbos, me marcho al cuarto de baño y me cambio los vendajes de los nudillos. Me duelen, pero en estos momentos tampoco me importa demasiado. Mientras me lavo las heridas escucho mi teléfono sonar, todo el tiempo, insistente, timbrando en mi cerebro. Voy al salón y veo una llamada perdida de Megan, no entiendo su insistencia, no es momento de tontear y me resulta incómodo que no sea capaz de darse cuenta de ello. Es tenaz, insistente y de ese tipo de personas que no saben aceptar un no por respuesta.
Pasan los días, mi casa se cae encima de mi tristeza, presiona la poca humanidad que me queda hasta extinguirla casi por completo.
Me meto en la ducha e intento disfrutar del agua golpeando en mi cabeza.
El timbre de casa suena. A penas lo he conseguido escuchar, vamos, de milagro diría yo. Cierro el grifo de la ducha y tapo mis vergüenzas anudando una toalla en mi cintura. Salgo hacia el encuentro del visitante. Que frío siento a medida que voy llegando a la puerta. Hace días que no enciendo la calefacción y se nota la llegada del invierno.
Abro la puerta, y para mí sorpresa, me encuentro a Megan. Es mi jefa, lo sé, llevo varias semanas faltando al trabajo y entiendo que lo correcto sería haberme despedido mandándome una carta, ¿pero venir aquí?
En estos momentos no estoy para sermones y la verdad es que me da igual lo que pueda decirme o hacerme.
Megan está seria. Me mira de arriba a abajo y me saluda.

- Hola, me saluda con cara seria y algo preocupada.

- Hola Megan. Le devuelvo el saludo frío, como mi casa y mi vida en estos momentos.

Se mantiene un silencio incómodo en el que ella espera a ser invitada a mi casa y yo no tengo ganas de lanzar dicha invitación. Finalmente rompo el silencio de la manera más seca.

- Escucha, si vienes a recriminarme algo te pediría que no lo hicieras. Actúa en consecuencia y si tienes que despedirme, prefiero que lo hagas sin sermones, por favor.

Me mantengo serio, con una expresión que evidencia mi carencia de sentimientos.

- Se lo que ha pasado Roberto, en el trabajo me han informado de lo ocurrido y lo siento mucho, de verdad.

- Estupendo Megan. Le digo serio y con indiferencia.

Me meto hacia el salón dejando la puerta abierta. Megan apenas tarda en reaccionar y avanza tras de mí. Yo me siento en el sillón y me mantengo serio y distante. Ella se sienta a mi lado y se mantiene en silencio también. Mira con atención todo el desorden que la rodea. Está todo por medio, pero en realidad a mí me da un poco igual. No me importa que vea todo lo que hay por ahí, todo lo sucio y todo lo que no debería de campar por el salón. Me mira fijamente y provoca un estallido de furia que escapa de mi interior.

- Megan, no necesito de tu compasión, no quiero que cuides de mí, ni necesito que te preocupes. Tú y yo solo somos jefe y empleado y así es como debe de ser. ¿¡De acuerdo!?

- Roberto, yo solo he venido a ver cómo estabas, se por lo que estás pasando. Me dice apenándose por mí.

- ¿¡Tú que coño vas a saber por lo que estoy pasando!? ¡Mi vida se fue a la mierda hace semanas y no tengo ni fuerzas ni ganas para cambiarla. ¿¡Entiendes!? Grito enfadado. ¡Por el amor de dios! Mi amigo se muere en una cama de hospital por mi culpa. ¿Tú que vas a saber?

Sin control alguno, rompo a llorar como un bebé privado de su antojo. Me siento débil, frágil y ninguneado por el destino. Hace unas semanas me sentía como el rey de mi propio destino y ahora, no llego a ser ni un simple lacayo.
Megan se acerca a mí, me abraza y me acurruca entre sus brazos. Yo puedo sentir su calor, su vida, su ternura y todo eso que parece reconfórtame por dentro. No se cómo pero mis labios se encuentran con los suyos. Se que no debo hacerlo, pero mi mente está confusa y mi corazón herido de muerte. Su presencia, su olor, sus labios me atraen hacia un torbellino caliente de sensaciones.
Nos besamos con pasión durante un largo instante. Ella me mira y yo puedo percibir dudas en su mirada, pero nuestro fuego desprende tanto calor que apenas deja un ápice de sentido común. Megan huele dulce, su piel es suave y mis manos, doloridas por la culpa, desabotonan cada botón de su blusa. Uno a uno, sin prisas, pero sin pausas.
Sus pechos asoman rebosantes de placer. Incitan a mis impulsos por saborearlos y yo en estos momentos no tengo topes ni remilgos. No cabe duda de que ella está tan excitada como yo, pues sus pezones erguidos y endurecidos me incitan a una rápida degustación. Sin pensar demasiado y tras mirarla fugazmente, grabo su lasciva expresión en mi mente y me dispongo a tocarlos, lamerlos y morderlos hasta provocar esos deseados gemidos en ella.
Mi mano, torpe y nerviosa a partes iguales, lucha por abrirse paso a través de su falda. Me siento raro, poseído y sin tacto y delicadeza alguna. De manera vertiginosa me quito la toalla con la intención de follarla y eso hace que Megan se sienta incómoda. Mi repentina ansia por saciar mi apetito sexual a toda costa, la hace despertar de su trance de placer y la devuelve a una realidad aún más cruda de lo que podría imaginar. Intenta zafarse de mi presión, tal y como lo haría la presa de un león cuando lucha por no ser devorada. Yo sigo en mi empeño hasta recibir una fuerte bofetada que me hace volver al mundo real. La miro y veo el pánico en su mirada, dios ¿Qué he hecho? soy un monstruo, me estoy convirtiendo en lo que tanto he odiado durante toda mi vida.
Mil lágrimas comienzan a brotar por mis ojos y corretean velozmente por mis mejillas. Megan se recompone la ropa y permanece a mí lado. Yo me derrumbo y ella me acoge entre sus brazos. Y así, permanecemos durante horas.


CONTINUARÁ

No hay comentarios:

Publicar un comentario