Acerqué mi mano para acariciar con delicadeza su mejilla. Ella lo agradecía, al menos, eso es lo que me dejaba intuir cuando cerraba sus ojos y ronroneaba como si de un minino sensual se tratase.
Sus cabellos eran oro puro, oro brillante y fino. Largos hasta su cintura que descansaban sobre su espalda desnuda. Sus pechos, creados para el pecado y obsequiados para mi placer, se endurecían a cada instante que pasábamos en aquel bonito lugar.
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martes, 14 de noviembre de 2023
Lugares bonitos
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