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RELATO - Libérame o déjame pensar

Sumergido en la búsqueda de literatura erótica-romántica, me di cuenta de que las que contaban una buena historia y relataban hazañas sexua...

martes, 14 de noviembre de 2023

Aquella mujer

 Aquella mujer se mostraba esquiva en cada proposición de cita. Me miraba, me sonreía pícaramente, contoneando su cinturita y se marchaba dejándome con tres palmos de narices. Eso era lo que yo imaginaba que haría cada vez que le insinuaba una nueva proposición para conocernos en persona.
Hasta ahora solo habíamos mantenido conversaciones por chat. Era todo un misterio para mí como podía sentir su fragancia y suave tacto a través de sus palabras.
Al menos en mí imaginación, porque aún nada de lo real se había materializado en el plano físico.
Desde que mantuvimos esas conversaciones picantes, se habían hecho más candentes mis deseos de conocerla.
Fantaseaba con tener un encuentro secreto de los que hacen que tu vida vuelva a los veinte. Imaginaba su piel, de blanco terciopelo, dulce y suave paseando entre las palmas de mis manos. Imaginaba el contraste de sus caderas con esas curvas que invitaban a recorrerlas reduciendo la velocidad. Me imaginaba acariciando su espalda, cual masaje relajante para pasar a su entrepierna, besando y lamiendo sus labios para sentir como tensaba el arco de su espalda reflejando el placer.
A las siete menos cuarto salí de casa, nervioso, como quinceañero a punto de hacer su examen de evaluación. Me dije a mi mismo que que no lo haría, que no me pondría nervioso, pero como siempre, mis acciones traicionaban a mis intenciones.
Llegué a la hora pactada, las siete y media. Miré a mi alrededor y no la vi. Tenía dudas, pues solamente nos habíamos visto en fotos y quizás no sería tan fácil reconocernos en persona.
Repentinamente alguien detrás de mí rozó suavemente mi espalda. Era ella, no cabía duda, linda, de sonrisa dulce y mirada traviesa. En persona no era muy diferente a lo que yo me había imaginado.
La sonreí y le di dos besos educados en las mejillas. ¡Dios! Sus labios me los habían pedido antes, pero como viene siendo habitual en mí, había traicionado a mis instintos y no los complací.
Tenía que habérselos plantado allí mismo. Pero en fin... Yo soy así, caballero-sincero que a veces se percibe como medio-tonto-tonto-entero, en fin...
Nos saludamos de palabra y nos hicimos el protocolo. ¿Que qué tal? ¿Qué si llevas tiempo esperando? ¿Que si se ha quedado buen día? Ya sabes, lo típico.
Nos sentamos en una terracita que había justo allí, nos miramos, tímidos y sonrientes hasta que apareció el camarero.
Pedimos nuestras bebidas y comenzamos a charlar...
¿Hasta donde nos llevaría ese encuentro? Pensaba... No lo sé, pero lo único que atisbo en mi mente son las irresistibles ganas de besarla, de tocarla, de amarla y de hacer que me sienta de nuevo como un hombre...
No pasó mucho tiempo  cuando comenzaron las risas. Yo a veces, como payaso no tengo rival. Siempre pasa lo mismo, me paso la vida criticando la búsqueda del hombre perfecto en las mujeres. Siempre dicen lo mismo, a mí, que me haga reír, eso es lo importante.
Y yo siempre pienso, ¿Qué quieres? ¿Un hombre con personalidad o un payasete? Que luego... El que recupera las fuerzas en tu cama después de una buena sesión de sexo no suele ser el que te hace reír. Jajajaja. Y me río yo mismo, para mis adentros.
Pero sí, al final siempre pienso y actúo haciéndolas reír. Porque no hay nada más bonito que la sonrisa y risa de una mujer bella que te mira con gesto libidinoso.
Y allí estábamos los dos, intercambiando miradas de deseo entre risa y risa.
Hablamos durante horas, como si lleváramos tiempo sin hacerlo y tuviéramos que ponernos al día.
Dios mío, que sonrisa, que mirada, que labios sensuales pidiendo ser probados como la miel dulce. Ufff, que no se me note, que no me lo note... Pensaba todo el tiempo.
Pues de una cosa estoy seguro, de que mi rostro tiene la misma expresión que la de un niño embobado y salivando frente a un escaparate de pasteles. Pero bueno, ante semejante mujer, era complicado no parecer idiota.
Terminamos nuestras bebidas y decidimos dar un paseo. Hace frío, sin aíre desagradable, pero la temperatura es baja. Me encantaría rodearla entre mis brazos para así hacer que sienta el fuego que su presencia hace que emane de mí interior. Pero creo que es pronto y ese miedo instintivo al rechazo siempre me hará replantearme esas situaciones.
Situaciones que mi mente siempre resuelve muy bien, pero que la cruda realidad, me niega.
Se acerca el momento, ese final, esa manera en la que podría o no finalizar este encuentro. No sé, voy perdido, la veo bien, la noto a gusto, sonriente y alegre. Pero siempre he pecado de no captar las señales que ellas mandan.
O peor aún, captarlas erróneamente. No entiendo una cosa, de verdad. ¿Como en un mundo en el que hemos evolucionado tanto socialmente, al final, hay ciertas cosas que no?... ¿Tantas intenciones liberadoras femeninas para luego que...? ¿Estar los dos deseosos y notar que ella está esperando que él de ese primer paso?
Está claro que la cobra no esquiva a las chicas. Solo a nosotros.. ¿Dónde están esas mujeres que no temen lanzarse al vacío?
Aquí, aquí está esa mujer que no teme lanzarse al vacío.
Nuestros labios se juntaron como experimentados bailarines que dan rienda suelta a su danza sensual. Eran besos suaves, tiernos y ardientes.
Con mi mano acaricié su mejilla, me encanta tocar, sentir la piel con piel, sentir la sensualidad pura, sentir suave y delicadamente. Y ella agradecía mis caricias con esos sonidos característicos que anuncian el preámbulo de lo que está por acontecer.
Nos fuimos a un hotel, así, sin más, sin pensarlo y con la única misión de dar rienda suelta a nuestros instintos. Esos mismos que injustamente nos negamos y que sólo hacen bien a nuestros cuerpos y almas.
La rodee entre mis brazos, la seguí besando y pasee mis manos por sus hombros y su cintura mientras la apretaba contra mí. Quería que me sintiera, que fuera consciente de lo que provocaba en mí. Que notara lo abultado de mi pantalón y lo ardiente de mi piel.
Ella no me rechazó, se entregó por completo y me recibió con el mismo ardor o más.
Llego el momento, ese momento en el que ya no eres dueño de los actos que realiza tu cuerpo.
Ese momento en el que tú y todo tu ser se mueve y actúa de manera automática sin que lo tengas que pensar. Mi mano inició su expedición. Fue acariciando sus pechos , su cintura y sus caderas hasta que encontró su tesoro mejor guardado. Allí pude ser testigo del ardor que ella estaba viviendo. Sí, su cálida humedad así me lo demostraba. Acaricié hábilmente su tesoro en busca de provocar esos sonidos de placer que tanto me gusta escuchar. Con su placer crecía el mío. Llámame raro, pero a mí me pasa que cuanto más consciente soy de provocar su placer, más crece el mío.
La tumbé sobre la cama y la terminé de desnudar, de una manera un poco torpe, lo reconozco, pero espero que me perdone pues los nervios se pueden ocultar, pero rara vez desaparecen.
Allí estaba, tumbada en la cama, como el mayor tesoro ofrecido a un pirata.
La besé en los labios, en el cuello y en sus pechos redondos y turgentes. Estaba muy excitada, pues sus pezones erguidos al cielo me lo revelaban. Bajé a su entrepierna con cada alarido de placer que ella me daba, y allí comenzó el inicio de un gran combate. Mi lengua luchaba contra su abultada perlita.
La agitaba y la succionaba de manera lenta, lenta, lenta pero constante, constante, constante. Mis manos acariciaban sus dos montañas y las apretaban presas de placer. Su espalda se arqueaba y yo, no podía hacer otra cosa que disfrutar de ello al sentir todo lo que provocaba.
No tardaron mucho en aparecer sus primeros orgasmos. ¡Dios! Que ricos orgasmos saboreando la miel de su interior. Cada orgasmo que provocaba era una pequeña victoria y una invitación a seguir. No los conté, pero fueron muchos.
Era el momento de mi placer, o al menos, era lo que ella debió pensar, pues en uno de sus movimientos, se nos cambiaron las tornas.
Me coloco en su lugar y estando sobre mí, comenzó a besarme, lamerme y mordisquearme por cada centímetro de mi piel.
Su pícara sonrisa era el ardor en mi deseo. Poco a poco y sin apenas darme cuenta había bajado con intención de hacerle una visita a mi guardián. Allí lo beso, lo recorrió con su lengua de arriba a abajo y finalmente se lo introdujo en su boca.
Ufff, los escalofríos de placer  hicieron presencia en mi cuerpo y a medida que ella succionaba con movimientos hacia arriba y abajo yo quería morirme. Morir para ir a un plano superior donde el placer fuera la gravedad universal que atrae a las personas.
Arriba, abajo, arriba y... Muy abajo. Ufff, dios mío, no sabría explicarlo pero estaba inmerso en una sensación excepcional.
De vez en cuando levantaba su cabeza y me miraba, como velando por saber si el placer provocado era bien recibido.
Yo moría con cada una de sus miradas, la veía ahí, frágil, inocente y lasciva como una diosa sexual sabiendo perfectamente lo que sus actos provocan.
En una de sus miradas me sonrió de la manera más pícara que se puede sonreír, agarró mi mástil duro y palpitante y no dudo un instante en introducirlo en su interior. En un lugar donde estaría a salvo.
Un lugar suave, calentito, húmedo. Un lugar en el que me gustaría perderme toda una vida. Comenzó a bombear, subiendo, bajando, restregando hacia delante y hacia detrás. Y yo tocaba su cara, sus pechos, sus preciosas caderas para finalmente agarrar sus glúteos y apretarlos con cada embestida de placer recibida.
Varios de sus orgasmos acontecieron en esta película. Sin duda vivíamos un film a medio camino entre la acción y el erotismo. Cómo me gusta sentir que una mujer se corre infinitas veces cuando estoy dentro de ella, me encanta... Sentir como se tensa, como palpita, como se aprieta contra mí... Ufff.
Seguimos toda la noche hasta caer exhaustos, no tenemos edad para esto, nos decíamos entre risas mientras disfrutábamos de una copita de vino.
Hablamos, hablamos y hablamos. Ambos satisfechos por lo vivido como protagonistas de nuestra película. Y al final, como caballero que me considero, la llevé a su casa para que disfrutara de un descanso merecido.
De camino a mi casa en mi mente solo se dibujaba cada minuto, cada segundo, cada centésima de lo vivido junto a ella. Y me preguntaba de manera insistente... ¿Cuando volvería a verla?
Solo espero que todo esté bien y que lo vivido, se convierta en una gran saga de películas perfectamente orquestada por sus protagonistas.

 


 

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