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RELATO - Libérame o déjame pensar

Sumergido en la búsqueda de literatura erótica-romántica, me di cuenta de que las que contaban una buena historia y relataban hazañas sexua...

martes, 14 de noviembre de 2023

YA QUEDA MENOS.

Llego tarde, como siempre, ¡Joder! Si es que todo se me complica a última hora. Espero que lo entienda.
Allí está, sentada esperando. Con una sonrisa eterna que desprende felicidad y que me hace transportar hacia un mundo mejor. Siempre ha sido así, es lo mejor que le puede pasar a un hombre. Tener una compañera que te transporte a miles de mundos dulces y azucarados.
Apresurado llego hasta ella, me siento a su lado y la beso. Ella parece feliz de verme. Hace tiempo que no los vemos y la impaciencia y felicidad se hace visible en los dos.

- Sabía que vendrías. - Me dice sonriente.

- Siento haber llegado tarde, te juro que lo intento, pero a veces no está en mi mano el conseguirlo. - Me disculpo nervioso.

- No te preocupes, estás aquí y eso es lo que importa. Tenía muchas ganas de verte. Te echaba de menos. - Me dice con voz dulce.

- Yo también amor. - Contesto alegre.

La siento dulce, con una paz interior que contagia. Y me hace sentir bien. Siempre ha sido así. Afrontábamos juntos todos esos momentos oscuros a los que ella encontraba la manera de que todo fuera blanco y lleno de luz. Llenaba de energía a todo.

- ¿Qué tal la niña? ¿Se porta bien? Me pregunta curiosa.

- Sí, es un amor. Ya lo sabes. Le está costando sacarse la carrera, pero tiene tú fortaleza y lo hará. Te echa de menos, se lo noto, pero es fuerte. Como tú.

- Eres un buen padre, y lo sabes.

Lo ojos se me empañan de lágrimas, y me hacen sentir un dolor que se acrecienta por momentos. Pero como puedo, lo intento disimular. No quiero arruinar la velada. No podemos estar juntos, es imposible y sé que nos duele a ambos.

- ¿Pedimos algo de cenar? - Me dice cortando la situación para evitar un posible drama.

- ¡Claro! Sorprendeme, pide tú. - Le digo sonriente.

Con un leve gesto llama al camarero. Y pide la cena para los dos.
Me sorprende, se acuerda.
Ha pedido lo mismo que cenamos el día que nos conocimos hace años. Por dentro me surgen diferentes sensaciones. Alegría, tristeza, añoranza. La echo de menos, pero lo nuestro no puede ser.
Sus besos, sus caricias, sus buenos días por la mañana. Siento que me falta la luz... Siento que me falta su luz.
Cenamos y charlamos. Nos ponemos al día y hablamos de la vida cotidiana. Entre risas unas copas y entre copas, unos bailes que acaban conduciendo irremediablemente a nuestros besos.
Tras cenar, llegamos a la habitación y comenzamos a besarnos. Sus besos siguen siendo suaves, delicados al tiempo que apasionados y sobre todo, llenos de amor puro. Como a mí me gustan.
Estando aún de pié, uno frente al otro, comienza a desnudarme. Me desabotona la camisa y tras mirarme a los ojos durante unos segundos, me besa en los labios, en el cuello, en el pecho...
Yo comienzo a experimentar sensaciones. Mi cuerpo y mi mente reaccionan hacia sus estímulos, como siempre, de manera visible. No puedo evitarlo y además, sé que a ella le gusta así.
Sin prisa y entre besos yo también la desnudo. Retiro su camisa con delicadeza para volver a encontrarme con sus pechos. Son un primor, siempre lo han sido, ni grandes, ni pequeños, en su justa medida. Pero redonditos y endurecidos por el momento vivido. Me sumerjo entre ellos y comienzo a besarlos. Dios, su olor, el olor de su piel... Cuanto lo había echado de menos. Huele a azahar, a canela, al olor característico del amor que todo lo puede y hacen que me sienta transportado a mi propia vida. Con ella.
Pronto sus gemidos se hacen presentes en el silencio de la habitación. No cabe duda de que ella también me ha echado de menos.
Poco a poco mis beso inician un descenso hacia su placer. Bajo desde sus pechos hacia su vientre, ese vientre que acogió una vida y que me mostró lo que sería lo más importante de la vida, nuestra hija. Me recreo en el y lo beso infinitas veces antes de seguir con mi viaje y llegar hacia su deseo.
Está empapada, mis labios lo notan y son inundados con su calor. Me encanta saborearla, sentir la suavidad de su interior y juguetear hábilmente con el punto de su deseo. Muevo mi lengua, al principio suave y en amplios círculos para ir acelerando mis movimientos haciendo crecer la intensidad de sus gemidos. Mis dedos me ayudan, son fieles y hábiles. Complementan el placer que soy capaz de dar con mi lengua. Una vez en su interior, me gusta sentirla, introducirlos y sacarlos de manera constante y analizar sus reacciones para saber cuándo subir o bajar la intensidad.
 Y sí, así lo hago. Notando que le cuesta mantenerse en pié. Que disfruta con lo recibido y que abraza mi cabeza con sus manos para ejercer presión y deshacerme en su fuego.
Prosigo con mi tarea durante un momento. Y ella, solo puede rendirse al placer y a la consecución de varios orgasmos que saboreo ansia.
Nos tumbamos sobre la cama. Sin despegar nuestros labios nos regalamos besos de placer que avivan la llama en cada momento. Nuestros cuerpos desnudos se ofrecen mutuamente para nuestro propio recreo.
La acaricio como sé que a ella le gusta, suave, lento, delicado. Deslizo mis manos entre su pelo, me recreo en sus delicados hombros y viajo lentamente hacía sus pechos. Ella gime y no para de recibir placer, me gusta, me satisface esa sensación de provocar algo en ella. Mis labios no tardan en recorrer cada centímetro de su cuello, lo beso, lo lamo y lo muerdo como si de la víctima de un vampiro se tratase.
Me siento duro y ella lo sabe. Desde hace un rato que lo tiene agarrado y lo acaricia.
Con un solo gesto de su mirada, me indica lo que desea. Y yo... ¿Quién soy para negárselo?
Introduzco mi miembro en su interior notando su placer, con esos gemidos característicos al ser bien recibido. Puedo notar su interior, cálido, suave y palpitante, como siempre ha sido.
Una descarga de placer recorre mi espalda. Su recorrido se inicia desde mi nuca y corretea traviesamente hasta mi pene.
Comienzo a bombear de manera rítmica, bailando, entrando, saliendo, recreándome en nuestro placer. Ella acelera sus gemidos y agarra mi trasero con firmeza. Me empuja y acompasa mis embestidas con sus gritos. Gritos de placer que sirven de alimento para mí pasión.
Más, rápido, más fuerte, más rápido... Las embestidas cada vez son mayores y la sensación inequívoca del orgasmo se va haciendo presente en ella. Yo estoy a punto también, pero aguanto para poder compartirlo juntos.
Dentro, fuera, dentro, fuera, uffff.
Que llegue, que llegue, que llega... ¡Ahhhhh!
Los musculos se nos tensan al límite de partirse. Ambos llegamos al orgasmos durante un torpe beso lleno de jadeos y respiración entrecortada. Me vacío dentro de ella y siento como sus contracciones internas acompañan a las de mi pene y lo abrazan con fuerza.
Exhausto, caigo rendido sobre su pecho y me acomodo en el para descansar. Ella me acaricia la cabeza, sueve y delicadamente. Me besa en la frente y poco a poco noto que voy perdiendo las fuerzas. Así estamos durante minutos. Desnudos y disfrutando de la tranquilidad posterior a un largo viaje.

- Ya queda menos mí amor, ya queda menos. - Me susurra sin cesar de acariciarme

Me siento desvanecer, como invisible, como si mi propia existencia se hiciera etérea por momentos. Mi cuerpo, ya no es cuerpo y poco a poco, noto que desaparece.
El sonido del despertador se funde con el bip de la máquina que mide mis constantes vitales y me hace despertar en mi cruda realidad. Miro la fría maquina y veo que mis constantes han bajado aún más respecto al día de ayer. Me siento mareado, pero poco a poco consigo ser consciente de la realidad. La enfermera pasa a mí habitación como cada mañana. Lleva su estupenda y reluciente sonrisa fingida. Me da los buenos días y me hace las típicas preguntas de rigor al tiempo que apunta todo en su informe.
¿Que si qué tal me encuentro? ¿Qué tal he dormido? ¿Sí he orinado?.
Finalmente se marcha dejándome disfrutar de mi soledad, de mi sombría habitación y del dulce recuerdo de lo vivido. Solo espero que en mi estancia en este mundo haya hecho las cosas bien. Que si en algún momento no hayan sido así, me perdonen todas esas personas que me conocieron.
Me acomodo y espero, espero y espero. Como cada día, como cada noche, desde el anhelo de estar deseando reunirme con ella. Mi mitad de corazón y mi compañera infinita.
Cierro los ojos y hablo entre susurros...

- Ya queda menos mí amor, ya queda menos.




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