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martes, 14 de noviembre de 2023

¿Quién soy yo para negarte un café?

Era para un café. Habíamos quedado para ello, para charlar, para disfrutar de nuestra compañía, para ponernos al día.
Hacia muchos meses que no nos veíamos, nos conocemos de hace tiempo, ni mucho, ni poco, pero siempre hemos sabido sobrevivir a esa fina línea entre amistad y deseo. A veces lo uno, a veces lo otro. Sin que ninguna de las dos opciones merme la otra.
Era en su casa, así lo habíamos acordado. Un café, unas cervezas y si se terciaba, salir a tomar unas copas por la noche. Ese era el plan, aunque ambos sabíamos que podría cambiar, como tantas veces había pasado en otras ocasiones.
Allí estábamos, con el rico sabor del café y el tono dulce de su voz. Me contaba, le contaba y ambos nos reíamos con cada anécdota graciosa.
Ella es especial, una mujer decidida, de las que saben lo que quieren y en el momento que lo quieren. De las que no se andan con medías tintas y si desean algo no reprimen sus instintos. Yo siempre lo he valorado en una mujer. Me cuesta ceder iniciativas en la cama, dar las riendas complica mis juegos, pero a veces, encuentras a esa persona que lo merece y con la que eres capaz de disfrutarlo.
Del café, pasamos a unas cervezas y de las cervezas... No pasamos a las copas. No cabía duda de que el ambiente se había calentado, que ambos notábamos el deseo de dar placer a nuestros cuerpos. De cargar nuestras baterías con la energía que desprendía nuestro calor.
Del jardín, nos fuimos torpemente y entre besos al salón y del salón, nos fuimos a su habitación entre caricias y manos perdidas bajo su falda y mis pantalones.
Estaba deseosa, como con ansia, como con prisas de dar y recibir placer. Sus besos se aceleraban, ardientes e impacientes. Sus manos se perdían, como con vida propia.
Sin previo aviso bajó de rodillas ante mí y con ambas manos luchó contra los botones de mi pantalón. Quería sacarla, saludarla y besarla como lo había hecho en otras ocasiones.
Yo estaba duro, muy duro. Mi mástil fuera, sus manos acariciando mi abdomen y su boca llena con mi carne. Succionaba y movía su cabeza realizando círculos. Como ansiosa por comerme y empeñada en que yo lo sintiera. De mi boca, solo salían gemidos de placer provocados por una sensación de cosquilleo interno.
Sus manos rodearon mi cintura y sin dilación alguna, llegaron y agarraron mi trasero para empujarme aún más hacia su boca. No cabe duda de que lo estábamos disfrutando. Ella apretaba con fuerza mis glúteos haciendo que mi mástil se hundiera en ella aún más.  Cada cierto tiempo paraba, la sacaba , me miraba y volvía con nuevos ataques.
Repentinamente me empujó y caí sobre su cama. Me miró, con una mirada lasciva capaz de quitar el hábito de cualquier monje. Se chupó el dedo, bajó sus bragas sin desprenderse siquiera de su falda e incrustó en el centro de su deseo mi mástil palpitante.
Me besó la boca mientras meneaba su trasero lenta y sensualmente. Hacia arriba y hacia abajo. Como empujando para buscar profundidad y restregándose contra mí pubis. Así, un rato, yo dentro de ella y ella sintiendo mis palpitaciones a flor de piel.
Cesaron sus besos, incorporó su cuerpo hacía atrás con la intención de divisar desde más arriba. Comenzó a cabalgar, de manera brusca y con brutales bombeos rápidos e interminables.
Los dos gozábamos del momento. En la habitación solo resonaba nuestra carne chocando y mezclada con el sonido de nuestros propios gemidos. Cada vez más fuerte, más rápido, más profundo, más fuerte, más rápido, más profundo...
Sus jadeos se convirtieron en sonidos orgásmicos y su cuerpo, repentinamente se tensó para recibir los espasmos de su clímax. Era increíble sentirme en su interior mientras ella aceleraba para que naciera su orgasmo. Yo podía notar las fuertes contracturas que se producían en su húmedo y empapado tesoro.
Tras terminar con su trance, me miró, me sonrió y me dijo.

- Voy a sacarte hasta la última gota. La quiero para mí.

Desencajó mi velero de su puerto y comenzó a comerme mientras se ayudaba con sus manos. Lo hacía de una manera rápida e intensa con el único objetivo de obtener mi néctar caliente en su boca. Le encantaba sentir las explosiones y su calor, así  me lo había manifestado en más de una conversación.
Y así fue, como poco a poco el cosquilleo intenso de mi orgasmo se hizo presente. Mi mástil comenzó a palpitar y con cada palpitación, un chorro de néctar caliente, y con cada chorro, una nueva succión de ella. Así hasta dejarme seco, sintiendo como la intensidad de mi orgasmo se convertía en un cosquilleo casi insoportable.
Sacó mi pene de su boca, me miró con una sonrisa de satisfacción y se levantó de la cama para marcharse.
Sin duda un café que da para mucho. Una amiga que sabe lo que quiere y yo... ¿Quién soy yo para negarle un café a una amiga?

 


 


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